Charanga
Diría que el sonido de la charanga nació ya antiguo, pero también que transmite una alegría que viene de muy lejos y que a la ... mayoría nos traslada hasta la infancia, cuando correteábamos las calles detrás de aquellos músicos que anunciaban días y noches de fiesta.
Tengo la impresión, además, de que estas agrupaciones resuenan con especial intensidad en los pueblos. En los grandes festivales veraniegos, con macro-escenarios y estudiados estilismos, no solemos saber nada de quien está justo delante o detrás de nosotros, pero en las pequeñas poblaciones, todo el mundo sabe cómo se ha portado la vida con quien tiene al lado: quién trata de superar una muerte, una enfermedad, una separación, un despido. Por eso, al ritmo de la charanga parece diluirse aquella célebre frase de Tolstoi: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su modo». Lo digo porque no es raro ver bailar a quien ha sufrido duros golpes, observar cómo se hace indistinguible de aquel a quien le ha ido todo bien en los últimos tiempos, comprobar cómo, aunque sea por un momento, vence admirablemente a la tristeza. Por supuesto, hay quien no consigue distraer la pena y mira el espectáculo desde una esquina, a la espera de tiempos mejores.
«La charanga transmite una alegría que a la mayoría nos lleva a la infancia»
En verano, la infancia puede tomarnos de la mano y hacernos bailar detrás de los músicos, aunque sepamos que al final de la calle nos aguardan las noticias sobre los incendios, sobre el calentamiento global, sobre la inflación, sobre la crisis energética, y que a fondo se emboscan los reveses de la vida. Recuerdo aquella escena de 'De aquí a la eternidad' en la que el personaje que interpretaba Montgomery Clift se emocionaba al tocar la trompeta en honor al personaje al que daba vida Frank Sinatra, cuya muerte acaba de conocer. Y a menudo, en nuestro interior las trompetas suenan en honor a quienes ya no están: la música nos los devuelve por un instante.
Hay algo mágico en las charangas: si se fijan, verán que, entre quienes bailan, no solo cuesta distinguir al afortunado del desgraciado, sino que tampoco se distingue al niño del adulto. Las trompetas derribaron murallas en Jericó y las charangas son capaces también de derribar muros aún más infranqueables: los que separan la pena de la resignación, el pasado del presente, los que se fueron de los que permanecen.
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