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Amigos. Iker y Gaskon posan en el parque de Doña Casilda, en Bilbao. Yvonne Fernández

El biólogo, su amigo enfermo y el milagro de un cerebro renacido

Iker se recupera de un accidente que le dejó un mes en coma hace 32 años. Colabora con Gaskon, su compañero en EGB, que lleva dos décadas investigando estas dolencias

Domingo, 27 de julio 2025, 00:14

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Me hicieron hablar a hostias», dice con una sonrisa Iker Latatu cuando echa la mirada atrás y recuerda todo lo que ha vivido desde que el 6 de julio de 1993 sufrió un accidente que le cambió la vida de arriba a abajo. A sus 17 años, decidió salir en bicicleta con un amigo. En un momento dado, volvió la cabeza para comprobar dónde se encontraba este. El manillar se le cruzó y acabó en el suelo. Habría sido quizás solo una caída más, de las muchas que se tienen a esas edades, cuando el peligro siempre se percibe lejano. Pero al llevar mal ajustado el casco, sufrió un golpe casi fatal en la parte derecha de su cabeza. Pasó un mes en coma en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de Cruces. Seguía vivo de milagro.

Esas «hostias» se las estaba dando el fisioterapeuta que trabajaba en su recuperación en el hospital de Gorliz, a donde había sido trasladado. A ojos de todos estaba casi desahuciado. Las esperanzas de que se recuperara de aquella desafortunada caída eran mínimas. Tenía el cráneo hundido e incluso le tuvieron que extraer un coágulo en el cerebro. «Era como un vegetal. No podía hablar, no podía reír, no me podía mover…», rememora. Su estado era similar al de los pacientes que sufren ictus graves. Uno de los amigos que le visitaba entonces era Gaskon Ibarretxe. Habían sido compañeros de clase en la ya olvidada EGB en el colegio Lasalle de Bilbao. «Creíamos que nos entendías», dice Gaskon sobre aquellas desesperanzadoras visitas. «Sí, os entendía», confirma Latatu.

Lo que no sabía ninguno de los dos durante los partidos de baloncesto que jugaban en el colegio bilbaíno es que Gaskon se convertiría con los años en biólogo celular y que, como profesor en la Universidad del País Vasco, iba a dedicar 20 años de su vida a estudiar cómo revertir el daño cerebral. Ambos han formado equipo para enviar «un mensaje de esperanza» y «para ayudar a los que vienen detrás» y pasen por una situación parecida. «El ser humano lleva miles de años adaptándose y mi cerebro sigue mejorando», insiste Iker. Hoy, a los 49 años, es capaz de hablar – «castellano, euskera y 'fragalés'», dice en broma en referencia a que antes del accidente en su familia comparaban su forma de hablar acelerada con la de Manuel Fraga– camina, nada y escribe libros de poesía. Ha publicado seis y tiene listo el séptimo. «No hay que confundir la amabilidad con la coquetería», escribió en uno de ellos. Se lo enseña a Yvonne, la fotógrafa que les retrató en el parque de Doña Casilda para este reportaje.

«Un milagro»

El Daño Cerebral Adquirido es una lesión en el cerebro cuyas secuelas dependen del área lesionada y de su gravedad. Pueden provocar anomalías en la percepción y en la comunicación, así como alteraciones físicas, cognitivas y emocionales. La causa más habitual son los ictus, hasta el 78% de los casos, según la Federación Española de Daño Cerebral. Le siguen los traumatismos craneoencefálicos, el caso de Iker. Más de 435.000 personas sufren lesiones de este tipo en España, la mayoría, como queda dicho, por infartos cerebrales. En Euskadi rondan los 20.000.

La remontada de Iker comenzó el «17 de septiembre» –recuerda la fecha con precisión milimétrica–, dos meses después del accidente. En octubre comenzó a salir del hospital para ir a casa los fines de semana y ya en noviembre recibió el alta. Desde entonces no ha dejado de mejorar. «A nivel clínico, puede hablarse de que es un milagro. Suele decirse en estos casos que si en un año los afectados por este tipo de lesiones no se recuperan, ya poco o nada se puede hacer», explica Gaskon. Iker no había sufrido daños en la zona del cerebro dedicada al habla –por ejemplo, en el área de Broca, una de las implicadas en esta compleja tarea, que se encuentra en el hemisferio izquierdo–. El suyo era un problema de cableado, de conexión con los músculos que permiten el habla y la laringe. En otras palabras, no tenía que volver a aprender a hablar, 'solo' reconectar esos cables.

En su recuperación, Iker ha vuelto a andar en bici. I.L-

¿Qué fue lo que provocó este «milagro»? Aunque no se sabe a ciencia cierta, «a nivel biológico pasó algo». La hipótesis que maneja Gaskon es que se produjo «una reconfiguración de su cerebro» a la que se sumó la creación de nuevas neuronas. Sobre la primera, asegura que «el cerebro tiene una gran plasticidad, puede remodelarse. Iker es el ejemplo de ello. No podía hablar, no podía moverse y el año pasado, 30 años después, pudo ponerse de cuclillas por primera vez».

La segunda ha sido una cuestión debatida durante décadas entre los especialistas en neurociencias. Ramón y Cajal, el descubridor de las neuronas – «las mariposas del alma», las llamó–, pensaba que, a diferencia de otros órganos del cuerpo, el cerebro no era capaz de regenerarse. Hoy en día se sabe que no es así, que la neurogénesis –la creación de nuevas neuronas– es limitada pero posible. «Se producen hasta los 90 años», destaca este profesor del Departamento de Biología Celular e Histología de la UPV/EHU. «Como un trozo de piel que se regenera tras una herida, el cerebro también trata de autorrepararse, de curarse, tras ser dañado. Pero está altamente limitado por la escasez de células madre disponibles en su entorno», añade. Además, está demostrado en estudios con animales que el ejercicio físico y un ambiente enriquecido estimulan este proceso. Iker, judoca aficionado, cumplía con estos requisitos.

Neuronas en los dientes

«Es como si tienes un ordenador, le pegas un golpe y rompes parte del hardware. ¿Cómo se reconstruye el hardware del cerebro? Con células madre», explica el biólogo. Las células madre tienen dos características fundamentales. La primera es que se renuevan por sí solas. La segunda, que pueden diferenciarse para llevar a cabo la función según su ubicación en el organismo. La idea de los investigadores es conseguir un trasplante de estas 'células milagro' para sustituir a las que han resultado dañadas. «Es como poner un parche de neuronas».

El problema es que no todas estas 'supercélulas' son capaces de convertirse en neuronas funcionales. Tienen que encenderse y apagarse porque las neuronas funcionan con electricidad, se comunican a fogonazos. Sorprendentemente, las que sí sirven son las que se encuentran en los dientes. «Los dientes y el sistema nervioso tienen un origen común. Ambos se generan en una estructura llamada tubo neural. Cuando este se fusiona, sus células migran y uno de los lugares a donde van es la boca».

¿En qué estado se encuentra la investigación?

«En el laboratorio hemos conseguido crear neuronas in vitro y las hemos trasplantado en animales pequeños. Hemos comprobado que están activas. Lo que de verdad abriría las puertas de par en par a la terapia es demostrar que estas neuronas que hemos trasplantado hacen conexiones con las neuronas del huésped. Lo que sí sabemos, y es importante porque necesitan mucha energía –con solo el 2% del peso del cuerpo absorbe el 20% de la energía–, es que crean vasos sanguíneos para alimentar la zona del cerebro dañada».

A lo largo de todos estos años, los padres de Iker y su hermana han celebrado cada avance con una alegría incontenible. «Todos se pusieron como locos cuando volví a mover la mano derecha», pone como ejemplo. Él, por su parte, lo celebra todo con más ganas, «como si el Athletic ganase la Champions», algo que, por cierto, no descarta para este año. Es socio del club rojiblanco y asiduo a San Mamés. «Areso tiene buena pinta», dice sobre uno de los fichajes de los de Valverde.

Además del habla –las dificultades que tiene le han enfrentado al persistente estigma social que liga los problemas en el habla con el retraso mental, aunque «la gente ya es más receptiva, la situación ha cambiado mucho»–, Iker ha ido dando pequeños pasos para recuperar su vida. «La recuperación ha sido gradual. Cada año añadía una cosa más». Para caminar –aún arrastra ligeramente la pierna izquierda– necesitó 15 años. Intenta desplazarse a pie siempre que puede y sigue acudiendo a rehabilitación para continuar mejorando. El año pasado consiguió ponerse en cuclillas. También nada todos los días e incluso ha vuelto a coger la bicicleta –una adaptada–. Lejos quedan los días de hospital en que apenas podía comunicarse con una pizarra. Ahora se levanta, en ocasiones a las cuatro de la mañana, para escribir poesías que su amigo describe como «rompedoras y profundas». «Me siento afortunado», concluye.

Los dos amigos se conocieron en EGB, como se puede ver en esta imagen de septiembre de 1989. G.I.

El grupo de Whatsapp de las cenas y un proyecto de documental

El equipo que ahora forman Iker y Gaskon se formó casi por casualidad. Se conocían desde el colegio, sí, pero por entonces el ahora científico no había decidido qué camino seguiría. Fue gracias a un grupo de Whatsapp que utilizaban para organizar comidas y cenas de clase. Gaskon puso un enlace a una página en la que se contaba la investigación que durante diez años había estado llevando a cabo en la Universidad del País Vasco sobre las células madre en los dientes. Esta fue la que activó el interés de su amigo por colaborar en la investigación.

Ahora ambos se plantean contar su historia en un documental. «Es solo una idea, estamos abiertos a todo. Sería interesante, con el informe médico de Iker, que algún especialista pudiese dar una visión más profunda de los mecanismos de su recuperación. La neurogénesis es uno de ellos, pero también hay otros mecanismos de plasticidad que se podrían discutir. Varios expertos ya me han dicho que estarían dispuestos a participar», explica el profesor de la UPV/EHU. Le añadirían una «potente carga emotiva al incluir alguna foto de ambos cuando estábamos en EGB» como la que puede verse sobre estas líneas.

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