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Tras la muerte del Papa Francisco hay tres cosas que me llaman la atención. Uno, lo que sabemos de cónclaves y papados. Dos, la de ... gente que conoció personalmente a Bergoglio y la obsesión por grabarlo todo con el móvil. Aquí pasamos de saber cómo lograr la paz en Ucrania a vaticinar quién será el nuevo jefe de la iglesia católica. Y sin despeinarnos. En cuanto al trato personal y las anécdotas, hay gente a la que le preguntas por Robin Hood y te dice que eran íntimos y le llevaba las flechas. Da igual que no existiera. Lo conoció. Pero eso es casi inocente comparado con el tercer asunto. Los selfies con el Papa. Creía que lo había visto todo. Pero que un tipo de cuarenta tacos se saque una foto con su mujer y los niños delante del féretro no lo vi venir. Definitivamente estamos a dos paradas de autobús del fin del mundo.
Me pregunto qué tendrá ese ser en la cabeza para hacer cola durante más de tres horas, junto a unos niños que están al borde de la desesperación, para creer que es una gran idea tirar de móvil para inmortalizar el momento. Lo cual no deja de ser una curiosa metáfora. Estar ante el líder de una religión que proclama la eternidad y sacar una fotografía para hacer lo propio tiene su aquél. Lo malo no es ese tipo. O su mujer, que sonríe a su lado mientras se juntan para salir todos en la foto y al fondo se vea el ataúd. Imagino la conversación - Cari dile al peque que meta la cabeza y se agache para que no tape al Papa-. Como si estuvieran en Eurodisney y el del fondo fuera Pluto. Pero, como digo, lo malo no es este caso. Lo grave es que fueron miles. Bastaba con ver la larga fila en San Pedro para comprobar que rara era la persona que no llevara el móvil en la mano y preparado. Como una señora que, pese a que no paraba de llorar, tenia ganas de grabar el momento. Si no lo hago, es como si no hubiera pasado.
Siempre me ha sorprendido, y preocupado, que en un concierto, un evento deportivo o una boda, por poner tres ejemplos, haya personas obsesionadas con fotografiar o grabar todo aquello que sucede en lugar de disfrutar del momento. Lo he visto en el fútbol. Penalti. Puede suponer la victoria o la derrota. Cuando a mí la cabeza me da lo justo para mirar, escuchar y no perderme detalle, otros espectadores sacan el móvil y, a veces, hasta narran la escena.-¡Aquí estoy justo en el momento del penalti!-. Bien pensado no es tan raro. Hay personas que se graban hasta sentados en el retrete, vaciando intestinos. Es como si tuvieran que contar lo que hacen en cada momento. Y eso incluye un momento tan solemne y serio como pasar ante el féretro de un Papa. Lo primero que me pregunté es si les gustaría que les hicieran eso cuando mueran. Y ahí está el problema. Que seguro que lo ven como algo normal. Si no lo hicieron cuando palmó la abuela es porque por entonces la mayoría de los móviles no llevaban cámara.
Estamos enfermos. Como sociedad, quiero decir. Porque no puedo aceptar que consideremos normal hacerse un selfie en Auschwitz delante de los hornos, frente a un accidente de coche con víctimas o junto a un edificio incendiado donde ha muerto toda una familia. Y eso no me lo han contado. Lo he visto. No hace mucho, vi a unos chavales que se hacían fotos delante de un chico asesinado por una banda de delincuentes peligrosos. Salían por la tele. Lo que me recuerda a esa fauna que, cuando aparece una cámara, se ponen detrás del reportero para saludar a alguien que, supongo, es igual de simple y le parecerá una gran idea.
Hay días en que siento que voy a la contra. Que me equivoco. Como en este caso. Debo ser un gilipollas porque creo que, además de una falta de respeto, es una estupidez sacarse un selfie delante de un ataúd y una persona muerta. Llámenme loco, pero creo que la mejor forma de grabar algo es en la memoria. Insisto, seguro que estoy equivocado. Y ya, si quieren, otro día hablamos de los minutos de silencio y de quienes creen que silbar o abuchear uno que ha sido dedicado a alguien que no te cae bien o que no es de tu cuerda es libertad de expresión, pero si lo hacen con alguien de los tuyos te ofendes y echas espuma por la boca. En fin, me voy a tomar un vermut preparado y bien cargado porque hay sábados que no estás para nada.
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