«Los dentistas ya no hacemos daño»
El bilbaíno Jaime Gil, mejor odontólogo del año en España, lamenta que «aún haya pacientes que pierden dientes»
Al bilbaíno Jaime Gil le llueven los premios. Además de presidente de la International Federation of Esthetic Dentristry -máxima distinción mundial- el Colegio de Odontólogos ... de España, que integra a más de 36.000 colegiados, le ha elegido mejor dentista del país. Algo que jamás imaginó, aunque siempre soñó con ser dentista y especializarse en Estados Unidos. «Mi padre siempre nos imbuyó que estudiásemos lo que quisiésemos, pero que fuésemos a especializarnos allí». Gil escogió la Universidad del Sur de California porque deseaba ofrecer a sus pacientes «los mismos tratamientos que un profesional de Beverly Hills o Zúrich».
Antes, José Ramón Cirarda, el dentista de la familia, le «inspiró», contagió la ilusión por el oficio y le invitó a pasar por su consulta «las veces que quisiera» para que fuera familiarizándose con la profesión. Poco tiene que ver la odontología que estudió con la que practica. El progreso ha sido vertiginoso «en los últimos seis años», pero «no tanto», cree, como para que algún día lleguen a trabajar «sin abrir la boca de los pacientes. Me temo que eso no va a ser posible», bromea.
No obstante, aquellas cubetas que les metían en la boca «y que tantas arcadas les producían» serán sustituidas por cámaras de vídeo, que enviarán una señal a los laboratorios para elaborar «informáticamente» las restauraciones que precise cada paciente. Suena a ciencia ficción lo que pronuncia, pero remarca que aún hay trabajos que siguen haciendo «con la tecnología convencional». Gil jamás gastó ínfulas de estrella. Solo aspiraba a ser «un excelente profesional» que se desvive hablando de su oficio. «Ahora podemos poner implantes sin tener que hacer una gran cirugía que implique una incisión ni utilizar el bisturí para abrir todo el paladar. Con unos pequeños orificios puedes llegar al lugar donde intervenir», precisa este «dentista vocacional» que lamenta la demora con la que algunos pacientes llegan a las consultas. «Todavía, por desgracia, hay gente que pierde dientes. ¿Cuándo venía antes un adulto al dentista? Cuando le dolía una muela. Por dolor, pero eso ha cambiado radicalmente. Ahora preguntan 'Me gustaría tener una sonrisa más bonita', '¿Me podría dejar los dientes más blancos?', '¿Me podría hacer algo para no enseñar tanta encía?'».
Cuenta que los teléfonos móviles han girado el rumbo dental. «Cuando nos hacemos un selfie, ¿qué hacemos todos? ¡Sonreír! Ese clic, que va a todas las partes del mundo a través de las redes sociales, ha cambiado el valor de la sonrisa. Todo el mundo quiere enseñar dientes blancos y, a poder ser, que les llenen la boca. Nadie desea mostrar dos huecos negros grandes».
Por eso los tratamientos de ortodoncia para adultos se han equiparado a los infantiles. «Es el tratamiento más valioso y menos invasivo. Antes no le podías decir a una persona de 40 o 50 años que le ibas a llenar la boca de hierros». Pero si algo «ha revolucionado» la odontología, a su juicio, es la ausencia de dolor. «No han pasado los suficientes años para que muchos olviden el temor que infundía el dentista, pero uno de los logros más importantes es que ya no causamos dolor ni hacemos daño».
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