La primera vez que vi a Nacho Vigalondo entró, saludó y se descalzó. -Así pienso mejor- comentó, ante las miradas del resto. Estábamos en la ... productora «Hill Valley» del buen amigo y cómico Flipy, situada en la plaza Santa Ana de Madrid. Conocía a los colegas de Enrique, que es su verdadero nombre, y tenía claro que eran tan singulares como brillantes. Además de los socios de Flipy, estaban Alfredo Díaz, Joaquín Reyes, Agustín Jiménez y Raúl Cimas. La idea era crear un programa de humor que contara la Historia del mundo de una manera divertida. La razón por la que Goya pintó dos Majas, Filípides tardó tanto en llegar a Atenas o qué pasó con Collins para ser el único que no pisó la Luna. También era una apuesta osada. Por ejemplo, contaba las aventuras de un Judas empeñado en ser el representante de Jesucristo. Por algún lugar tengo el programa piloto. Nadie lo quiso comprar. Ya no estábamos en los locos 90 y tocaba «ser políticamente correctos». Fue un mazazo.
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Los mismos que ahora nos decían que no había que ser transgresor, antes argumentaban que era absurdo gastar dinero en un programa de humor, cultural o un concurso cuando ponías a cuatro frikis sentados en una mesa, les pagabas cuatro euros y te llenaban horas de televisión. Por eso odiábamos los programas de cotilleo, los talk shows y el Tamarismo. Y por eso estas líneas. He visto «Superstar». La serie que cuenta la vida de una niña de Santurtzi que soñó con ser una estrella y a la que le borraron hasta el nombre artístico. Me sorprende que gente que no la ha visto la desprecie. No aceptan que a alguien así le dediquen tanto tiempo, dinero y esfuerzo. Pues es precisamente lo contrario. Las nuevas generaciones deberían verla.
Había olvidado a Yurena, antes Ámbar y otro poco antes Tamara. También a Arlequín y a Loly Álvarez. Pero, por aquello de la radio, sigo utilizando momentos de Leonardo Dantés, Paco Porras o Toni Genil. Igual que utilizo otros fragmentos de la vieja televisión. Hasta que la serie y el documental me han dado un sopapo. No hablan de Tamara, sino de esta sociedad enferma y cainita. Cada capítulo lo dedican a uno de ellos. Algunos tenían menos valores y principios que otros. Pero los mezclaron. Daban más sabor al cóctel. Y no solo en «Crónicas Marcianas». De ellos bebió hasta el programa más insospechado. Siempre para ponerlos a caldo. Para humillarlos. Vigalondo les trata con cariño. Llega a emocionar, sobre todo con Tamara, su madre y Dantés. Muestra esos instantes en que pasas una línea roja por falta de dinero, no mides bien o, esto es lo peor, te han ido metiendo poco a poco y para cuando te das cuenta ya no puedes salir. La televisión, sobre todo aquella pero también la de ahora, es embaucadora.-Nunca haré eso-proclamas muy digno. Al principio es así. Meses después lo estás haciendo. Antes eran ellos. Ahora será Montoya. O el próximo. Siempre habrá un juguete para romper.
Hay otro detalle. Todos eran «gente de provincias». De esa España que se empezó a vaciar en la postguerra y sigue igual. Venían a ser la versión en los 90 de Paco Martinez Soria. Una maleta con pocas cosas y muchas esperanzas. Acababan haciendo lo que no imaginaron. Por cada billete perdían un pedazo de dignidad. Y todo para que los urbanitas se rieran. Daba igual que esos capitalinos hubieran llegado en su día de otro pueblo. O que quienes les vieran por la pantalla también fueran de pueblo o del extrarradio. Les tocaba ser la diana de los desprecios. Lo siguen siendo. Siempre lo serán. Basta con leer en las redes o en los comentarios de este periódico y de otros a tanto digno que se cree por encima de ellos.-Qué vergüenza hacer una serie para esa chusma y no para alguien eminente o un científico-proclamaban. Como si fueran a ver un solo capítulo. Hipocresía. Y falta de empatía. Formaron parte de un circo. Se dejaron manipular. Cierto. Pero conozco a muy poca gente que esté en disposición de dar lecciones de no haber cometido errores en su vida. O que haya arriesgado todo por una quimera. Por eso felicito a Nacho. Con su realismo en los primeros capítulos y el surrealismo de los siguientes deja varias conclusiones. Que la vida está llena de casualidades y decisiones. Buenas y malas. Que elegir un camino exige descartar otros. Y que hay algo perverso en el humano que disfruta riéndose del diferente. Ese al que después señala para subrayar que él o ella son mejores. Pero no. Tamara y Dantés se nos parecen, más de lo que quisiéramos. Incluso el resto de la tropa.
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Al igual que nosotros llegaron a esta vida sin instrucciones. Por eso deberían ver la serie las nuevas generaciones. Para que entiendan que nadie te regala nada. Que tan importante es elegir un camino como abandonarlo a tiempo. Si la televisión o el mundo de Internet te entregan la fama de forma rápida y fácil, a cambio, deberás entregar tu alma. Siempre. Y para cuando te des cuenta de la verdad ya será demasiado tarde.
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