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Los cinco miembros de La Manada. E.C.
La cuadrilla frente a 'La Manada'

La cuadrilla frente a 'La Manada'

El Piscolabis ·

En los ochenta, meter mano a una chica borracha que no era dueña de sus actos era motivo de crítica severa por parte del grupo

Jon Uriarte

Sábado, 30 de junio 2018, 03:32

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La 'Nueva Manada' es la demostración de que en este planeta todavía caben más tontos. Son delincuentes sexuales. Pero, sobre todo, son animales de cerebro vacío. O igual es que desean ser carne fresca de presidio. Ya saben que hay gente para todo. Pero este árbol podrido nos está impidiendo ver el bosque. Que unos niñatos que han mamado de la violencia y carecen de valores intenten imitar a la banda que confunde sexo del bueno con lo que pasó en un portal durante unos San Fermines entra dentro de lo previsible. Basura llama a basura. En cambio hay algo que sí es preocupante. Lo que piensa, hoy en día, un chaval de 16 años. O una chavala.

Salió hace casi un mes pero no logro digerirlo. Saber que una de cada dos personas en España, mayor de 16 años, considera que el alcohol puede ser causante o motivo de una violación provoca alarma. Y que el 15% diga que si la víctima estaba borracha es culpable de la posterior agresión sexual por haber «perdido el control» genera, directamente, arcadas. Porque no nos extraña un pensamiento así en un adulto talludito que se haya criado en los años oscuros. Me refiero a cuando la mujer debía usar braga cuello vuelto y era patrimonio exclusivo y esclava del hombre. Pero no logro entender que alguien que ha nacido en el nuevo mileno piense igual. Si su hijo o hija comparte esa opinión no culpe a Internet, ni a los agresivos videojuegos, ni al cambio climático. Algo ha fallado. Entre otras cosas usted. O ustedes, si hablamos de padre y madre. Llevo leyendo demasiados artículos en los que se culpa a todo lo que se mueve menos a quienes parieron a una generación que no solo no nos mejora, sino que va a peor. Si creen que exagero, hagamos memoria. Hablemos de una cuadrilla normal de los 80. Y ya que estamos en pleno Mundial, afinemos más y vayamos a 1982.

Era una cuadrilla de seis amigos de 16 años. Clase media, la mitad de colegio religioso y la otra de laico. Unos buenos estudiantes y otros coleccionistas de notas en rojo deficiente. Cada cual de su padre y su madre. Ya les advierto desde ahora que nunca fueron santos. Pero tenían ciertos códigos. Algunos de ellos ahora sonarían antidiluvianos. Incluso habrá quien vea en aquellas normas un cierto tufo a «micro-machismo» o, directamente, puro machismo. Pero era lo que había. Por ejemplo, meter mano a una chica borracha que no era dueña de sus actos, era motivo de crítica severa por parte de la cuadrilla. Y hablamos de un manoseo. Otra cosa más grave implicaba el desprecio absoluto del resto de los componentes. No porque fueran de una integridad merecedora de santidad. Sino por algo tan simple como el «ser un tío legal». Era aceptado y aplaudido algo tan incomprensible ahora como batir récords de velocidad con el coche o ganar a todos a beber sin parar. Ya les digo que no eran santos. Y las conversaciones sobre mujeres y sexo alcanzaban grados de porno duro. De hecho, el recorrido de las revistas, a poder ser muy guarras, era tan largo como miembros y testosterona tenía la cuadrilla y, cuando digo miembro, lo digo con doble intención. Pero sabíamos lo que era una fantasía sexual y la vida real. Por otro lado, la chica que gustaba a uno de la cuadrilla era ya excluida de la sesión de comentarios zafios. Eso se reservaba para las de fuera del entorno. Por supuesto, esos comentarios no salían del círculo de la cuadrilla y jamás se realizaban en presencia de ellas o en voz alta. Y ya que hablamos de códigos, pasemos al siguiente. El componente de la cuadrilla que se «aprovechaba» de la debilidad emocional de una chica, bien porque acababa de salir de una relación o porque tenía un problema, era tachado de oportunista y cobarde.

Respecto a ropa y provocaciones, la chica ligera de tela era vista, hay que reconocerlo, como una provocadora o, directamente, una guarra. Pero la cosa fue cambiando y hasta en eso entendió aquella cuadrilla que una cosa era enseñar y otra dar permiso para tocar. Al menos, en este caso, era máxima compartida. En cambio leo en la encuesta antes mencionada que uno de cada seis asegura que a una mujer que viste de manera provocativa no debería sorprenderle que un hombre intente obligarla, subrayo lo de obligarla, a mantener relaciones sexuales. Vamos, que aquella cuadrilla de 1982 era menos machista que una de 2018. Y pasa lo mismo con la credibilidad de una víctima si ha tenido muchas parejas. En la cuadrilla de los 80 también había alguno que pensaba así. Pero fue cambiando. Ayuda que tu hermana haya tenido cinco novios y empieces a ver la cosa de otra manera. Insisto, no eran mejores. Pero jamás habrían respondido a una encuesta de esa forma. Porque sabían lo que estaba bien y lo que estaba mal. Cuándo llevaban pecado y cuándo no. Y si existía, intentaban disimular. Porque había eso que llaman conciencia. O, simplemente, vergüenza torera.

Siempre hubo y siempre habrá depredadores sexuales. Y cobardes maltratadores. La diferencia es que ahora se denuncia. Se hace público, se señala al culpable y se pide su condena. Aunque visto lo malas que son las leyes o lo mal que se aplican, habrá que cambiarlas o mejorarlas. Pero lo grave, lo peor, es que vivimos en un tiempo donde los chicos y, no lo olvidemos, las chicas de 16 años son igual o más machistas que sus antepasados. Por eso dicen en una encuesta lo que piensan, sin ningún tipo de pudor. No son conscientes de la barbaridad que exponen. Por eso están más cerca de ser manada que de ser cuadrilla. Y aquella no era ni mucho menos perfecta. De hecho era machista. Pero lo de ahora es peor. Porque no tiene excusa. Son otros tiempos. Y debería notarse. Cierto que hay excepciones. Que quizá sus hijos, sobrinos o nietos sean dignos de aplauso. Pero las encuestas y estudios realizados lo dejan claro. Tenemos un problema. Muy grave. Se llama falta de valores. Y, si me apuran, de sentido común. Casos como el de Canarias ocupan y ocuparán los titulares. Pero lo más grave es lo que se lee entre líneas. Que las nuevas generaciones creen que lo anormal es lo normal. Comparen aquella cuadrilla de los 80 con las de ahora. Entonces éramos machistas. Ahora también lo son. Lo peor es que lo dicen. Y sin pudor. Por eso díganme, con la mano en el corazón, si creen de verdad que los adultos que los han criado no tienen ninguna culpa.

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