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MAIKA SALGUERO
Haizea Bengoetxea: «Tengo un vínculo con la tierra»
Productora

Haizea Bengoetxea: «Tengo un vínculo con la tierra»

Olatxuko Laboreak ·

Gaizka olea

Miércoles, 18 de octubre 2017

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Muy pocos lectores, contados, sabrían situar en el mapa de Bizkaia Arrieta, una aldea de medio millar de vecinos situada en la carretera de montaña que conecta Mungia con Busturia. Menos aún sabrán que su principal núcleo de población se llama Libano, así, sin acento, y que nada tiene que ver con el país mediterráneo del cedro, la guerra interminable y la espléndida Corniche, su paseo marítimo. Pues bien, va siendo hora de aclarar algunas cosas. Una, que es un pueblo encantador encajonado entre montes con una de las más espléndidas vistas sobre los montes de la provincia (Gorbea, Anboto, Ganekogorta) y otra, casi milagrosa, es que una decena de familias viven de lo que produce el campo.

Y si esto parece algo milagroso, no lo es menos que una joven de 30 años haya conseguido poner en marcha un negocio de mermeladas. Ella es Haizea Bengoetxea y la marca, Olatxuko Laboreak (los trabajos de Olatxu, el nombre del caserío de sus abuelos). Haizea estudió Ingeniería Agrícola en Pamplona, pero no con el fin de trabajar sometida a los horarios y exigencias de una empresa o de enrolarse en una explotación de gran tamaño.

No, escogió algo más complicado: ser su propia jefa. «Sabía que quería trabajar la tierra», asegura. Su objetivo era regresar al lugar de donde procede su familia para dedicarse profesionalmente a ello. Sabía, por lo visto en casa, que el caserío como núcleo de producción está condenado, así que el plan pasaba por especializarse. Probó con una explotación de verduras pero descubrió que ese no era el camino y se decantó por las mermeladas y los patés y cremas de origen vegetal. Dice que su familia no torció el gesto, que no trataron de desanimarla cuando les expuso su deseo de vivir de la tierra.

Prueba y error

«Se puede vivir de una manera digna», añade, y para ello se dedicó a explorar el camino de la transformación de los productos que ella misma cosecha. Tiró de azada, recolectó los frutales del caserío Olatxu, probó, hizo experimentos, dio a sus allegados el resultado de los trabajos, instaló en un caserío alquilado el obrador y desde hace dos años anda por el mundo llevando los botes de mermelada y de patés vegetales a ferias y tiendas de Bilbao, Mungia y la comarca de Uribe.

Su técnica es vieja: nada de autoclaves para sellar las conservas, para eso ya estaban inventadas las ollas a presión (aunque sean de tamaño industrial). Y el género, de casa, de la huerta que gestionan en la cercana localidad de Fika o de la producción que compran a dos baserritarras de la zona. «Así cerramos el ciclo, todo local, todo hecho en casa», señala. Para los patés (de verduras como pimiento, tomate, espinacas o berenjenas) elabora una mezcla con sémola, especias, ajo y aceite, mientras que el surtido de mermeladas es más variado y sorprendente: hasta doce variedades como calabaza con naranja, manzana con canela, pera con romero, pimientos rojos o ciruela negra, entre otras. Este año, la cosecha de frutas ha sido excepcional, lleva varios meses «cogiendo fruta como locos; quizá el año que viene no tengamos nada», bromea.

Y parece una mujer feliz, porque ha aprendido a ir por los comercios puerta a puerta para hablar de las bondades de su trabajo y porque el resultado es más que satisfactorio. «La gente de las tiendas y los clientes valoran lo que estamos haciendo; los que compran, repiten, lo que significa que apoyan el producto y el proyecto», añade.

Es su trabajo para todo el año, ahora lo llaman proyecto de vida, de trabajar la tierra, cultivar, cosechar y guardar el sobrante para seguir trabajando cuando las huertas se apagan con la llegada del invierno. La ingeniera agrícola que soñaba con regresar a sus raíces, al lugar al que casi nadie vuelve, parece anclada al pueblo de sus abuelos. «Tengo un vínculo con la tierra», concluye.

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