Y las víctimas tomaron la palabra
Se cumplen 20 años del nacimiento de Covite, el colectivo que sacó a los damnificados del terrorismo del ostracismo social
Covite celebró su acto fundacional en un hotel de San Sebastián el 28 de noviembre de 1998. Esa mismo día, decenas de miles de ... personas recorrían las calles de Bilbao para reclamar el tralado de los presos de ETA. En la manifestación, destacados miembros de los partidos políticos firmantes del Pacto de Lizarra, incluido el PNV. Ése fue el escenario en el que nació Covite. O más bien, el escenario por el que nació. «Las víctimas en el País Vasco estábamos aisladas, ocultas. Vivíamos en el ostracismo social, institucional e incluso clerical. Éramos invisibles».
Consuelo Órdoñez, Teresa Díaz Bada y Cristina Cuesta recuerdan con nitidez aquella época. Las tres padecían el estigma social de ser víctimas del terrorismo. La primera, tras el asesinato de su hermano a manos de ETA en 1995; la segunda, el de su padre –el superintendente de la Ertzaintza Carlos Díaz Arcocha, en 1985–; y la última, después de que los Comandos Autónomos Anticapitalistas mataran a su padre en 1982.
Entre las tres crearon Covite. Fue una llamada de Teresa Díaz la que puso en marcha todo. Quedaron, hablaron y se dieron cuenta de que necesitaban «hacer algo». Unas semanas antes, ETA había decretado una tregua, el acuerdo soberanista de Lizarra estaba en plena vigencia y parecía que se abría una nueva etapa. «Pero nosotras no existíamos. Se hablaba de paz y nadie miraba a las víctimas. Todo el mundo hablaba por nosotras: políticos, intelectuales... hasta cocineros. Y no podíamos permitirlo», coinciden las tres, que se han sucedido en la presidencia de la asociación. «Recuerdo que un parlamentario de EA dijo: 'es que las víctimas no saben lo que quieren'. Ése era el nivel», rememora Teresa Díaz.
Aquel 28 de noviembre se reunieron cerca de dos centenares de damnificados. Fue la presentación en sociedad de Covite. Se leyó un manifiesto que resumía el sentir del colectivo y ya dejaba entrever el ADN que marcaría el devenir de la asociación: claridad, contundencia y denuncia de «cualquier injusticia».
El texto cargaba contra las instituciones por el «abandono y olvido». Y en especial, señalaban a la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco, que «jamás se haya interesado por nosotras y sí por los asesinos y sus colaboradores», y a la Iglesia por su «indiferencia». Se exigía, además, el fin de la impunidad de los terroristas y el esclarecimiento de todos los crímenes. «Es imposible reconciliarse con quien no pide perdón ni tan si quiera reconoce el daño causado (...). No queremos ser también víctimas de la paz», concluía el manifiesto.
Veinte años después, ETA ha desaparecido, pero muchas de las reivindicaciones que marcaron la génesis de Covite aún tienen vigencia. Todavía quedan 300 casos sin resolver, los presos aún no han dado el paso de asumir el dolor causado, se siguen celebrando homenajes públicos a etarras... «Por eso continuamos. Mientras haya un grupo de víctimas con conciencia ético-política que reclame justicia de la mano de la memoria de nuestros familiares, seguiremos», explica Cuesta.
El «gran logo» de Covite, según sus fundadoras, fue que no hicieron «distinciones entre terrorismos, y su «crítica y denuncia» fue igual «fuera el que fuera» el responsable de la violencia. La mayoría de sus miembros son víctimas de ETA, pero también de los GAL y grupos de extrema derecha que actuaron durante la Transición.
Misas para las víctimas
Después de aquel acto fundacional, Covite echó a andar con rapidez. Fue una época «muy intensa». Crearon diferentes comisiones de trabajo. Unos se reunieron con los obispos para organizar misas por las víctimas; otros se encargaron de gestionar la construcción de monumentos simbólicos; se reunían con más víctimas; se encargaban de los temas judiciales y de la tramitación del papeleo para solicitar ayudas; hablaban con las instituciones...
Salvo puntuales excepciones, Covite fue bien recibido por todos los interlocutores. Con los años, el proyecto se asentó y su trabajo obtuvo recompensa, pero también se vivieron momentos difíciles, como cuando Covite decidió no acudir a los actos de homenaje a víctimas organizados por el lehendakari Ibarretxe. «Recimos muchas presiones, pero nos negamos a asistir porque había un transfondo de equidistancia. No podía ser que a la mañana recibiera a los familiares de presos y a la tarde a nosotras», recuerda Cuesta.
También vivieron momentos complicados hace unos años, cuando un proceso interno amenazó con acabar con Covite. «Unos querían mantener un perfil bajo y centrarse más en los temas asistenciales. Y otros queríamos hacer eso, pero también trabajar más, no callarnos, ser activos, estar al quite de todo para deslegitimar a ETA», recuerda Ordóñez. Casi un centenar de socios se dio de baja, pero el colectivo siguió, ya bajo la dirección de la propia Ordóñez.
– ¿Qué habría cambiado en Euskadi si no hubiera existido Covite?
– (Cuesta) Hemos sido un dique moral, el espejo incómodo en el que no quería mirarse la sociedad vasca ni su clase política. ¡Qué cómodos habrían estado muchos sin nosotros! Hemos hecho frente al discurso legitimador de ETA.
– (Ordóñez) Hemos sido el contrapeso de una sociedad podrida, anestesiada y enferma que no quería asumir su responsabilidad. Gracias a Covite las víctimas tenemos más visibilidad, influencia y presencia. Ahora toca ganar la batalla del relato.
– (Díaz Bada) Fuimos un aldabonazo en la conciencia de la sociedad y de los partidos políticos que, en cierta manera, disculpaba el terrorismo y carecía de compasión.
– ¿Y a partir de ahora?
– (Todas) Seguir trabajando en la memoria, para que lo que sucedió se cuente tal y como fue. Como referentes de lo que sucedió, tenemos que estar ahí siempre. Debemos denunciar todos los asuntos que aún están pendientes, como los crímene sin resolver y no permitir los niveles de impunidad que hemos soportado.
Un logo donado por Agustín Ibarrola
El escultor Agustín Ibarrola fue el encargado de crear el logotipo de Covite, una vez Teresa Díaz Bada, Cristina Cuesta y Consuelo Ordóñez pusieron en marcha la asociación. Para representar al colectivo de víctimas vascas, el artista vizcaíno decidió crear una «chiribita» multicolor de cinco pétalos. «Esa flor dice mucho de nosotras. Significa la alegría de vivir. Las víctimas del terrorismo siempre le estaremos agradecidas a Ibarrola. Se puso a nuestra disposición y no cobró nada», recuerda Cuesta.
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