Ser periodista
El Congreso, después de haber vuelto a poner en evidencia la minoría del Gobierno de Pedro Sánchez -por la desbandada de buena parte de sus ... socios- ha dejado, como broche de fin de curso, un par de regalos legislativos que vienen a ser una bomba de relojería para el ejercicio de nuestro apasionado e ingrato oficio. Iniciativas que han provocado recelos en un colectivo que no está atravesando sus mejores momentos.
Con la nueva ley de secretos oficiales, los jueces podrán levantar el compromiso confidencial para conocer las fuentes de los periodistas en casos que atenten contra la integridad física o la seguridad nacional. Y es en este concepto donde se generan los recelos. Cualquier alto cargo del Gobierno puede considerarse parte de la seguridad nacional, por ejemplo. Que la potestad para declarar una información como reservada la tenga el Consejo de Ministros ha provocado todo tipo de suspicacias. Que la Autoridad Nacional para la Protección de la Información Clasificada (así, como suena) dependa del Ministerio que dirige Bolaños, también.
Tampoco la reforma del reglamento para sancionar a agitadores ultra se librará de la polémica en el momento de su aplicación. Cuando los periodistas parlamentarios denunciaron que algunas personas acreditadas en la Cámara se dedicaban a reventar ruedas de prensa o a allanar despachos de los diputados, pedían que se tomaran medidas sancionadoras. Una exigencia comprensible hasta que se ha conocido que la reforma del reglamento autoriza a la Mesa a establecer un procedimiento para la concesión de las acreditaciones a los periodistas. ¿Es la Mesa la que va a decidir quién es periodista y quién no? La reforma se aprobó con 177 votos a favor y 171 en contra.
Tendrán que hilar fino y aclarar a qué se le llama acoso. ¿Las preguntas impertinentes son una forma de acosar? ¿Qué pulsión controladora piensa exhibir este Gobierno y sus socios sobre la Prensa? De la imposibilidad de muchos medios críticos por formular preguntas en las ruedas de prensa en La Moncloa están las crónicas llenas de quejas. De los señalamientos, también.
Ser periodista en este país se está convirtiendo en los últimos años en una especie de misión imposible para quienes creen, a pies juntillas, que la desinformación es la mayor amenaza para la democracia.
Cuando se cumplen dos años de las últimas elecciones generales, decir que el Gobierno, sin Presupuestos y con un Congreso reflejando su minoría, está paralizado es un dato, no una opinión. Hasta Aitor Esteban ha reconocido que esta legislatura tiene un pronóstico incierto, aunque quizá se le haya ido la mano al comparar la situación con la República de Weimar, que precedió a la victoria de Hitler en Alemania. Porque la alternativa a un Gobierno populista de izquierdas no va a ser una derecha de camisas pardas, aunque les vaya bien a algunos partidos agitar el fantasma del miedo a la derecha. ¿Los totalitarismos de izquierdas no dan miedo? En fin, en cualquier caso, el deber de los periodistas, libres de consignas, es constatar la agonía de la legislatura. Lo demás, es propaganda.
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