«Llévame corriendo al Antiguo que han matado a mi hijo»
La madre y el hermano del funcionario de prisiones Ángel Mota Iglesias, asesinado por ETA hace 30 años, aún se preguntan «para qué tanto dolor»
«Han pasado casi 30 años del asesinato de mi hijo, pero no hay un solo día que no esté en mis pensamientos. Recuerdo hasta ... lo que comimos aquel día: guisado de arroz. No se me olvida». Genoveva Iglesias, de 86 años, habla del 13 de marzo de 1990, el día en que ETA atentó, por primera vez, contra un funcionario de Prisiones en Euskadi. Era su hijo mayor, se llamaba Ángel Jesús Mota Iglesias, tenía 31 años y murió al día siguiente de que un pistolero de ETA le descerrajara un tiro en la nuca mientras llevaba en brazos a su hijo de seis meses.
El joven funcionario se disponía a colocar al niño en el portabebés de su furgoneta, una 'Nissan Vanette' que estaba aparcada en la calle Matía del barrio donostiarra de El Antiguo. Eran las ocho menos cuarto de la tarde y, en ese momento, a escasos dos metros, su mujer estaba bajando la persiana de la tienda de fotografía Miki, propiedad de su familia. Un etarra se acercó a Ángel Mota y le disparó en la nuca. El bebé cayó al suelo junto a Ángel en un charco de sangre, fue recogido por una mujer que pudo ver que el terrorista huía en una moto que conducía otro miembro de la banda. Herido de extrema gravedad fue trasladado al hospital de la Cruz Roja y le operaron de inmediato, pero nunca salió del coma profundo provocado por las graves heridas que dejó la bala de ETA. Falleció horas después, el día 14.
Ángel Mota fue el primer funcionario de Prisiones asesinado por ETA en Euskadi. Había nacido en Zamora, la ciudad natal de sus padres, aunque vivía en Euskadi desde 1960. Trabajaba como administrativo en Martutene, donde se ocupaba del reparto del pecunio, la paga que se entregaba a los reclusos, así como de las nóminas de los trabajadores del centro penitenciario. Por este asesinato fue condenado como autor material, a 30 años de prisión, Xabier Balerdi Ibarguren, que trabajaba como empleado del grupo municipal de HB en el Ayuntamiento de San Sebastián. Iñaki Ormaetxea Antepara, el etarra que le acompañaba, falleció en agosto de 1991 en un enfrentamiento con la Guardia Civil.
Ángel era un joven muy deportista y volcado en los temas de montaña, su gran pasión. Y un buen estudiante. Empezó a cursar Magisterio, pero la asignatura de Música se le atravesó «por la vergüenza que le daba tocar la flauta en público y por el mal oído que tenía», recuerda su hermano Jorge Mota, que acompaña a su madre en la conversación con este periódico en el salón familiar en su casa del barrio de Gros.
Plazas en la cárcel
En ese tiempo salieron unas plazas de interinos para Martutene y su padre, también funcionario en la prisión donostiarra, le comentó la posibilidad de acceder a alguno de los puestos. Tras el atentado, el padre de Ángel no superó la pena y tuvo que coger una baja por incapacidad. El joven Mota logró la plaza de funcionario rápidamente, pero siguió estudiando, empezó Empresariales y cursó también Criminología, un diploma que le fue entregado a la familia a título póstumo.
Ángel llevaba once años trabajando en Martutene. Era auxiliar de Prisiones. Inicialmente su puesto estaba en el interior de la cárcel, en las galerías, en contacto con los reclusos, pero cuando ETA le asesinó estaba ya en la oficina de régimen, haciendo nóminas y pagando el pecunio. Estaba muy contento con su trabajo «porque le permitía tener un horario más cómodo para dedicarse a su pasión, la montaña», recuerda su ama.
- ¿En alguna ocasión había recibido alguna amenaza?
- Ángel Mota: No. Yo supe tiempo después que la Guardia Civil interceptó una nota de la banda que había sido recibida por los directores de los centros penitenciarios, con la amenaza de que iba a atentar contra un director de Prisiones. Era entonces el 'boom' del acercamiento de los presos y de esa circular no se dio cuenta al resto de los funcionarios de las cárceles, por lo que no extremaron su seguridad.
-¿Cómo recuerda el día del atentado, usted cómo se entera?
- Genoveva Iglesias: Yo estaba en la tienda de ropa que regentaba en Beraun. Andaba ya con los preparativos de trajes de comunión. De repente, escuché unas campanitas que sonaban en la tele para dar una noticia urgente. Decían que había habido un atentado y que había sido en la calle Matía. Salí corriendo donde Camelia, una chica que tenía una perfumería enfrente. 'Llévame al Antiguo que le han matado a mi hijo', le dije. Ella me decía: «Tú estás loca», pero yo insistía: 'Qué sí Camelia, que sí, que han dicho la calle Matía». En el camino, a la altura de Pasajes, me crucé con mi marido que no sabía nada y le dije que teníamos que ir al Antiguo. En la radio del coche ya hablaron de que había sido a la altura del número 21 de la calle Matía, y supimos que era él. Cuando llegamos ya estaba en el hospital. Me volví loca de dolor...
- ¿En quién se apoyaron?
- G. I.: En los hijos y nada más, porque aquí no vino nadie, nadie. Ni el cura de la prisión, que se lo tengo yo muy grabado en mi memoria. Lo tragamos todo nosotros solos, como la mayor parte de los pobres guardias civiles y militares que asesinaron en aquella época. Es muy triste, muy triste. He llorado mucho, durante muchos años. Y no he dejado de visitar su tumba en Polloe. Estuve por lo menos veinte años yendo a diario. Ahora tardo más en subir entre ocho o diez días. Allí hablo con él para mis adentros, le cuento nuestras cosas.
El atentado no solo dejó un inmenso dolor en casa de los Mota Iglesias, sino que rompió la familia en dos. No hay relación con la viuda y casi nada saben de aquel bebé que fue testigo del atentado y que hoy es un joven de 30 años. Genoveva Iglesias se revuelve pensando en la violencia que se ha vivido en Euskadi. «Esto no era una guerra, la guerra era la que tenían ellos montada, mataban por matar y dejaron cientos de familias destrozadas. Como los familiares de los pobres guardias que tenían que salir por la puerta de atrás de la iglesia, el día del funeral».
A Jorge Mota le tocó tirar de toda su familia. «En aquellos años no había asociaciones que te pudieran arropar», rememora. Enseguida se involucró en la defensa de las víctimas, primero desde Denon Artean Paz y Reconciliación, después en Covite y en la AVT, en la que ha sido delegado en Euskadi hasta hace unos días cuando cogió el acta de concejal del PP en el Ayuntamiento de San Sebastián.
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