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Yves Herman

La mejor cerveza del mundo se repone de la amenaza del coronavirus

Westvleteren reabre las puertas de la abadía de San Sixto aprovechando los primeros pasos de la desescalada en Bélgica

Lunes, 18 de mayo 2020, 08:37

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Repetía el sabio que sin tele y sin cerveza... El coronovirus no nos ha quitado todavía ninguna de las dos, pero nos ha alejado de los bares y eso parece aún más grave. En España se han recuperado las terrazas, que es algo. En Bélgica, epicentro mundial de la cerveza, siguen cerrados. Y de chocolate no se vive. Por suerte, con los primeros pasos en la desescalada, los monjes de la abadía de San Sixto, los que elaboran la afamada Westvleteren, han podido retomar la producción y reabrir su pequeña tienda. Allí peregrinan ahora los vecinos, sedientos, con justicia, del espectacular brebaje que llevan cocinando estos trapistas desde 1838.

Dicen que en Bélgica han sufrido importantes crisis desde mediados del siglo XIX. Algo de unas trincheras relacionado con dos guerras mundiales. Si aquello no acabó con sus cerveceras tampoco iba a hacerlo ésto. Aunque el coronavirus ha sido, es, una amenaza seria para los negocios. Sin bares y sin cerveza el sector pierde su principal motor de venta. Lo que llena los almacenes, satura los fermentadores y estrangula todo el proceso.

Un peligro para la mayoría. Claro que los religiosos de Poperinge están por encima de eso. Comprometidos con la venta ética, hace un año decidieron limitar la distribución y obligar a los clientes a registrarse para localizar reventas abusivas. Que las hay. Desde que les cayó el San Benito de hacer la mejor birra del mundo, la Westvleteren XII (se aceptan debates), el mercado ha llevado a que se paguen pecaminosas cantidades por un botellín.

En Dubai, dicen, se alcanzaron los 200 euros. En nuestras tiendas, que se encuentran con relativa frecuencia, cuestan unos 15 pavos la unidad. Los monjes dicen que no se debería pagar más de 45 euros por la caja de 12 botellines. Aseguran que su motivo para fermentar la malta es el autoconsumo y cubrir las carísimas reformas y mantenimiento que tiene la abadía.

Casi dos siglos de historia

La abadía se fundó en 1831 cuando monjes de la vecina Francia llegaron a la región belga de Flandes para unirse a un ermitaño, Jan-Baptist Victoor, que vivía en un bosque flamenco. Allí, los religiosos fabricaban queso y cerveza para subsistir.

En 1839, el rey Leopoldo I de los Belgas otorgó una licencia a estos religiosos. La cervecería Westvleteren ha experimentado desde entonces varias transformaciones. Actualmente, la sala de elaboración produce tres tipos: una rubia y las negras «8» y «XII».

La reciente explosión de interés por las cervezas artesanales y brebajes poco comunes contribuyó a su reputación. Pero, en los últimos años, algunos trataron de aprovecharse de esta moda para subir los precios, obligando a los monjes a adoptar su sistema en línea.

«El sistema de reservas nos permite regular muy bien el número de personas que vienen aquí», asegura el hermano Godfried, un sistema que evita reventas y disuade a los especuladores, pero que ha cobrado un nuevo sentido con las medidas para contener el coronavirus.

Lo ideal es ir allí y disfrutarla en su local, que lo tienen. Así fue durante mucho tiempo hasta que decidieron abrirse al mundo. Ahora es el mundo el que se ha cerrado para todos y han tenido que volver a una venta con cita previa a consumidores individuales, un práctica que se ha revelado útil en plena desescalada progresiva de las medidas para contener el coronavirus.

Tiene su gracia cómo lo hacen. El hermano Godfried se lo explicaba la semana pasada a AFP: «En el semáforo en rojo, los clientes deben detenerse para que sólo haya dos personas activas donde tiene lugar la transacción. Trabajamos sin intercambiar dinero en efectivo e instalamos plexiglás».

El respeto de las normas es normal para los miembros de esta orden cisterciense, cuyos miembros siguen la regla de San Benito que les impone trabajar para cubrir sus necesidades. «Esto significa que debemos vivir de nuestra cervecería», subraya. «Por eso, era muy importante para nosotros poder reanudar las ventas. Porque esto es de lo que vivimos», reitera el monje. Con el cierre de las fronteras en Bélgica, los amantes de la cerveza de otros países tendrán que esperar para hacerse con el nuevo lote.

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