La familia y el examen de la mesa
Todo el mundo sabe lo que hay que hacer pero nadie hace nada
Son las 20:00 de la tarde y a lo lejos ruge la tormenta. Unas gotas gordas y perezosas caen con ganas de crear incertidumbre. ... La temperatura es tan alta que se agradece su presencia. Por eso salen a la terraza del bar. Los cuatro clientes que acaban de llegar han tenido la misma idea. Ellos son dos, así que pillan una mesa algo alejada. No son como esa gente que se sienta en el cine a tu lado, aunque la sala esté vacía. Todo lo contrario. Que corra el aire. El poco que sopla. Además están hablando de asuntos personales. Cosas de primos, que además son amigos. En ello estaban cuando, a las 20:04 llegó la familia tornado. Madre, padre y un hijo. Tres. Hay estampidas de elefantes menos ruidosas. Conocen a los otros clientes, así que deciden acercar otra mesa para unirse a ellos. Parece fácil. Hay una a menos de medio metro, con cuatro sillas. Empieza el espectáculo. Una familia de monos habría terminado antes.
El padre decide tomar la iniciativa y tira de la mesa, sin apartar las sillas. Se atasca. Tarda en darse cuenta. Una de las sillas ya está a punto de hacer palanca y mandarlo todo al carajo. La mujer se percata y decide sacarla. No es mala idea, si no fuera porque lo hace sin avisar al marido. Su mano queda atrapada. Él no se ha enterado. Otra de las sillas gira sobre una de sus patas y acaba mirando hacia otro lado. La mujer la agarra con dos dedos, mientras tira de la mesa. El hombre sigue a lo suyo. Es terco. De esos que se desangran cuando se niegan a reconocer que el desodorante se ha acabado y siguen frotando el sobaco. Sorprende que no hablen. Ni un triste - Cari no tires hacía allá, que lo estoy haciendo para acá-. Solo sonidos guturales. No parece que vaya a mejorar. De hecho empeora. El hijo, de unos 10 años, entra en juego. Intenta acercar una silla bajo la mesa en movimiento y la acaba tirando al suelo.
Seis minutos. Hasta las 20:10 no lograron sentarse en la mesa. Recuerden que eran tres. Sus acompañantes no han dicho ni mu. Tampoco cuando el padre destructor de mobiliario de bar saca el tema de los incendios. Ese día ya hay confirmados tres fallecidos y lo quemado está pulverizando datos. Duele hasta hablar de ello. A ellos no. El hombre y la mujer discuten. Dicen lo mismo pero, al no escucharse, no se han percatado. Aseguran que lo arreglaban en un santiamén. Voy a evitar reproducir la sarta de bobadas. Y eso que, por aquello del volumen, lo tengo incrustado en los tímpanos. A estas alturas ya imaginarán que servidor era uno de los dos de la mesa cercana. Los que intentaban hablar de sus cosas. Todavía hoy recuerdo frases como «el bosque deberían limpiarlo la panda de vagos que sobran en el país» o «Me ha dicho mi primo que tiene un amigo guarda forestal que la culpa de esto la tiene zutano». Esto era de lo más saneado. Imaginen el resto. Al levantarnos el chaval soltó la frase lapidaria-Lo que sobran son los cabrones de los políticos-. Cuando nos alejábamos le seguían riendo la gracia.
Desde entonces veo a la misma familia. Pero en versión tele. Contertulios que en la misma mañana tienen la solución para los conflictos raciales, la inseguridad ciudadana, los incendios y los aranceles. La ignorancia es osada. Pero en muchos sitios te pagan por mostrarla. No me extrañaría que el chaval de esa familia llegue lejos. Como poco a ministro. De los que tuitean chorradas y ofenden a la inteligencia y a la decencia. O a líder de la oposición, para presentarse en las catástrofes con cara de puerro dando a entender que con él, o ella, nada de eso habría pasado. O de presidente incompetente y enamorado de sí mismo que le susurra al timón que lleva bien el rumbo, mientras el barco se hunde. O de mandatario autonómico que solo sirve para inaugurar rotondas y cuando vienen mal dadas no sabe ni actuar, ni pedir ayuda.
Y mientras llegan esos momentos, o después, podrá salir en la tele y en la radio soltando gilipolleces como si cada una de ellas fuera la respuesta definitiva. Como hacía esa familia de ingenieros de terraza de bar. No son capaces de acercar una puñetera mesa, pero creen que pueden salvar el mundo. Estoy de listos hasta donde lo están ustedes. Porque aquí todo dios sabe de todo, pero luego nadie hace nada.
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