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En ocasiones veo culos. Y otras cosas. Antes era de noche. Ahora a cualquier hora. Sobre todo si hay fiesta. O sin ella. Cuando tienes ... una cierta edad crees que has visto de todo. Pero no. Todo es factible de empeorar. Por ejemplo en asuntos urinarios. Creíamos que los 80 y 90 olían a orines. Se puede bajar el listón. Las nuevas generaciones podrían vivir sin retretes. No todos. Pero muchos, y muchas, sin duda alguna. No se explica de otra manera que vayas a casa un jueves a las 11 de la noche y te encuentres a cuatro chicas adolescentes vaciando vejiga delante de tu portal, sin ni siquiera resguardarse entre los contenedores. Y, ojo al dato, cada vez que una de ellas terminaba, se dedicaba a sacarse selfies mientras su amiga ocupaba su lugar y orinaba. Meo en plena calle, pero luego me hago una foto poniendo morritos y pose de pija como si fuera la princesa de Mónaco en un cóctel. Y lo peor es que ya es algo normal.
Siempre se ha meado en la calle. Dejémonos de eufemismos. Y de hipocresía. Pero había un cierto pudor. No lo hacías en un portal iluminado, saludando al vecino que en ese momento estaba sacando la basura. Buscabas oscuridad o, al menos, cierta penumbra cómplice. Y si aparecía alguien te subías la bragueta, o los pantalones, por lo de las formas y pudores. Pero todo eso es pasado. Quizá no sepan que Bilbao fue pionera a la hora de prohibir saludar mientras defecabas en la calle. Cosas del ayer. Pues sigue pasando. No con aguas mayores. Pero el jueves vi a una chica saludar a otras mientras echaba un chorro que ríase usted de un géiser islandés. Eso sí que no lo había visto venir. O sí. Porque algo nos sucede con el orinar.
Para empezar, lo de que las chicas se sumen a la exhibición de desahogo de vejiga masculina no es cosa de ahora. Hace 15 años la señora que me aguanta a diario contempló como ante su casa, y sin pudor, unas chicas orinaban en la calle Ibáñez de Bilbao.-Más allá de que tenéis la cafetería Arana abierta, y me consta que os van a dejar ir al baño, deberíais saber que las cámaras de los juzgados y de Sabin Etxea os estarán grabando- les advirtió, con tono materno. Ni se inmutaron. Como quien oye llover. O mear. Esas chicas estarán en la treintena. Lo mismo ocupan un puesto de esos en los que esos pasados es mejor que no se sepan. Lo digo porque, por suerte para ellas, en ese tiempo no se grababa todo con el móvil. Hoy en día tu aireada entrepierna puede llegar hasta Nueva Zelanda vía Internet. Y luego vendrán los lloros. Que no es que un servidor se vaya a ruborizar a estas alturas. Pero nunca me ha dado por ir caminando con el asunto fuera de la bragueta. Y mira que hemos hecho tonterías. Quizá todo se deba a que, como digo, el ser humano no ha logrado orinar sin liarla. Y me voy a explicar.
Se habla mucho de la tapa y el miccionar masculino. Ese no atinar en el agujero y mancharlo todo o, cuando menos, dejando alguna gota. Pasan los siglos y la cosa no mejora. Ni en casa ni fuera. Por eso muchos hombres han optado, a voluntad propia o tras las broncas en casa, por sentarse en la taza. Fuera es otra cosa. Puede llevar un bar abierto diez minutos que alguien habría dejado su recorrido urinario por el suelo y la pared. Que a veces me pregunto cómo se puede lograr algo así. Por no hablar del papel higiénico. Como no lo paga, hay cierta clientela que utiliza el rollo entero para limpiarse. Y, ya puestos, lo deja tanto dentro como fuera del retrete. Lo que viene siendo una obra de arte abstracta y rompedora. Ojo que ellas tampoco se salvan. Quienes tienen o han tenido un comercio con baño para clientes, sabe que hay quien tira de todo en el retrete. Y el de mujeres, entre compresas y demás, suele llevarse la palma. Que se lo pregunten a los fontaneros. Por eso el problema es general. Tanto debatir sobre qué se debe estudiar en el colegio y no enseñan lo más básico. Orinar sin mostrar el proceso, evitando hacerlo en la calle y procurando no dejar todo sucio y empantanado. Más que nada porque llevamos miles de años en este planeta y no lo hemos aprendido. Piénsenlo. Tantos años de evolución para que sigamos meando como lo hacen los toros y las vacas. O peor.
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