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Jon Garay nos contaba esta semana en EL CORREO que una universidad sueca ha llevado a cabo un estudio que demuestra que no nos gusta ... el chocolate que gusta a quienes no piensan como nosotros. «Lo importante no es tanto si te identificas con lo que a tu propio bando le gusta, sino si evitas lo que le gusta al bando contrario», decía.
Algo así viene ocurriendo en los últimos procesos electorales: no votamos para que gane un proyecto que nos ilusiona, votamos para que pierda el proyecto que no queremos; no votamos a favor, votamos en contra.
Por supuesto, quien accede al poder lo hace con un programa. Pero, la principal tarea de todo buen gobernante es mantener los mayores niveles de cohesión en la sociedad que gobierna. Un partido político representa a una parte; el gobierno debe aspirar a representar al todo.
Sin embargo, la polarización que generan los procesos de competición electoral se extiende a lo largo de las legislaturas, dificultando los procesos de cooperación que deberían darse entre elección y elección. Este hecho no ayuda a prestigiar las instituciones y generar afecto hacia la política. Más bien al contrario. Y ahí están los indicadores de (des)confianza.
En este contexto, en el que se tiende a confundir la institución con el partido, tiene una lógica aplastante que una ministra pase a dirigir una federación de su partido, sin abandonar sus tareas de gobierno. Pero ¿esto ayuda a combatir la desafección política? ¿Es compatible gobernar para toda la ciudadanía y que esto no colisione con la defensa de los intereses de la parte que representa el partido?
Y es que, por más que se critique por parte de la oposición, el caso de esta semana, el de María Jesús Montero, no es ninguna excepción. Más bien, esa es la norma en todas partes: Mazón es el presidente del PP de la Comunitat Valenciana, Guardiola es la presidenta del PP extremeño, Page el secretario general del PSOE en Castilla-La Mancha…
Sin embargo, en esto sí que somos diferentes en Euskadi. En el PNV es obligatorio que el presidente del partido se dedique en exclusiva a esa tarea, mientras que el lehendakari, si es del partido, no puede tener tareas orgánicas. En EH Bildu, aunque no sea obligatoria en función de sus estatutos, la bicefalia ha venido obligada por procesos judiciales y circunstancias sociales. Y en el PSE-EE, aunque la norma suele ser la contraria, Eneko Andueza tuvo la valentía de no incorporarse al Gobierno vasco como referente socialista, para dedicarse en exclusiva al partido, cediendo esa posición a Mikel Torres, hoy vicelehendakari.
No creo que este hecho sea, por sí solo, el que provoque que aquí se valore a las instituciones por encima de la media de España. Pero, sin duda, sí ayuda a prestigiarlas.
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