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Jesús J. Hernández
Viernes, 11 de febrero 2022
Eduardo Madina anda por Bilbao -vive a caballo entre la villa y Madrid, donde trabaja- porque ha venido a una de esas grandes noches coperas del Athletic. Se deshace del abrigo y posa desenvuelto para las fotos en Jardines de Albia, «la mejor plaza». Antes de empezar, admite que le cuesta hablar de aquel día de hace veinte años en que ETA intentó matarle. Está orgulloso de «la gestión que hice de todo aquello» y añora «la extrema lucidez» de los días posteriores.
-¿Cuál es la imagen que le viene a la cabeza 20 años después?
- Me viene la imagen de un tiempo oscuro y largo que nos envolvió a todos. De manera especial a aquella parte de la sociedad vasca que fue consciente de lo que significaba vivir en un lugar con un grupo terrorista. Aquella mañana del 19 de febrero de 2002 me vincula a unos años, muchos, que fueron duros y difíciles.
- Ha contado que aquel día no miró los bajos de su coche porque llovía mucho. ¿Lo piensa cuando llueve, cuando vuelve a Euskadi?
- El tiempo ha transformado la relación que tengo con la mañana del atentado. Ya no es una imagen que me visita a mí cuando ella quiere sino la imagen que visito cuando yo quiero. He aprendido a ir yo a buscarla y no que ella me busque a mí. El tiempo ha jugado un papel determinante y también la gestión que he hecho de todo esto. Sólo voy a esas imágenes cuando quiero recordarlas o gestionarlas. Ni la lluvia, ni Bilbao, ni Sestao, ni un coche me vinculan directamente a ellas.
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- Experimentó una extrema lucidez en los días siguientes al atentado. Un estadio al que quiso regresar y nunca pudo.
- Sí, así es, en el sentido de la lucidez de aquellos días. A priori son los días peores de tu vida y cuando menos esperas de ti mismo y es cuando la situación más exige de ti. Me vi enfocando todo de un modo que fue clave en mi recuperación posterior y en que sea completa y total, pasados veinte años. Es curioso. No sé qué me pasó. He buscado esos planos de lucidez en mi vida, en momentos políticos, profesionales y personales, y no la he encontrado. Estoy bastante orgulloso de la gestión que hice de todo aquello.
- «Recuperación completa». ¿Desde cuándo tiene la sensación de haberla alcanzado?
- En el sentido de recuperarte para una vida normal. No quiere decir que no queden vigilancias que hay que mantener tras una experiencia tan traumática, límite. Hay que vigilarlo, tenerlo a mano por si alguna pieza se descoloca. Pero cuando te ves apto para una vida personal y profesional, emocionalmente estable, empieza esa recuperación total. No fue una experiencia más, pudo ser la última. Estuvo muy cerca.
- Salva su vida por la colocación del asiento, por su altura, que hace que conduzca separado de la bomba. ¿Uno le da muchas vueltas al azar tras algo así?
- (Piensa durante unos segundos). No, creo que no le di muchas vueltas. Me centré mucho en mi recuperación médica, física, psicológica. Me volqué más en el futuro. Miré adonde había que mirar en un momento muy complejo en que no se ve nada y todo se vuelve muy oscuro.
- ¿Quién estuvo, quién faltó en aquellos días o semanas?
- Estuvo todo mi entorno más personal y familiar. Mis amigos más cercanos, mi mejor amigo. También los compañeros del partido: Ramón Jáuregui, Patxi López, Mikel Torres, seguramente mi referencia más cercana en el PSE. Estuvo Juventudes Socialistas. Mis compañeros de clase de la Universidad de Deusto. No eché en falta a nadie. Todo el que tuvo que estar, estuvo.
-Habla en su libro, junto a Sémper, de esa geografía del miedo en Bilbao que fue enorme en aquellos años. ¿A cuáles de esos lugares ha vuelto y a cuáles no?
- Hay zonas de la ciudad a las que dejé de entrar por cuestiones de seguridad, obligado por la protección que llevé durante 14 años. He conseguido limpiar la ciudad de los malos recuerdos con excepción de una, la más prohibida de todas, el Casco Viejo. Supongo que por la estrechez de las calles y la dificultad de establecer allí la seguridad. De niño, el Casco me encantaba. Ahora, cuando entro, me pierdo. En Bilbao me siento en mi ciudad, pero en el Casco me pierdo, soy como un turista. No coinciden los recuerdos que tengo con la fisonomía actual. Ha prescrito mi memoria del Casco Viejo y hoy es ya un lugar que casi no conozco. De cualquier modo, he echado mucho de menos algunos lugares, como la plaza de Unamuno y sus alrededores, que son la parte que más me gusta.
- Estudió en el instituto de Ibarrekolanda, cuna de muchos miembros de ETA y de la kale borroka. Algunos excompañeros formaron parte del comando que atentó contra usted. ¿Había tratado con ellos?
- Estudié en el instituto entre el año 1991 y 1995. No tuve trato personal con ninguno de los que luego entró en la cárcel por atentados de ETA pero compartí años y espacios con ellos, patios y pasillos. Solo puedo recordar aquella etapa como muy fea, muy agresiva, con una enorme presencia de juventudes de HB, huelgas cada pocos días y un paisaje proviolento constante. Y un ambiente muy hostil contra los minutos de silencio cuando se mataba a un concejal. Una basculación muy fuerte a favor de la violencia de ETA y muy hostil con los que nos mostrábamos en contra, que éramos muy pocos. Tengo un juicio negativo de aquellos años. No puedo cambiarlo.
- Hace poco, le llegó una carta de la Audiencia Nacional. Querían saber qué familiares selecciona para que no puedan acercarse los responsables de su atentado al salir de prisión.
- Me pareció como un mensaje en una botella que aparece en una playa, un mensaje de otra época. Es una estructura legal que pertenece a un tiempo que se ha ido porque, entre el momento en que entraron en la cárcel y hasta que salgan, que será dentro de poco, ha sucedido algo que cambia todo: ETA anunció el cese definitivo de la violencia. Hay un antes y un después. Contesté educadamente que no se acercaran a mi mujer y a mi hijo.
- El Gobierno vasco quiere facilitar los terceros grados. ¿Comparte esa medida?
- Las medidas penitenciarias son siempre individuales. Estoy seguro de que el Gobierno vasco lo plantea así y con arreglo a la ley. Es difícil estar en contra.
- ¿Cómo ve movimientos como el de los presos pidiendo el fin de los 'ongi etorris'?
- Me gustó el discurso de Otegi y Arkaitz Rodríguez sobre comprender el dolor y el comunicado de los presos sobre 'ongi etorris'. Quiero pensar que esas palabras eran reales y que las imágenes de los recibimientos a asesinos de ETA son parte del pasado.
- Los hijos, el futuro... ¿Cuándo y qué le ha contado a Unax de lo que sucedió hace 20 años?
- Iba a salir un cómic con la vida cruzada de Fermín Muguruza y la mía, se llamaba 'Los Puentes de Moscú'. Sabía que él lo iba a leer por su edad y el formato. No quería que viera en esos dibujos partes desconocidas de la vida de su padre por las que se había preguntado varias veces...
- ¿Unax se lo había preguntado directamente?
- Sí, muchas veces. Él empezaba a manejar Google y ponía el nombre de su padre, buscaba fotos, veía discursos míos en el Parlamento o en mítines. Y yo sabía que acabaría llegando a las noticias del atentado.
- ¿Cómo se lo cuenta?
- Tendría ocho o nueve años, por ahí. Le conté que en el lugar donde él nació, en Bilbao, hubo durante muchos años un grupo de gente que mataba a todo el que podía para imponer sus ideas. Que afortunadamente les ganamos y que dejaron de matar. Y que un día de febrero de 2002 vinieron a por su padre.
- Y él...
- Lo ha interiorizado. Forma parte de su educación personal, emocional. De su identidad. Como todas las experiencias de nuestros padres y madres forman parte de nuestra identidad.
- Los niños tienen siempre las mejores preguntas. ¿Qué le pregunta Unax en ese momento?
- No creas que hace tantas preguntas. Su vida se construye muy lejos de una realidad violenta. Si ETA hubiera continuado, habría hecho muchas más. Es pasado. El gran esfuerzo de muchos políticos, periodistas, movimientos sociales, sirvió para que la generación de Unax haya vivido sin rastro del terrorismo.
- A su juicio, ¿cuándo se produjo el giro? ¿Cuándo venció el miedo de la sociedad vasca?
- Hay varios instantes. El asesinato de 'Yoyes' en 1986. Un sector de la izquierda empieza a ser consciente de lo que es ETA. Después, la socialización del sufrimiento genera una respuesta en una parte de la sociedad que hasta entonces no se había visto interpelada. Fue fundamental el papel de Gesto por la Paz en construir una explicación verídica de la realidad que muchos no quisieron ver hasta las grandes movilizaciones por Miguel Ángel Blanco. Esos son los grandes despertares. Yo aprendí muy pronto en mi casa que no se puede mirar para otro lado cuando el mal aparece de forma tan evidente.
- Antes del suyo, ¿cuál es el primer atentado que le marca?
- El asesinato de Enrique Casas, quizá porque mi padre era militante de UGT. Fue desgarrador y brutal. Conmovió a un sector grande del espectro socialista y de la sociedad. Fue el despertar inicial sobre qué significaba ETA.
- Blanco marca un antes y un después. Pero las playas estaban llenas. ¿Qué poso le deja?
-Para mí, ese sigue siendo el gran misterio, el único que queda vivo de toda aquella etapa. Creo humildemente que he ido entendiendo las claves de todo esto, salvo una: la indiferencia. No sé cómo se puede ser indiferente ante algo como lo que vivimos aquí. Unas veces producto del miedo, otras de un mecanismo autodefensivo y otras de una distancia emocional real que muchos vascos establecieron como hoy otros lo establecen con la violencia machista, el racismo o la xenofobia.
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Fernando Morales y Sara I. Belled
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (gráficos)
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