«Uno de los hermanos de la 'casa de los horrores' de Oviedo no quiere quitarse la mascarilla por miedo a enfermar»
Expertos que están tratando a los menores encerrados desde 2021 reconocen que sufren raquitismo y problemas de movilidad
Alberto Arce
Viernes, 2 de mayo 2025, 07:24
Los tres hermanos -dos gemelos de 8 años y otro de 10, todos chicos-, rescatados el lunes del chalé de Oviedo en el que sus ... padres los mantenían recluidos desde diciembre de 2021 están a salvo y bajo la tutela del Principado de Asturias. Aunque no sean conscientes por su corta edad, estos días están siendo sometidos, según anunció la consejera de Derechos Sociales, Marta del Arco, a una primera fase de valoración física, emocional, relacional y de comportamiento que determinará el alcance de los daños que haya podido provocar en ellos el aislamiento forzoso al que fueron sometidos por sus progenitores -ya en la cárcel-, y que será crucial para comenzar a construir poco a poco el proceso de curación que garantice un futuro de normalidad para los tres hermanos.
Los chavales, con los que se tienen que comunicar en inglés, presentan problemas físicos porque «es evidente que hay un proceso de raquitismo» en sus cuerpos debido a «la falta de vitamina D» al no haberse expuesto a la luz del sol. «Un niño de 8 años no solo no debería dormir en una cuna, sino que no debería caber» si hubiera tenido un crecimiento normal. Afortunadamente, los niños, según confirman las fuentes consultadas a este diario, se muestran entusiasmados con salir al parque.
«Tienen una oportunidad ahora mismo; la infancia tiene esa plasticidad: si se trabaja de manera correcta, aunque pueda haber secuelas, porque esto es algo que van a llevar de por vida, podrán llegar a la edad adulta con garantías de tener una vida plena». Así lo explica la portavoz del Colegio Profesional de Educación Social de Asturias, Flor González Muñiz, que ha estado muy pendiente del caso desde su inicio, el pasado 14 de abril, tras la denuncia de la vecina que propició la actuación policial.
Considera que los daños que han sufrido los tres menores, aunque muy graves, no son irreversibles siempre y cuando «pongamos, como sociedad, todos los instrumentos a disposición para que ese trabajo dé el fruto necesario y que en unos años veamos a unos niños sanos física y emocionalmente».
Ahora bien, ¿en qué consiste ese «largo» proceso sanador? En la construcción de su nueva normalidad. «Por la prolongación en el tiempo y la intensidad del daño se establecerá un protocolo y un plan de trabajo para generar espacios amables donde tengan la sensación de seguridad que han perdido», manifiesta. No obstante, incide, «este daño y desprotección prolongados tendrán unos efectos durante toda su vida o durante un tiempo muy importante; no se van a resolver en tres meses».
Tardarán en ir al colegio
Hasta el momento, los niños han estado recibiendo un mismo estímulo constante por parte de sus padres, a los que se les imputa sendos delitos de violencia doméstica en forma de maltrato psicológico habitual, abandono de menores y posiblemente también -con el avance de la instrucción del caso- el de detención ilegal.
No hay que dejar de lado, sostiene la portavoz del colegio de educadores sociales, que «su normalidad es la que tenían» -estaban encerrados, usaban pañales a pesar de su edad, dormían en cunas y no conocían lo que era la hierba que tenían en el jardín de la casa, entre otras cosas-, y que «ahora hay que iniciar un trabajo terapéutico desde el ámbito socioeducativo, en el día a día, para normalizar cosas tan básicas como el control de esfínteres, el aseo y la higiene, salir a la calle, socializar e ir buscando también un desarrollo progresivo de su autonomía», por ejemplo, para comer. Ello, sumado a la reducción de factores de riesgo como el miedo al mundo exterior, la socialización con otros niños y adultos y el posterior acceso al ámbito educativo.
Un proceso en el que «cada uno va a requerir un tiempo», ya que si bien los dos más pequeños se están adaptando bien, en ese sentido, a vivir sin mascarilla -sus padres iniciaron el aislamiento durante la sexta ola de la pandemia y defendían que los niños tenían serios problemas de salud, por lo que acumulaban medicamentos para administrárselos-, el mayor es un poco más reticente. «Los pequeños se las quitaron y se vieron libres, pero el grande come y vuelve a ponérsela».
Eso sí, que sean tres también ayudará a que «hagan piña entre ellos», lo que es un «factor de protección» en todo su camino hacia la normalización de las relaciones. Así, reitera González Muñiz, «no es tan fácil descomponer el discurso que han recibido durante tanto tiempo por parte de sus padres», y añade a renglón seguido que «los niños son menos conscientes del riesgo cuanto más pequeños», por lo que es normal que el mayor «necesite comprobar más que no pasa nada e ir ganando seguridad».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión