El arte de ser Peggy Guggenheim
- Tal día como hoy - ·
Valedora de los grandes pintores y escultores del siglo XX cuando solo eran artistas desvalidos, a la heredera de un magnate muerto en el 'Titanic' no le perdonaron que fuera mujer, rica y libertina. Hoy cumpliría 120 añosDe no ser por su apostasía de los rancios convencionalismos de la época, le aguardaba una biogafía de un capítulo, en el que se desposa ... con un joven de abolengo y le procura descendencia mientras se deja entumecer lentamente por la futilidad de su ecosistema burgués, judío y sexista. Pero Peggy Guggenheim (Nueva York, 1898) no estaba hecha para ser domesticada. Hija de un magnate de la minería que murió en el 'Titanic' cuando ella solo tenía 14 años y de una madre negligente descendiente de un poderoso clan banquero, puso los pies en polvorosa en cuanto a los 21 heredó una fortuna. Al terminar sus estudios había trabajado en una librería vanguardista donde conoció el arte moderno europeo, así que puso rumbo al Viejo Continente. Primero a París, la meca de la 'bohéme', donde se divertían e intentaban pintar algo un tal Man Ray, para quien se convertiría en musa; Marcel Duchamp, su mentor y consejero; Yves Tanguy o Salvador Dalí. Más tarde a Londres, donde hacían lo propio otros talentosos aún desconocidos como Kandinsky, Cocteau o Lucien Freud. Los dos mundos, a priori antagónicos, quedaron mutuamente deslumbrados. Ellos, con aquella americana enérgica, sensual y decidida; ella, con su creatividad inédita e indómita.
En 1938 se decidía a abrir una galería de arte en la capital británica y, animada por el dramaturgo Samuel Beckett, su amante de siempre, comenzaba, con 39 años, la adquisición activa de obras para su propia colección. Se impuso la política de «una compra al día». Los precios del arte de vanguardia, tachado de «degenerado» por los nazis, estaban por los suelos. Así, hoy era un 'braque'; mañana, un 'mondrian'; pasado, un 'picabia'. A Léger le adquirió su 'Hombres en la ciudad' el mismo día en que Hitler invadía Noruega. A Brancusi, su 'Pájaro en el espacio' cuando el ejército alemán estaba a las puertas de París. Solo entonces, en julio de 1941, voló a Nueva York para ponerse a salvo junto con una deslumbrante colección por la que solo pagó 40.000 dólares.
Al año siguiente inauguró allí su museo-galería Art of This Century. Lo hizo luciendo «uno de mis pendientes Tanguy y uno hecho por Calder para mostrar mi imparcialidad entre el surrealismo y el arte abstracto», bromeó la ya esposa de Max Ernst, con quien se casó tras divorciarse de Laurence Vail, un pintor con la mano larga. Por la sala, epicentro de la exhibición de arte contemporáneo, desfilaron desde Mark Rothko hasta Jackson Pollock, a quien pagó alojamiento y manutención para que pudiera dedicarse a los pinceles.
Cansada del menosprecio por su condición de mujer, rica y abiertamente libertina, en 1947 compró el Palazzo Venier dei Leoni de Venecia y se instaló allí, donde vivió el suicidio de su hija Peegen, siguió su labor de mecenazgo, desbocó sus excentricidadas y murió, 32 años después, tras donar el palacio a la Fundación de su tío, Solomon R. Guggenheim, con su colección dentro. «Yo fui su partera», solía decir de aquellos desvalidos a los que apoyó y que resultarían ser los artistas más importantes del siglo XX.
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