Iñigo de Zía, la última víctima de ETA. «Gritó 'es policía', me arrastraron al bar y me dieron una paliza los 20»
memoria ·
Los agentes que tramitaron su expediente le dijeron que es la última víctima del terrorismo. Fue agredido en Pamplona el 7 de julio de 2011. Nunca lo ha contadoIñigo de Zia era policía municipal en Pamplona, la ciudad del 7 de julio. Allí, el chupinazo abre la veda de un San Fermín que trasciende fronteras pero que, de un tiempo a esta parte, se ha convertido también en un escenario privilegiado para mostrar consignas políticas. «En 2010 teníamos órdenes de que no se metieran grandes pancartas ni banderas, como suele suceder. Sí se permitían las pequeñas. En caso de que haya una situación de pánico, una gran pancarta o bandera se convierte un problema grave», explica De Zia. «Hay dos actos que algunos intentan reventar todos los años: el chupinazo y la procesión de San Fermín».
Aquella vez, las cosas salieron mal. «Cuando quedaba muy poco para el chupín, entraron cien tíos a la plaza dando palos y se hicieron con el centro. Sacaron pancartas gigantes y una ikurriña que ocupaba media plaza». Él iba de paisano, junto a otros compañeros. Les dieron orden de intervenir. «Hubo golpes, heridos, detenidos», recuerda. 16 personas fueron imputadas por desórdenes públicos. Poco después, un medio digital publicó una foto de los incidentes y señaló quiénes eran los agentes de paisano. «Unos cuantos policías municipales de paisano salimos en una fotografía de 'Ahotsa', que es un medio de los suyos, con la cara dentro de un círculo. Vamos, era señalarnos para machacarnos».
El siguiente capítulo tardó un año en llegar, el 7 de julio de 2011. «Cerca del Ayuntamiento, en la calle Mercaderes, había un bar, el Iruñazarra, donde se juntaba la Mesa Nacional de Herri Batasuna y que había sido registrado por orden de Marlaska», detalla. El local ha sido remodelado y ha cambiado de gestores, que no tienen nada que ver con los agresores. Ha pasado más de una década e Iñigo de Zia posa en el mismo lugar para EL CORREO. Luego vuelve a bucear en sus recuerdos de aquel 7 de julio. Es una historia que no ha contado nunca.
«Estaba delante del bar, de paisano, porque había pasado la procesión y tenía que volver a pasar por allí de regreso. Entonces apareció esta persona, Eneko Joseba Echandi Garchitorena, que fue condenado por estos hechos en 2013 y es hijo de un conocido miembro de ETA, Sotero Echandi, que se encargaba de los cruces de la muga en Navarra».
Todo empezó con un grito. «¡Es policía! ¡Es policía!». Un dedo acusador señalaba a Iñigo de Zia en medio de la calle Mercaderes. Allí empezó la pesadilla. «Eneko Joseba Echandi me agarró del brazo y tiraba de mí hacia el bar. Yo me resistía. Es una mole, enorme. Me resistí tanto que me rompió los ligamentos del brazo», cuenta. «Entonces salieron varios más y me engancharon. Me metieron en el bar y desde allí un tumulto me llevó al sótano. Abajo eran muchos, había veintitantos. Y me pegaban puñetazos y patadas por todos los lados».
Aquel infierno se alargó durante un tiempo que no acierta a calcular, hasta que la suerte se puso de su parte por un instante. «Otro compañero de la Policía Municipal había visto de lejos cómo me arrastraban al bar y avisó a la central. Llamaron a todas las unidades que estaban por allí y vinieron a toda velocidad al bar». Lograron rescatarle a tiempo, antes de que las heridas causaran estragos mayores.
En el juicio, celebrado en 2013, fueron condenados Echandi Garchitorena y una mujer que no permitió acceder a los agentes a una zona privada por donde escapó aquel día. La sentencia, de cinco años y tres meses de prisión, recoge que el condenado gritó «gora ETA, os voy a matar, hijos de puta» a dos municipales. También constata que «varias personas tiraron al agente al suelo echándosele encima de forma violenta».
Iñigo de Zia dejó pasar el tiempo y se fue recuperando de las secuelas. Tiene un tendón roto por el que le han reconocido una incapacidad permanente parcial del 6%. No habla con miedo ni con rabia de todo aquello. De hecho, en todos estos años, no ha querido hablar públicamente.
«Los guardias civiles que tramitaron mi expediente me contaron que, por las fechas, soy la última víctima del terrorismo». El 20 de octubre de 2011, apenas tres meses después, tres encapuchados de ETA acapararon todas las portadas con el anuncio del «cese definitivo de la actividad armada». La violencia se había acabado. Era tarde para Iñigo y para muchos como él, pero al menos había llegado.
Un compañero vio cómo le metían al bar y avisó al resto de patrullas, que pudieron rescatarle
Reconocimientos
El Ministerio del Interior le comunicó por carta el 13 de enero de 2016 que «se considera acreditado que el policía municipal don Iñigo de Zia tiene la condición de herido en atentado terrorista, al ser agredido por personas del entorno radical de ETA mientras participaba en un dispositivo policial». Se propuso para él la encomienda de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo. Fue refrendada por el rey Felipe VI y la recibió el 27 de septiembre de 2016. El Ayuntamiento también le dio una medalla de la Policía Municipal.
Asegura que no se atemorizó. Que volvió al año siguiente por la zona por si veía al agresor, que no había sido detenido todavía. Pero aquella historia le marcó y le fue alejando de su oficio. Una tarde, tomando un vino con un amigo, pasaron por la calle Mercaderes, y le contó lo que le había pasado. «La gente tiene que saber estas cosas», le pidió el otro. Por eso ha llegado hasta aquí Iñigo de Zia, la última víctima del terrorismo, un policía municipal de Pamplona.
«Estaba en el suelo y pensaba 'que no vean que llevo la pistola'»
Era su mayor temor mientras estaba tendido en el suelo y caía sobre él una lluvia de golpes y patadas. «Que no vean que llevo la pistola reglamentaria a la espalda, que no se den cuenta, que no se me caiga al suelo», recuerda. Hubo suerte. «Estaban a lo suyo, a darme por todos lados y ni se dieron cuenta». Él mantuvo la cabeza fría. Cualquier otra actitud podía haber acabado todavía peor.