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El gallo de monte

El urogallo, una especie emblemática de las montañas, está sumido desde hace años en una regresión importante pese a estar prohibida su caza desde hace ... muchos años. Al nidificar en el suelo, las puestas son un manjar para muchos predadores empezando por el jabalí. Afortunadamente, la Fundación Artemisan está trabajando en colaboración con la Federación Aragonesa y el Gobierno de Aragón para recuperar en la medida de lo posible sus poblaciones en el Pirineo. No resulta nada fácil escribir sobre el urogallo -el rey de los bosques, la gallinácea más grande la cordillera cantábrica- cuando no se ha tenido la oportunidad de observarlo con intensidad en nuestros montes próximos, único lugar peninsular donde reside. La época más interesante es la del celo, momento en el que el gran macho pierde sus instintos de conservación y es posible el acercamiento a los cantaderos. Parece que, al inflamarse, la seringe de esta gran ave provoca una obturación de sus conductos auditivos, lo cual permite acercarse mientras ésta profiere su canto amoroso. Este relato resume esa vivencia con el único objetivo de la observación: el urogallo aparece envuelto en una claridad matizada de sombras azules que el sol de una mañana de mayo dibuja sobre la nieve. Resuena la voz sonora del gallo en celo, levanta la pata, estira el cuello y mira a su alrededor. No distingue nada que puede alarmarlo; tranquilizado, mantiene erguida la cabeza, forma la rueda con su espléndida cola y lanza sus trinos de amor. Parece como absorto, entregado a una especie de éxtasis, ciego, sordo y despreciando cuanto le rodea. Al fin, la poderosa silueta de la corpulenta ave, con las alas bajas, la cola abierta y el cuello hinchado por el clamoreo del celo, puede ser atisbada entre las ramas de alguna frondosa haya.

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