Estabilidad en tiempo de cambio
Los resultados del 28-M y el incierto futuro del sanchismo dibujan un panorama plagado de incertidumbres: de ahí el valor añadido que reviste la reedición del acuerdo PNV-PSE
Corría el final del verano de 2013. Euskadi empezaba a dejar atrás la crisis económica pero todavía con notables estrecheces y el lehendakari Urkullu, concluido ... el trienio 2009-2012 de Patxi López, gobernaba en solitario y en minoría asfixiado por los elementos. Pero llevaba tres meses intentando alumbrar una solución que trajera la ansiada estabilidad al país, que respiraba ya en libertad tras el cese definitivo de la violencia de ETA en 2011. Por fin, el 16 de septiembre vio la luz el primer acuerdo PNV-PSE después de tres lustros de política de trincheras, exactamente quince años y dos meses que habían comenzado cuando el entonces líder de los socialistas vascos, Nicolás Redondo Terreros, dio la orden de que sus tres consejeros salieran del Gabinete Ardanza. Una etapa de fructífera transversalidad que había durado doce años.
Está por ver hasta dónde llega el paralelismo pero el nuevo acuerdo PNV-PSE que este viernes han anunciado sus ejecutivas llega diez años después de aquella primera rúbrica que protagonizaron López, Urkullu y Andoni Ortuzar y a la que el lehendakari concedió trascendencia «histórica» y vocación de durar, al menos, lo mismo que las etapas anteriores. ¿Otro ciclo de quince años?, aventuraban entonces los muñidores de aquel primer pacto de gobernabilidad que en 2016 se convertiría en acuerdo de coalición. ¿Es la de junio de 2023 la última reedición de una entente que ha dado estabilidad a prácticamente todas las instituciones vascas durante la última década?, se cuestionan ahora los actores políticos vascos. Como comentó un exdirigente de primera línea al ver la contundente victoria de EH Bildu en Gipuzkoa el 28-M, «esto huele a cambio de ciclo en 2027».
Suceda o no de esa manera, es indudable que este acuerdo, aunque descanse sobre las mismas bases –protección de los servicios públicos, reto demográfico y climático, etcétera– no tiene mucho que ver con los precedentes, por varias razones. La más visible, que el retroceso del PNV por la fuerte desmovilización de su electorado ha restado peso a la suma en territorios como Gipuzkoa y en municipios como Vitoria y Durango, donde jeltzales y socialistas necesitan ya a terceros. Consumado ya 'de facto' el bloque Bildu-Podemos, a los socios sólo les queda el PP para completar mayorías allí donde no llegan solos, lo que complica considerablemente el relato.
Pero la razón más de fondo que diferencia este acuerdo de los anteriores es que llega acelerado y, en cierta medida, forzado por el convulso panorama que han dejado, por un lado, los resultados del 28-M y, sobre todo, la inopinada convocatoria de elecciones generales el 23 de julio. El PSOE necesitaba cerrar cuanto antes la etapa de los escarceos postelectorales para que la sombra de los acuerdos con Bildu no siga proyectándose, como una losa, sobre las expectativas electorales de Pedro Sánchez. Los jeltzales, castigados por su exceso de confianza en la inercia electoral, anhelaban también dar carpetazo a las elucubraciones sobre un posible fin de ciclo y enviar el mensaje de que son el partido de siempre que, pacto transversal mediante, garantiza la estabilidad de las instituciones vascas.
Es cierto que este acuerdo asegura el marco necesario para acometer, por ejemplo, la reforma fiscal que ya anunciaron los socios o los proyectos de reactivación económica que exige el contexto de postpandemia e inflación. Pero también lo es que llega en un momento crítico, con aroma a punto de inflexión. El sanchismo, y no es aventurado imaginarlo, podría estar dando sus últimos coletazos y Sabin Etxea ya ha dejado caer que podría explorar otras alianzas (con Feijóo, se sobreentiende) si Vox sale de la ecuación. Incluso si dieran los números para aupar a Sánchez, los jeltzales, decepcionados por los escasos réditos de la entente, ya han avisado de que las cosas serán diferentes. Un cambio de agujas en las alianzas madrileñas que sucedería, además, en puertas de unas autonómicas vascas que está por ver si son de ruptura total con el 'statu quo' o de continuidad. De ahí el valor añadido de un pacto que asegura, -en principio, ojo, los papeles firmados se pueden romper- la estabilidad de ayuntamientos y diputaciones durante una legislatura. Que mantiene a Euskadi en su zona de confort antes de que empiece la montaña rusa.
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