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«Hay que usar bolas de caucho o descargas con los ejemplares jóvenes de oso pardo, que no nos ven como un peligro a los ... humanos y a los que, además, los ejemplares adultos les echan del bosque. Esos son los que hay que disuadir de acercarse a las personas y a los entornos habitados, porque están en trance de habituarse». Así se expresa el presidente de la Fundación Oso Pardo, Guillermo Palomero, tras el incidente del domingo. Aún quedan por precisar detalles como la edad y el sexo del oso causante del grave percance, pero Palomero no pierde la oportunidad de subrayar que «estamos en una naturaleza muy completa, en la que puede ocurrir de todo».
Tampoco es que los osos pardos sean una especie en exceso peligrosa para el ser humano. «Si se sienten seguros, se quedan quietos en el encame o donde estén cuando notan presencia humana», explica Palomero, que recuerda que los ocho casos anteriores registrados de ataques en la cordillera Cantábrica y el Pirineo en los últimos 20 años «coinciden con encuentros súbitos con ejemplares» y se resolvieron, en cinco de los casos, con heridas leves». Insiste, eso sí, en la relevancia de no confiarse en el monte. Y no solo es que ahora haya más osos en la cordillera (superan los 300 entre las dos poblaciones asturianas), sino que están más activos que hace décadas, «hibernan menos».
Por su parte, el CSIC califica de «hecho excepcionalmente raro» el ataque del oso de Sonande.
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