Trece fotos desde primera línea: de ETA al apartheid de Sudáfrica

El fotógrafo Fidel Raso está presentando su libro 'Crónica de 30 años en primera línea' que lleva un subtítulo provocador: «Las fotos que me ayudaron a NO entender la vida». Hace una selección para EL CORREO -el periódico donde, junto a Diario 16, desempeñó su labor- y habla de la incomprensión que le dejaba ver la violencia y el terrorismo lejos de Europa pero mucho más todavía en una sociedad estructurada y con bienestar como era la Euskadi de los años 80 ó 90 y la del comienzo de siglo.

Estará este martes en el Hotel Abando de Bilbao (19 horas), este miércoles en San Sebastián (18.30 horas, en Koldo Mitxelena) este jueves en Vitoria (19 horas, Centro Memorial de Víctimas) y el 24 de febrero en Madrid (19 horas, Asociación de la Prensa).

Parece un escenario de guerra pero no lo es. La foto está tomada en julio de 1989 en la casa cuartel de Llodio. ETA logró acercar por las alcantarillas un explosivo cuya explosión derribó la fachada del cuartel. En medio de unas escenas de pánico, varios guardias civiles salieron disparando al aire.

Son los momentos de la desolación mayúscula en Ermua tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. «Estábamos esperando la llegada de los restos mortales y yo estaba en el balcón del Ayuntamiento de Ermua. Era un momento de gran emotividad. La gente se arrodilló, puso sus manos en la nuca y comenzó a gritar: 'ETA, escucha, aquí tienes mi nuca'. Y ahí es cuando tomé esa imagen», recuerda Fidel Raso.

Corría el mes de noviembre de 1989. Soldados de la RDA, la República Democrática Alemana, custodian el muro en vísperas de su caída. «En estos días era asaltado por varios puntos a la vez. Al final, se congregó mucha gente del lado occidental junto al muro», relata el fotógrafo Fidel Raso. «Es una de las pocas revoluciones de esa envergadura en que no ha habido ni un disparo, ni un muerto», recuerda.

Fidel Raso cuenta que es uno de los fotógrafos que están en el 'Arhivo Covid nacional'. Esta fotografía está tomada en el centro de Bilbao durante la pandemia. Sobre la pared, la normalidad pintada en un coro. Por delante, pasa caminando una persona con la mascarilla puesta. «Es el contraste de los tiempos que nos está tocando vivir. Para mí supuso una experiencia nueva como periodista y reportero. La noticia era la desaparición de todo. Las calles estaban vacías mientras que las morgues y las residencias estaban vetadas». La nada.

Leopoldo Calvo Sotelo, Adolfo Suárez y Felipe González acuden al cementerio de Ermua para el entierro de Miguel Ángel Blanco, asesinado por ETA en julio de 1997. «Ver a los tres presidentes de la democracia, vestidos de luto, junto al entonces príncipe Felipe, hoy Rey Felipe VI, tenía una alta carga simbólica y enmarcaba la enorme tristeza que se vivía».

«El fenómeno climático de 'El Niño' causó en diciembre de 1997 enormes daños en Ecuador», recuerda Fidel Raso. La imagen está tomada en Guayaquil en diciembre de 1997. «La lluvia había arrastrado fuera los féretros de niños... era una imagen dantesca. Fue terrible», recuerda el fotógrafo.

Esta foto de un padre sirio con su bebé, al que amenaza con lanzar al suelo en una rampa de garaje, tiene una gran dureza. Los policías que estaban cerca lo evitaron y el propio fotógrafo, Fidel Raso, dejó la cámara al ver lo que estaba sucediendo. Eran inmigrantes llegados de África, engañados por las mafias con la promesa de llevarles hasta la Península pero que fueron abandonados en Ceuta. Algunos menores estaban enfermos y las autoridades querían llevarles a un centro de acogida temporal. Muchos padres se negaban. Ganó con ella un segundo premio nacional.

Es el lugar donde estuvo secuestrado por ETA durante 17 meses José Antonio Ortega Lara. «Fueron días de mucha actividad, con rumores sobre su posible liberación y también actividad terrorista. Cuando se produjo la liberación, algunos periodistas fuimos invitados a entrar a ver el zulo por los guardias civiles. Uno de ellos me dijo que aquello no lo debería ver un periodista sino todo el mundo para que se supiera dónde habían tenido encerrado a un hombre», cuenta Fidel Raso. Actualmente, hay una réplica de este zulo en el centro memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria.

En enero de 1992 se tomó esta instantánea en Sudáfrica. «Había una intención de concordia ente blancos y negros. Se estaba intentando cerrar, desde un punto de vista occidental, con el menor resentimiento posible», recuerda Fidel Raso. «Había diferentes enfrentamientos, también entre las tribus negras. En uno de los hoteles escuché decir que no se podía poner a trabajar a un Soxa, que era la tribu de Mandela, con los zulúes. Se llevaban muy mal», añade.

En marzo de 2011, este inmigrante llegado de Guinea Conakry huyó de la Policía sin saber que se adentraba en un acantilado del que no podía salir, en el entorno del monte Hacho, en Ceuta. «Es una de las primeras veces que dejé la cámara en la hierba. Le grité a aquel hombre que el guardia civil era buena persona, que no siguiera adelante. Al final, me creyó. Iba a lanzarse porque venía de ver uniformados que roban y matan en su viaje. Subió gateando y, sólo al final, saqué la fotografía».

«Es la primera guerra del Golfo, donde había mucha participación española. Estaba cerca del canal de Suez y había varias fragatas españolas. Estuvimos en una zona cercana al Kurdistán, una de las zonas más minadas del mundo. La verdad es que, al volver, pensé que me había metido en sitios donde no debería haber ido«, reconoce.

Son las elecciones de junio de 1991, las que ganó Boris Yeltsin que iría dejando atrás la figura de Gorbachov. «Pocos meses después hubo un intento de golpe de estado en la Plaza Roja. Y recuerdo manifestaciones en las que se veían juntas las banderas de Rusia y Ucrania, quién lo iba a a decir hoy», valora Raso. El busto es de Lenin y el votante más cercano a la cámara era poco más que un niño. «Vi votando a varios menores», recuerda.

«Estamos en la redacción de Diario 16, en los 80, preparando un viaje a Francia para investigar el tema del GAL. En la imagen salimos Ricardo Arqués, Irujo y yo. Queríamos reunirnos con un etarra arrepentido, de origen francés y al que se acusaba de siete asesinatos y no lográbamos hablar con él», relata Fidel Raso.