Un patrón en cada ventana
Los alaveses celebran San Prudencio con una tamborrada poco ortodoxa, pero sin duda sentida y, cómo no, lluviosa
Cuántas veces habrán hablado los abuelos de cuando jugaban con pelotas o muñecas de trapo. Era una especie de reivindicación de la diversión esencial, alejada de la tecnología o el consumo. Quien poseía el poder de la imaginación lo tenía todo. La tamborrada que se ha celebrado este lunes en honor a San Prudencio no estaba tan alejada de ese aroma de inocencia infantil. O, al menos, de ensalzar la tradición por encima de cualquier circunstancia, incluso una de las crisis más crudas que recuerdan nuestros mayores. Los gorros eran de papel; los tambores, de acero inoxidable, de plástico o de hierro. También hubo quien cumplió punto por punto el protocolo festivo. Pero de lo que no hay duda es de que fue la retreta más sentida de sus casi 50 años de historia.
Los poco más de 500 metros que separan la Torre de Doña Ochanda de la plaza de la Virgen Blanca se estiraron hasta volverse kilométricos. En Vitoria, desde Zabalgana hasta Salburua, de Lakua a Adurza, los redobles inundaron el ambiente durante una hora en una tamborrada poco ortodoxa por su dispersión, pero al mismo tiempo, la más abierta a la participación.
Los toques de tambor no fueron cosa de los más curtidos para deleite de los asistentes. Al contrario. La sinfonía se volvió flexible y accesible incluso para los menos rítmicos. No fue nada sencilla la tarea que le aguardaba a la nueva directora, Leire Betolaza, para coordinar los balcones en el debut más rocambolesco de San Prudencio. «Ha sido maravilloso y realmente emocionante», afirmaba minutos después de su estreno. Algo menos extasiado se mostraba Mikel Delika, quien no podía sentir cierta «sensación de vacío y tristeza» en comparación con el jolgorio habitual.
Resultaba de lo más extraño realizar el recorrido original a partir de las 20.30 horas. Bajo una densa lluvia, que se intensificó con una precisión milimétrica cinco minutos antes de los primeros compases para rendir un homenaje completo al santo meón, los redobles se hicieron más sonoros a medida que avanzaba la calle Diputación. Los cocineros que se asomaron desde la arteria lo hicieron de punta en blanco, sin perder detalle, y con todo tipo de instrumentos de viento y percusión. Quizás, por aquello de que la tamborrada pasa cada año a sus pies.
Pero la ocasión permitía cierta manga ancha en una liturgia tan popular. «Bat, bi eta hiru!», se lanzaron en su retreta más convincente en Zabalgana, los más madrugadores al arrancar poco después de los aplausos de las 20.00. Sus vecinos decoraron los balcones y ventanas con sábanas, vistieron prendas blancas y dieron rienda suela a una lista de canciones bastante transversal, desde el 'Baila conmigo' y 'Mi gran noche' hasta la canción del coronavirus. «Algo había que hacer y nos hemos montado la fiesta aquí. Pero para cenar no tenemos perrtxikos. ¡Ojalá!», clamaban Miguel y Mireia mientras escanciaban una botella de sidra.
También frente al ambulatorio de Lakua, por Duque de Wellington, una fachada se convirtió en escaparate de improvisados cocineros festivos, algo que en Judimendi tuvo menos eco, pero mucha intensidad. Alguno incluso llegó a soplar una dulzaina o sonaba un txistu desde un primer piso. Lakua-Arriaga parecía un santuario dedicado al caracol con decenas de dibujos y pancartas....
Pero el ruido global se escuchaba bien desde Santa Lucía, con mucho peso también de las percusiones al otro lado del vecino parque de Salburua. Lo único malo fue que no había uniformidad ni conjunción, imposible de lograr por la distancia. Por eso la supuesta tamborrada popular fue más una cacofonía, con todas las mejores intenciones, eso sí. Aunque alguno confundió la víspera de San Prudencio con una cacerolada. A quien Dios no da tambor, le vale con lo que el patrón le deje a mano. A ver si este martes no llueve mucho.