Alumnos que han hecho la Selectividad hace unos días. Jordi Alemany
Opinión

Horchata sin hache es orcata

Perdonar los errores a la hora de escribir es algo tan grave como frecuente

Viernes, 14 de junio 2024

Una cosa es una falta de ortografía y otra una patada en sus partes nobles. Hay cierto revuelo por uno de los cambios de cara ... a la próxima EBAU, o PAU, o como quiera que la llamen. Tiene que ver con los errores a la hora de escribir. Ojo, no hablamos de tildes tramposas o palabras traidoras. Sino de golpes directos en el hígado de la lengua castellana. O esa otra en la que se examine cada cual. Porque hay gente ignorante en todas partes, lenguas y formas. Manda huevos, como decía aquél, que haya críticas a la decisión de que ese tema sea clave a la hora de aprobar o de suspender la Selectividad actual. De hecho tampoco será así. Si cometen faltas podrán bajarles la nota un 10%. Hasta ahora, en algunas Comunidades, podían tener 25 fallos y solo les quitaban un 0,25%. Y luego nos extrañamos del nivel cultural general. Y el no cultural.

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Todos, salvo cuatro genios, hemos tenido y tenemos faltas de ortografía. Antes se entendía, por aquello del triste nivel de escritura y de lectura en un país que venía de un preocupante analfabetismo enquistado. Pero estamos en 2024. Y ver escrito «ha hecho» como «a echo» provoca escalofríos. La mayor mentira en estos tiempos es decir que las redes sociales no representan a la generalidad. Sobre todo en lo negativo. Nos excusamos con que son cuatro pelagatos y que no es lo normal. Mentira. Es, precisamente, lo que hay. Y en concreto en lo que se refiere a la ortografía, la cosa apunta a drama. A veces cuesta entender un mensaje de X, antes Twitter, por la cantidad de errores de quien lo envía. No hace falta ser un Blade Runner para detectar a quienes creen que una hache es algo que puedes poner o quitar a tu antojo. Al fin y al cabo no suena. Lo triste es que hay quien cree que es asunto baladí. Ojalá.

La realidad lo desmiente. De hecho, apunta a lo contrario. Llevo años dándole a la tecla y dudo sobre cuándo o cómo poner una coma, por aquello de que escribo para la televisión y la radio por lo que tiendo a confundir cómo se debe leer a cómo debo escribirlo. No hay semana sin una patada a la señora gramática. Pero peleo por evitarlo. Lo que llama la atención en este mundo donde hasta quienes escribían correctamente, ahora mandan mensajes que podrían ser enviados por un analfabeto o por un psicópata. De ahí las interpretaciones erróneas. Una coma mal puesta puede cambiar el sentido de la frase. Imaginen el resto. Hay gente adulta, incluso con carrera, que escribe en las redes sociales como un macarra poligonero. Pero se asume. Cómo será la cosa que poner punto final en un mensaje es tan antiguo como llevar jazmines en el ojal. Como si escribir bien, o intentarlo, indicara que quien lo hace está desfasado. Ese es el nivel. Y no me digan que exagero. Hasta en mi gremio veo a compañeros, la mayoría jóvenes, que les da igual la corrección a la hora de teclear. Mientras se hagan entender, el resto no importa. Quizá por ello vamos a peor. Y eso incluye la política. No han sido una, sino muchas, las veces en que una persona dedicada a dicha profesión ha escrito un mensaje que no pasaría ni un examen de Primaria. Pero también se acepta. Lo que nos lleva al grave número de despropósitos y, cosa curiosa, las paradojas.

Les pongo un ejemplo que suele tener lugar en los periódicos. Hay lectores que opinan. Tengo por costumbre leer sus comentarios. Se aprende y, sobre todo, es una cura de humildad. Crees que has escrito algo interesante y te ponen en tu sitio. Pero una parte de ellos, que no es menor, comete errores gramaticales y ortográficos que provocan hemorragias en los ojos. Sobre todo porque hablamos de una persona que frecuenta la prensa y empeña parte de su tiempo en opinar sobre lo que lee. Vamos que hablamos de gente con cierta inquietud cultural. Por eso impacta más. Si alguien así le pega tales patadas a la escritura, qué hará el resto. Lo que nos lleva al arranque de estas líneas. Que alguien se tire de los pelos por la decisión de que en la próxima prueba de acceso a la universidad el alumnado cometa menos faltas de ortografía dice mucho del punto en el que estamos. Al final va a tener razón el gran Santi Rodríguez, que en uno de sus monólogos decía que horchata se escribe con hache porque de lo contrario sería orcata.

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