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Acoso escolar en Euskadi: así lo tratan los 900 docentes que hacen frente al problema

La exposición en redes y determinados «cambios sociales» en el ámbito familiar son factores que alimentan una «crisis de salud mental» a la que el alumnado no es ajeno

Domingo, 26 de octubre 2025

El suicidio de Sandra, una adolescente de 14 años de Sevilla, por un presunto caso de acoso escolar, ha revelado de nuevo el rostro más ... oscuro del 'bullying'. La noticia ha causado una honda conmoción en la comunidad educativa por la dimensión de una tragedia que muchos se preguntan si podría haberse evitado. Esta semana se ha sabido que los Mossos investigan si la muerte de un menor en Lleida fue consecuencia del acoso por parte de varios compañeros de clase.

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El suicidio es una de las principales causas de muerte no accidental entre jóvenes y adolescentes. La problemática interpela a toda la sociedad pero tiene en los centros escolares uno de sus principales cortafuegos. ¿Cómo? Poniendo el foco en la prevención. Una decena de colegios consultados por EL CORREO trabajan los valores de la convivencia en diferentes asignaturas como parte del currículo y tienen proyectos específicos para abordar la cuestión. Todos han elaborado un plan de convivencia.

Euskadi cuenta desde 2018 con Bizikasi, una estrategia integral de bienestar emocional. Bajo ese paraguas, Educación ofrece formación y, sobre todo, protocolos para saber cómo actuar ante diferentes situaciones. Los hay de todo tipo: contra el acoso escolar, para prevenir la conducta suicida, contra la violencia machista o la desprotección de los menores, de acompañamiento a alumnado trans... Sirven para «escuchar, proteger, intervenir y acompañar» a los menores que sufren y sus familias.

Aquí es clave el coordinador de bienestar. Es una figura que deriva de una ley de 2022 de protección a la infancia. 900 docentes cumplen esta función en los colegios vascos, uno por centro. También integran los equipos BAT (grupo contra el 'bullying', en euskera), junto con la dirección, jefatura de estudios y un orientador. Este grupo es el encargado de activar la maquinaria ante un supuesto caso de acoso. El protocolo se abre a instancias de la familia o de cualquier docente y se ponen en marcha diferentes medidas de vigilancia. Todo debe quedar documentado. En paralelo, se habla con la víctima, se informa a los padres, se actúa sobre el grupo si fuese necesario... Todo ello, en coordinación con Inspección y los servicios de apoyo, los Berritzegunes.

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«Al mínimo indicio, abrimos el protocolo. Para proteger al menor, a la familia y para cubrirnos las espaldas», relata el responsable de un colegio. En el curso 2022/23, último del que hay datos, se abrieron en Euskadi 1.543 expedientes por 'bullying'. Sólo en el 14% de ellos se demostró que existía acoso. Si bien la Fiscalía señala en su última memoria que los protocolos «no acaban de solucionar el problema» del 'bullying', los responsables consultados afirman que «sí ayudan». «Son una guía para saber qué pasos seguir y cómo hablar con un chaval que sufre».

Llega un momento crítico del protocolo en el que el claustro debe decidir si lo que tiene entre manos es o no acoso. «No siempre es fácil, los chavales no son idiotas y no cometen el abuso delante de nosotros. No somos infalibles», explica una fuente. El documento exige que se den ciertas condiciones: que haya una situación de «desequilibrio de poder», una intencionalidad, que sea repetido en el tiempo... «No todo es 'bullying', en un colegio hay conflictos constantes», apunta una responsable de bienestar.

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En caso de que los indicios recabados sí apunten a un caso de acoso, se adoptan medidas: cambiar de grupo a alguno de los implicados, extremar la vigilancia en el patio y comedor, no dejar nunca la clase sin profesor... Cuando procede, el trabajo se extiende fuera del centro incluso en coordinación con Osakidetza o la Ertzaintza.

A todo esto, hay otro momento delicado. ¿Qué pasa con el abusón? A fin de cuentas, el objetivo no es castigarle, sino restaurar la convivencia porque «ningún chaval machaca a otro porque sí, hay que buscar las razones detrás de su conducta, que pueden ser un problema personal, en casa...». «Muchas familias se cierran en banda y niegan la realidad. ¿Cómo va a ser mi hijo un maltratador? No es fácil y no todas ayudan. A veces hay problemas y deriva en denuncias cruzadas entre las familias», expone un docente.

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La salud mental, «en el centro»

Por eso es tan importante el trabajo previo y que el coordinador de bienestar tenga tiempo suficiente para desempeñar su labor, algo que no sucede en todos los centros, donde apenas se les libera unas pocas horas a la semana. Colegios concertados lamentan, además, que no es una figura financiada por el Gobierno.

Algunos colegios dicen que el número de protocolos abiertos en los últimos años, tanto de acoso como de suicidio –que no siempre están relacionados, ni mucho menos–, es estable. Otros admiten un repunte. «Vemos necesidades que hace cinco años no existían», apunta una educadora. «Los adolescentes han puesto en el centro la salud mental y, por tanto, tienen más necesidades emocionales», coincide Alexander Muela, doctor en Psicología y profesor en la UPV/EHU. «Si no se atienden, puede generar frustración, sensación de ser una carga... Y eso puede agravar las ideas suicidas», abunda el experto, que ha impartido diversas formaciones a docentes vascos en prevención de la conducta suicida.

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«El año pasado vimos que una alumna tenía marcas autolíticas en las muñecas», cuenta un docente. «Activamos el protocolo contra el suicidio y avisamos a la familia. Una de las medidas que se toman en estos casos es que no puede ir sola al baño. Qué responsabilidad tan enorme para la compañera que va con ella, ¿no?». «Además, no siempre sabes cómo responder a una crisis. No somos psicólogos o psiquiatras», añade. El primer año del protocolo contra el suicidio, en el curso 2022/23, se abrieron 613 expedientes, casi dos al día.

«Mirar a los ojos»

Las Urgencias de los hospitales reciben cada vez más ingresos por intento de suicidio, como explicaba esta semana en estas páginas el doctor Francisco Villar del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. Según las fuentes consultadas, esta realidad se ha agravado en la última década, acentuado tras la pandemia y deriva de varios factores: una «barra libre de internet» cuando los cerebros de los menores aún no están formados, lo que les expone a riesgos en redes, rebaja la calidad de sus relaciones y afecta a la calidad del sueño; adicciones a sustancias tóxicas o alcohol; una mayor sensación de soledad, «el principal mal de nuestra época»; y un cambio en los valores que provoca, en opinión de algunos docentes, que no haya «tolerancia a la frustración».

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Y esto lo relacionan con diversos «cambios sociales», sobre todo en el ámbito familiar. «Hay chavales que no llevan bien algunos procesos de separación, el fallecimiento de familiares, la pérdida de un empleo...», analiza un director. «También hay mucha sobreprotección, los chavales no tienen oportunidades para aburrirse, equivocarse y trabajar su gestión emocional», añade otra.

Ante esta «crisis de salud mental», en palabras de Muela, los centros recalcan que llegan a donde llegan. Piden, entre otras cosas, más recursos y formación, porque muchos «se buscan la vida» para especializar a sus docentes. Los Berritzegunes, cuentan, «están desbordados». Los centros demandan también a las familias que arrimen el hombro. Hoy en día, con los móviles y las redes sociales, el acoso es una amenaza las 24 horas al día.

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«En nuestro centro atendemos más conflictos los lunes, y eso es porque los chavales llegan alterados del fin de semana, casi siempre por problemas relacionados con el móvil: que si fulanito ha expulsado a menganito de un grupo o cosas así», cuenta una directora. Por ello, la transparencia a la hora de aplicar los protocolos y el trabajo con los padres es fundamental. «Es importante que volvamos a mirar a los alumnos a los ojos, tanto en el colegio como en casa. Quizás vamos todos demasiado rápido», zanja una profesora con 25 años de experiencia.

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