El loco de mi vecino
No valen eufemismos para los problemas mentales de nuestro entorno
Empezó poniendo notas en el ascensor. Clásico amargado, pensó el resto. Porque no era una sugerencia importante. Sino algo tan simple y habitual como el ... sonido del ascensor. A partir de cierta hora le molestaba. Por eso proponía no utilizarlo más allá de las 10 de la noche. Se ve que a esa hora iba a plegar la oreja o el ruidito del elevador le impedía ver la tele. Como es lógico, no le hicieron caso. Y empezó el caos. Lo siguiente fue la visita de la policía. La había llamado él. No pasó nada, pero hubo que pasar el trago. Después, un domingo, los buzones del edificio aparecieron rotos. Un misterio. O no. Porque no era un caso aislado. Todos tenemos un vecino loco. El que empieza siendo raro, pasa a ser desagradable y termina como peligroso.
Cuando en los años 80 se eliminaron los manicomios, nos prometieron una salud mental más controlada y humanizada. Y me consta que los profesionales hacen Lo que pueden y mucho más. Pero, aunque parezca raro, algo falla en el sistema. Es ironía. Sabemos la respuesta. Nadie duda de que hay un problema mental. No solo por las bajas por ansiedad o depresión. La mayoría son más falsas que un euro de madera. Sino por la cantidad de gente que está en el umbral de lo que significa estar moderadamente bien o como un cencerro. Les voy a poner tres ejemplos de estas semanas, y muy cercanos, que me han llevado a escribir este Piscolabis. El primero es el caso de un tipo con una empresa que sigue siendo seria y solvente, pese a sus inquietantes arrebatos. En un momento dado le dio por corregir lo que consideraba eslóganes no acertados o carteles poco afortunados. Iba con un rotulador y los tachaba. Pero de eso pasó a torpedear presentaciones de libros o conferencias.-Ya ha llegado el loco-decían los presentes al verle. Y tras echarlo del lugar, reanudaban el asunto como podían. Lo habitual en esos casos. Pero ese dar por cotidiano lo sucedido generaba un problema mayor. Socializar la locura.
En este mundo en el que pasamos de un extremo a otro, era cuestión de tiempo que un problema mental se equiparara a un esguince de tobillo. Y así estamos. Que las sufridas familias con una persona con esquizofrenia tienen que vivir un infierno, o acabar en una tumba, para que la presunta autoridad competente haga algo. Hemos pasado del «Alguien voló sobre el nido del cuco» a los «Mundos de Yupi». Y eso no es bueno, ni para el enfermo, ni para quienes le rodean. Les he contado el típico caso de la persona que acaba desquiciada y desquiciando al vecindario o a determinadas personas. Pero cualquiera puede ser la víctima de esa gente. En los medios de comunicación estamos acostumbrados a recibir mensajes, cartas o llamadas de personas que se consideran en posesión de la verdad y que amenazan con degollar al tipo que ha escrito o contado una noticia concreta. Da igual que no tenga nada que ver con ella o que le afecte. No está de acuerdo con la redacción y exige cambiarla. Eso en el mejor de los casos. Hay quien pide que el periodista sea despedido. Y, si se puede y ha lugar, encarcelarlo de por vida. Pero lo que preocupa no es solo la surrealista petición. Sobre todo, lo que acojona y mucho, es la vehemencia de ese individuo. Lo que me lleva a las malditas redes.
Da igual el tema. Pones un mensaje en Twitter, X o como se llame, y siempre habrá alguien que apunte a ser carne de psiquiatra. Basta con escribir «Buenos días», para que alguien responda «Serán para ti, gilipollas. No ofendas a quienes no tenemos tu mierda de vida guay y perfecta». Entonces, ante lo leído, sales de la red social y respiras hondo. Porque sabes que no es un caso aislado. Internet es la puñetera realidad, aunque haya quien se empeñe en que los raros solo son cuatro. Salgan a dar un paseo por su pueblo o ciudad. Dicen que desde la pandemia la cosa fue a peor. Puede ser. Pero bien no estamos. Hay demasiada gente que está a punto de cruzar la línea de lo que se considera normal y lo que señalamos como locura. Una frontera muy fina. Tanto, que todos tenemos cerca a un aspirante de lo que antaño llamaban loco. Palabra que ahora ofende y no es políticamente correcta. Pero existe. Por eso queremos borrarla del diccionario. En cambio lo de ayudar a quien está en esa situación y al entorno que lo padece, si eso, lo dejamos para otro día
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