Cuando ir a clase es una odisea: «En la universidad había puertas que no se podían abrir»
Estudios y discapacidad ·
La tasa de formación superior cae en este colectivo. «Tenemos derecho a un entorno educativo totalmente inclusivo y accesible».«Hacia dónde vamos, nuestro objetivo es poder llevar una vida independiente». El director de Fekoor, Javier Gil, resume así la meta que persigue cualquier ... persona con discapacidad. Y recuerda que no es solo algo que se limite al ámbito personal; es un derecho reconocido por las Naciones Unidas. Pero el punto de partida con respecto a la población general no es el mismo. Por las circunstancias individuales de cada uno, porque todas las discapacidades no son iguales y tampoco la situación de las familias, y por cómo está estructurada nuestra sociedad. Desde la federación vizcaína, que reúne a una veintena de colectivos, ponen el foco en un aspecto clave para conseguir esa equidad: la educación. Tienen claro que, «si no podemos acceder» a los estudios «en igualdad de condiciones, empezamos nuestra trayectoria en negativo».
Exigen desde Fekoor que se cumpla ese «derecho que tenemos a una oferta y entorno educativo totalmente inclusivo y accesible en todos los niveles de la enseñanza». Entiende Gil que «si en infantil empiezan a tener problemas para ser incluidos, la situación no va a mejorar en las siguientes etapas». Y, de hecho, no mejora. Basta con mirar los datos que maneja el Instituto Nacional de Estadística (INE). No dejan lugar a dudas. Mientras que el 45,3% de los vascos tienen estudios superiores, la tasa en las personas con alguna discapacidad se reduce al 14%. Y llama la atención que, por ejemplo, en las personas con movilidad reducida, el colectivo más numeroso (48,8 de cada mil habitantes), disminuya el porcentaje de universitarios hasta un 11,52%.
En Euskadi, reconoce el responsable de Fekoor, hay «bastante sensibilidad y, a nivel político se ha ido avanzando mucho» en comparación con otras regiones. Si miramos hacia atrás, al año 2008, las personas con discapacidad que contaban con una titulación superior suponían apenas un 6%, menos de la mitad que en la actualidad. Sin embargo, insiste, «queda camino por recorrer», porque todavía hay personas que no pueden proseguir con sus estudios pese a estar en condiciones de hacerlo.
Una de las principales razones es muy básica. Se llama dinero. «Las investigaciones hablan de que el sobreesfuerzo económico de una persona con discapacidad es de 20.000 euros al año», expone. Se trata de «costes directos» como «productos de apoyo o sanitarios, adaptación de barreras...». Por eso, muchas familias no pueden plantearse los desembolsos que puede exigir la entrada de sus hijos en la universidad.
Más que barreras físicas
Es esencial, para dar la vuelta a esa situación, que «esté asegurado un sistema de becas o ayudas» que contribuya a mitigar esa «desventaja». Y apoyos para garantizar «la accesibilidad universal», algo que, matiza, no se trata «solo de barreras físicas», con las que en los últimos años se han dado grandes avances con la instalación de ascensores o la adecuación de baños adaptados. Se refiere Gil a otro tipo de medidas, porque «hay discapacidades sensoriales, orgánicas... a las que el entorno les pone muchas limitaciones».
Esas restricciones implican que, en ocasiones, estas personas tengan que ajustarse «a modelos donde la formación está basada en la segregación». «Si optas por la formación a distancia, que sea porque quieres tú y no porque no te quede otro remedio; no porque no tengas un sistema de becas que te permita acceder a un transporte adecuado, o porque no tengas accesibilidad en el centro de estudios», subraya.
En su contexto
14%
de los vascos con discapacidad tienen estudios superiores, frente al 45,3% de la población general.
Razones económicas
Las familias tienen un sobrecoste y no pueden asumir más gastos
6%
era el porcentaje de personas con discapacidad que habían terminado sus estudios superiores en 2008.
Modelos segregadores
Muchos optan por la educación a distancia por falta de accesibilidad
Itziar Pérez | Con estudios superiores
«En la universidad había puertas, como la de la biblioteca o la cafetería, que no podía abrir»
Itziar Pérez, 31 años, programadora, padece una enfermedad neuromuscular. En el colegio y el instituto, en Trapagaran, era «la única alumna con discapacidad», y contaba con la ayuda de una persona de apoyo. Le iban bien, se presentó a Selectividad y se inscribió en la carrera de Matemáticas. Llamó al «departamento de atención a personas con discapacidad» de la UPV, ya que iba a estudiar en Leioa. «Cuando hablas con ellos parece de una forma y, cuando llegas en septiembre, es diferente».
Las primeras barreras que se encontró fueron las físicas. «Era imposible acceder a la biblioteca o la cafetería yo sola; no podía abrir las puertas», recuerda. Ella no necesitaba a ningún auxiliar que estuviera con ella de forma continua, con que la acompañara al baño era más que suficiente. «Me pusieron una persona para eso, pero estaba de apoyo continuo con un chico de otra facultad, así que tenía que desplazarse desde otro edificio hasta el mío si yo quería ir al baño», detalla. Era «complicado» de gestionar. «Los baños adaptados estaban cerrados, y no me dieron opción a darme una llave para que abriera yo, las tenía la auxiliar», recuerda.
Para desplazarse hasta el campus utilizaba al principio Bizkaibus, «pero me quedaba a veces tirada porque las rampas no funcionaban y no llegaba nunca a tiempo a clase». Pidió una beca de transporte y viajaba en taxi adaptado. «La gente puede pensar 'qué cómodo', pero no tienes independencia para quedarte un poco más como el resto, o de irte antes si no ha venido un profesor, porque ya has quedado a una hora con el taxista y, a lo mejor, cuando tú quieres irte está en otros servicios», relata. Hace hincapié, además, en que «las becas no las conceden hasta febrero, así que te pasas meses adelantando mucho dinero al taxista», por lo que «hay familias que puede que no se planteen que sus hijos vayan a la universidad porque tienen que adelantar los viajes y no pueden».
Pérez desgrana las pequeñas trabas, esas que dificultan el día a día de las personas con discapacidad, aunque reconoce que «ha cambiado todo mucho». «Tengo amistad con gente más mayor con discapacidad y no tiene nada que ver la sociedad en la que vivimos ahora que la de hace años», subraya. Ella, por ejemplo, va por su segundo máster, aunque los está estudiando a distancia. Hizo sus prácticas de la mano de la Fundación ONCE, porque en la universidad «me decían que no encontraban una empresa para mí, cuando lo único que necesitaba era que tuviera baño adaptado y ascensor». Ella sí la encontró, y tras pasar por una entidad bancaria y una consultoría, es programadora en Ibermática.
Rosalía Cuadrado | Sin estudios superiores
«Era la clásica empollona, pero te dirigían a modista o a centros de empleo protegido»
En un pueblo de Salamanca, en 1956, nació Rosalía Cuadrado. Con apenas 19 meses, le «atacó» la polio. Le afectó a «la pierna derecha». Sus padres emigraron poco después a Barakaldo, donde residía un tío, para tratar su enfermedad, y, entre los 2 años y los 8, estuvo ingresada en el hospital de Gorliz, donde atendían a personas afectadas por esta dolencia. «No estaba escolarizada. Lo que sabía cuando salí de allí me lo habían enseñado mis hermanos, que me llevan entre 11 y 14 años», rememora. Empezó en el colegio «dos o tres cursos más atrás» de su edad, y tuvo intervenciones hospitalarias que no afectaron tanto a su evolución en la escuela porque recibía refuerzo de una asociación.
Le fue bien e hizo «hasta COU». Su etapa educativa finalizó ahí, y no en la facultad de Bellas Artes, como le hubiera gustado. «Mis padres eran mayores y tenía que ayudarles». Además, eran otros tiempos, en los que a las chicas con discapacidad «las iban dirigiendo a ser modistas o a cualquier trabajo que pudieran hacer en casa; no las animaban a estudiar».
A ella, reconoce, le «gustaba» hincar los codos, «era la clásica empollona». «En los libros encontré un camino para abrirme al mundo», asegura. Por eso, «que no haya podido hacer carrera no significa que los haya abandonado; en todos los cursillos que puedo estoy ahí, aprendiendo». Y sigue haciéndolo. De hecho, bromea. «Tengo menos tiempo desde que estoy jubilada porque me apunto a todo».
Cuadrado, muy implicada en el movimiento asociativo de Barakaldo, trabajó 20 años en un taller de empleo protegido, en el que estuvo «muy contenta». Eso sí, le molesta que, «por tener una discapacidad», se derive a la gente a los centros especiales de empleo. «Igual mi generación no podía tener una gran preparación académica, pero hoy en día no puede ser», sostiene. De ahí que insista en que se aliente «a quienes tengan inquietud y capacidad», y también en que se «respeten los ritmos» de los niños y se les dote de «ayuda» para alcanzar a sus compañeros si sus dolencias les han hecho perder clases como a ella. «Las facilidades no son privilegios, los apoyos son necesarios, son derechos», zanja.
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