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«A veces olvidamos que habitamos un grano de polvo suspendido en un rayo de sol». Carl Sagan lo dejó escrito como nadie. La Tierra, ... con toda su belleza, su caos y sus habitantes, es apenas una mota en la inmensidad del universo. Sin embargo, nosotros los Homo Sapiens, los últimos en llegar, nos creemos el ombligo de todo. Discutimos por fronteras solamente visibles a nuestros ojos, por recursos que podrían repartirse mejor o por ideas obsoletas. Nos creemos la hostia. En general.
Pero más allá de nuestro sistema solar, hay un universo que posiblemente no entienda de banderas, de propiedad, de egos. La Ciencia ha confirmado que hay miles de millones de planetas solo en nuestra galaxia. Y que más allá de ella, otras tantas se expanden a velocidades difíciles de asimilar para nosotras y nosotros. ¿De verdad creemos que las diferencias de percepción de nuestra micro-realidad justifican tanto enfrentamiento, tanta polarización, tanto aislamiento, tanto desprecio entre nosotros? ¿De verdad nos creemos tan importantes?
Es desolador asistir a guerras banderizas por todo. Para todo. Todos los días. Aquí y allí. No hubiera pensado que las discusión post apagón fuese a abundar en esa desolación.
Nuestra insignificancia cósmica debería ser fuente de inspiración. Somos tan poca cosa, nuestro paso por aquí es tan breve, que deberíamos dedicarnos a ser capaces de pensar, de amar, de crear, de vivir y dejar vivir.
Nuestra insignificancia no es solamente una cuestión científica en virtud de la que dictaminar el fin de la historia. Existen diferentes formas de pensar, de interpretar la realidad. Existen las ideologías. ¡Vaya que si existen! Y es necesario que sea así por el bien de la (muy mejorable) Democracia.
Nuestra insignificancia es una cuestión política de largo alcance. Porque el día que comprendamos que no somos el centro de nada, quizás consigamos comprender que los puntos en común pesan más que las diferencias. Que nuestro verdadero reto no es dominar al otro, sino tratar de entendernos y avanzar juntos hacia un futuro incierto. Que acumular poder o cavar trincheras a base de dogmatismo no nos lleva a un futuro próspero.
Lejos de instalarnos en el derrotismo derivado de la idea de que no podemos hacer nada para cambiar nuestro destino, se trata de ser conscientes de nuestra verdadera realidad. Y, a partir de ella, tratar de progresar de la única forma en la que hemos sabido hacerlo en los mejores momentos del pequeñísimo tramo de la historia que hemos protagonizado: cooperando. La cooperación es nuestra única vía de supervivencia y de no autodestrucción.
A veces uno piensa que, en lugar de líderes conscientes de esta realidad, hay demasiados extraterrestres dirigiendo las organizaciones y nuestro destino.
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