Jardines secretos y dragones en la iglesia
Veraneo de cercanías ·
En Oña, uno empieza hablando del veraneo de los vascos y acaba remontándose a la infancia y al peso de la historia: «De once hermanos, seis nos fuimos para Bizkaia»En Oña, el pasado está siempre presente de manera abrumadora y deslumbrante. Uno sube desde la calle Ronda y se encuentra de sopetón en pleno ... núcleo de la «muy leal y valerosa villa», un tesoro arquitectónico que envuelve al visitante en cierta sensación de irrealidad. Lo cierto es que en esta sección estamos acostumbrados a tratar con un material menos imponente: aquí hablamos de veraneos, de paseítos, de chapuzones, pero resulta que también en ese terreno el pasado se vuelve insoslayable, porque las vacaciones de este año son solo el último eslabón de una larga cadena que suele remontarse a la niñez y que, si todavía estiramos un poco más, acaba haciendo aflorar historias de generaciones pasadas. Aquí uno empieza charlando sobre lo rico que está el aperitivo y acaba emigrando a las minas y escondiendo en casa a Pasionaria.
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En muchos casos, fueron esos antepasados más o menos cercanos quienes establecieron la relación de esta localidad de La Bureba con el País Vasco. Y, siempre, fue en aquellas infancias desocupadas e irresponsables cuando se crearon las geografías sentimentales que los veraneantes siguen superponiendo al callejero de la villa. Un lugar llamado Dulcipay quizá no parezca el escenario idóneo para hablar de estas cosas, pero en realidad está lleno de historias: la tienda de la plaza del Ayuntamiento es un comercio singular y un poco mutante donde uno puede comprar chuches, tomarse el vermú, hacerse con souvenirs o apadrinar un cerezo. «Tengo ochocientos y se pueden apadrinar por tres años. Yo cuido el árbol, lo sulfato y luego vienen a la floración y a coger las cerezas», explica el propietario, José Ángel Acebes. Ah, lo de 'dulci' es cosa de las golosinas, claro, pero lo de 'pay' se debe a su padre, al que le decían Paisa: «Era resinero y tenía costumbre de llamar 'paisa' a la burra».
La minúscula terraza de Dulcipay, vigilada por la torre de San Juan, está llena de vascos, de medio vascos, de exvascos... ¡La convivencia durante tanto tiempo ha dado lugar a identidades un poco confusas! José Ignacio Rosales, por ejemplo, nació en Oña, «en la calle Barruso», pero marchó a estudiar a la Escuela de Peritos de Bilbao y allí se quedó. Su hija Helena, en cambio, es «del centro de Bilbao», pero publicita Oña con un entusiasmo que delata su sentimiento de pertenencia: «Bueno, yo me enamoré y me casé aquí. Como dice mi marido, fue turismo sexual», se ríe, y un amigo le echa inmediatamente el alto: «No digas eso, que nos va a venir demasiada gente».
Peligro: niños sueltos
Helena invierte aquí el largo verano de los profesores: «Me lo paso muy bien. Tenemos cuadrilla, txoko, y hay una vida cultural muy plena: el Tortilla Rock, la verbena camp, exposiciones... Los niños pueden estar sueltos... Bueno, lo de sueltos a lo mejor queda feo: aquí son libres, independientes, autónomos. El mayor desaparece a las diez y media y tardamos mucho en volver a verle». Este verano la cosa se ha torcido, pero para un crío hay pocas sensaciones de placer más intensas que internarse en bici por el «jardín secreto» (el del monasterio de San Salvador, que acoge una exposición anual con ese nombre) de camino a las piscinas. Irati, la hija de 6 años de Helena, ya se ha ido creando sus propias cartografías de Oña: «Me gusta más que Bilbao porque juego con mis amigos en la plaza. Jugamos a hacer de gatos. Y puedo ir sola a los columpios, a buscar dragones...».
- ¿Pero los dragones existen?
- Sííí, están en la iglesia.
Carolina Tricio viene de Vitoria, pero, una vez más, quedarse en eso supondría una imperdonable simplificación: «Mi madre es de aquí, yo nací en Miranda, me casé con uno de aquí y hemos acabado en Vitoria». Carolina se siente ligada «al paisaje, el entorno y las raíces» y, en este año raro, ha dedicado mucho tiempo a visitar Oña con el pensamiento: «Yo aquí estoy en el paraíso y no se me ocurre mejor lugar para pasar este verano. Mi marido se ha ido al Pirineo y yo le he dicho que no me quitan ni cinco minutos de estar aquí. En el confinamiento me mató no poder venir, lo tuve en la cabeza todo el tiempo. Nos dejaron cruzar la frontera entre comunidades un sábado a las doce de la noche y, a las once y media, yo ya estaba en el garaje, para pasar a las doce justas». Y Francisco González ha vivido cuarenta años en Leioa, pero ha acabado estableciéndose en Oña, lo que en su caso equivale a volver: «Yo soy nacido en Poza de la Sal, me llaman Paco el Pozano. De once hermanos, seis nos fuimos para Bizkaia», relata. Él llama a aquel éxodo «la revolución industrial», pero los vínculos de La Bureba y Bizkaia ya venían de antes: «Yo, con 11 años, fui a Lekeitio a estudiar interno con los mercedarios. Mi abuelo Ubaldo fue el responsable de la electricidad de las minas de Gallarta y a mi abuela le tocó esconder muchas veces a la Pasionaria», va repasando Paco, que dedicó la cuarentena a su gran pasión, la talla de madera: «Hice diecisiete lámparas y joyeros para las nietas».
Estos lazos no tienen ninguna pinta de aflojarse. No solo por Irati, la pequeña Khaleesi de Oña, sino también por una juventud que renueva año a año el viejo vínculo con esta comarca. Marina de la Fuente y la pareja de su hermana, Maurizio Borzillo, se han acercado con una amiga a tomar el vermú y un muselín de jamón en el Rincón del Convento. Viven en Bilbao, aunque él procede del sur de Italia, y están en Poza de la Sal. «Yo he pasado las vacaciones aquí desde siempre. El clima es muy bueno, al menos por el día, porque por la noche hay que abrigarse, y te permite salir de tu hábitat normal y estar todo el día en la calle», apunta ella. «Y también hacer barbacoas, que es algo que a mí me encanta», añade él.
- ¿Se le da bien asar?
- No, yo solo como.
De nuevo en la terraza de Dulcipay, Javi Gredilla, de 23 años y de Sestao, logra sintetizar en cinco palabras sus sentimientos hacia Oña: «Yo aquí quiero venir siempre».
Es bueno saber que...
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Distancias. La villa de Oña, en la comarca burgalesa de La Bureba, se sitúa a 87 kilómetros de Bilbao (una hora y veinticinco minutos en coche) y a 91 de Vitoria (algo más de una hora de viaje).
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Población. El censo ronda el millar de habitantes, pero se eleva a más del doble en verano, según la Encuesta de Infraestructura y Equipamientos Locales.
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