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Complicidad. Sara, Marta y Carlos pasean juntos por Vitoria. Igor Aizpuru
«Nuestro padre sigue presente»
25 años del asesinato de Fernando Buesa

«Nuestro padre sigue presente»

25 aniversario ·

Marta, Carlos y Sara, los tres hijos de Fernando Buesa, todavía esperan «un gesto» del entorno de ETA y de la izquierda abertzale

Domingo, 16 de febrero 2025

Fernando Buesa acabó de comer y encendió una vela, como era costumbre. Paseó el puro por la llama antes de prenderlo. Un Brevas de Álvaro, uno de esos cigarros de diario que no perdonaba en la sobremesa. Charló un rato con su hija Sara, se puso la americana y se marchó a trabajar. Era el 22 de febrero del año 2000. Cuando Sara regresó a casa media hora después, mientras Euskadi se veía sacudida por el asesinato del que fuera su vicelehendakari, entró al salón y miró la vela, todavía encendida. «Cómo te cambia la vida entera en un segundo».

EL CORREO reúne a Marta, Carlos y Sara en vísperas del 25 aniversario del crimen, perpetrado con un coche bomba que costó la vida también a su escolta Jorge Díez. Estamos rodeados de recuerdos personales en la sede vitoriana de la fundación que guarda el legado del dirigente socialista que fuera también consejero de Educación, diputado general de Álava, parlamentario vasco y juntero. Cuando mataron a su padre, Marta tenía 28 años, Carlos 26 y Sara 18. De los tres, Carlos nunca ha hablado para los medios. «¿Por qué hoy sí? Me cuesta, pero para no dejar solas a mis hermanas», contesta con gesto tímido y resuelto, a la vez.

- ¿Dónde estaban hace 25 años?

- Carlos. Yo salí de casa con él, con mi padre. Estaba estudiando un máster en el colegio de Ingenieros, que está en la calle donde le asesinaron, unos 50 metros antes. Me despedí de él. Y, nada más entrar, escuché la explosión.

- Marta. Yo, en el momento de la explosión, estaba yendo a trabajar al despacho de abogados que está en la avenida. Escuchamos sirenas de bomberos y Policía. Me asomé a la ventana y vi una columna de humo negro. Y recuerdo que dije: «Eso está muy cerca de casa de mis padres». Llamé y llamé y llamé. Hasta que cogió Carlos: «Marta, es papá. Le han matado».

- Sara. Yo había comido con él. Mamá llegó más tarde porque estaba haciendo la compra. Tomamos café juntos y charlamos. Nos despedimos en la puerta y se marchó con Carlos fumando el puro. Cuando estábamos colocando la compra, oímos una explosión y a alguien que gritaba «¡Una bomba!». Bajamos corriendo a la calle. Todo está muy cerca. Vimos a Carlos volviendo y, por un instante, pensamos que todo estaba bien. Pero nos dijo que le habían matado.

- ¿Qué les viene a la cabeza de aquellos días?

- C. Yo creo que la sensación de vacío. El ruido de las pisadas de tu padre, que desaparece. Esto no lo escucharé nunca más.

- M. Yo recuerdo llegar a casa de mi madre, abrazarme con ella. Y no recuerdo nada más. Ni cuando vi a mis hermanos ni a mi marido, ni nada. Sé que siempre había alguien al lado, pero lo tengo borrado. Sólo hay pequeñas ventanas... La visita al Parlamento, el olor de las flores en la Catedral...

- S. Es una sensación de irrealidad, como una película. Con flashes, como el 'Agur jaunak'...

- ¿Y su madre, Natividad?

- S. Para ella fue una ruptura radical de toda su vida. Llevaban juntos desde los 17 años.

- M. Era la tristeza total, la pena. Y también resistir por nosotros.

- Muchísima gente se movilizó. ¿Sintieron ese apoyo?

- C. Sí, recuerdo el día que íbamos hacia la catedral con mucha gente apoyándonos. Las notas, fotos y dibujos que dejaron en la zona y que los recogimos. Notamos mucho cariño de mucha gente y meses después te paraban.

- S. Todavía, a día de hoy, hay gente que me para y me lo dice. Sentir ese arrope es muy valioso.

- M. Meses después seguían llegando cartas a casa, que no tenían ni dirección. Recuerdo la de un hombre muy mayor, hecha con mucho esfuerzo, muy cercana.

- ¿Cómo surge esa rueda de prensa que dais los tres hijos?

- M. Vimos todos esos detalles...

- C. ... Y sentimos la necesidad de dar las gracias a los que nos estaban apoyando. Y hacer una reivindicación: nos han destrozado la vida sin sentido y no han conseguido nada. Seguimos pensando lo mismo.

- S. Queríamos poner en valor todos esos gestos y esa fuerza ciudadana que hacía frente a la violencia y se posicionaba contra las injusticias.

- M. Y queríamos transmitir un mensaje sin odio.

- El duelo de cada uno es un mundo. ¿Cómo fue?

- C. Te refugias en la familia y los amigos, en tu círculo.

- M. Ahora hay una perspectiva grande para verlo. Yo era la que no vivía en casa y empecé a ir todos los días. Comíamos, cenábamos juntos, era una necesidad. Al año nació mi primer hijo y eso obliga a reestructurar. Muchos años estuve en la fase de supervivencia. Los niños tiran de ti y te obligan a poner palabras a lo que pasó. Y años más tarde empecé a ir a los colegios a dar testimonio.

- S. Es algo que notas con el tiempo, que todo tiene su luz y su sombra. Te casas, y eso es luz, pero te falta. Cuando matan a alguien, matan también lo que podía haber sido.

- Fernando Buesa estuvo muchos años amenazado.

- C. Sí, ni sé los años y con escolta. Toda mi época universitaria la viví sabiendo que... eso -su asesinato- era una posibilidad.

- M. Cuando detienen al 'comando Araba', él era un objetivo. Yo así lo supe. Y ahí le ponen protección. Pero antes está la campaña tildándole de «enemigo del euskera», las manifestaciones delante de casa, la diana, las pegatinas. Pero eso era una campaña, dura y personal, pero luego es un comando que planifica matarte.

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Valores

- ¿Él expresaba ese miedo?

- M. No, para protegernos. Él tenía muy claro que no se iba a marchar y que su compromiso era con el País Vasco. Él perdió mucha libertad, no hacía vida social ni con mi madre, pero nosotros hemos hecho la vida que hemos querido. Nos han dejado.

- S. No nos contaron para que fuéramos libres. Hay una parte que no sabemos de cómo lo vivieron ellos dos. No hemos vivido con miedo, pero sí hemos tenido la sombra de la amenaza. Toda mi infancia y juventud le recuerdo con escolta. Siempre piensas, de forma mágica, que no te va a pasar a ti.

- C. Sí, siempre piensas eso. Pero mira, una anécdota. Íbamos juntos a ver al Alavés y en un partido una persona sentada unas filas abajo, de pronto, se levanta y viene muy rápido. Y yo noté que él daba un salto. Siguió y no era nada. Pero él estaba alerta.

- S. Es esa época en la que, en el pabellón de basket, se escuchaba «Buesa, entzun: pim-pam-pum». Nosotros eso no lo hemos oído allí, pero lo sabíamos.

- Empezó en la democracia cristiana. ¿Cuáles eran sus valores?

- C. Era un hombre de fuertes convicciones. La idea del compromiso. Lo que digas, hazlo.

- S. Tenía valores humanistas, compromiso cívico y empezó en las comunidades cristianas de base. La justicia social, la distribución de la riqueza... esos ideales los tenía. Y el valor de la palabra. Por eso elegimos el lema.

- M. Y el compromiso y la vocación de construir a largo plazo.

- Tras el crimen, una triple manifestación -nacionalistas, Gesto por la Paz y no nacionalistas- marcharon separados.

- S. Había una polarización tremenda. Pero fue terrible. Yo sólo pensaba: «No entienden nada y no quiero estar aquí».

- M. Fue horroroso. A él, con sus profundas convicciones de unir y no dividir, le debió doler en el alma.

- «Debió doler». En presente.

- M. Sí, está presente. En la vida.

- S. Sí, yo también siento ese vínculo con él. Es como una especie de ángel de la guarda que te protege. Ese vínculo está.

- En medio de esa vida política, tan activa, ¿qué hacíais con él?

- M. Es verdad que tenía un gran compromiso, pero no fue un padre ausente. Hubo muchos momentos de ternura en nuestra infancia, estaba con nosotros, nos llevaba de excursión, nos curaba las heridas cuando nos caíamos... Era paciente. Nos ayudaba con los deberes. Y luego, cuando pasaba mucho tiempo fuera, nosotros teníamos ya nuestra vida.

- C. Mis padres tenían una autoracavana y se iban por Francia y por todas partes. Hemos ido juntos a muchos sitios.

- S. Yo le recuerdo tocando la guitarra y cantando. Y también ir mucho con él a librerías.

- M. Cuando ya éramos mayores vino al despacho en vísperas de Reyes para recoger mi zapato.

La fundación y el Buesa Arena

- ¿Cuándo surge la fundación?

- M. Ese mismo año, Mamá tenía clarísimo que le habían matado pero no quería que desapareciera todo por lo que había trabajado. Se juntaron amigos, tenía que ser plural, debía ser como él.

- Los que hoy van al Buesa Arena, ¿saben quién fue Fernando?

- C. Muchos no. Ha habido alguna anécdota. A Nerea le suelen decir al enseñar el carné que se apellida como el pabellón. Quien se lo dice, no suele saber.

- M. Sí, en las charlas en los coles te lo dicen. «Ah, por eso se llama así el pabellón».

- S. Lo bueno es que da pie. Me contó una vez un conocido que, yendo al Buesa, empezó a hablar de esto con su hijo. Da pie a hablar y eso es bueno.

- Sara, ¿sirven gestos como el de la hija de un preso etarra que se solidarizó contigo tras el ataque a la tumba?

- S. Durante años me he centrado en mi gente. Sentía el entorno de ETA y la izquierda abertzale como algo frío. No era importante en ese momento para mí. En los últimos años, siento la necesidad de que conecten con el dolor que tenemos. Ver algún tipo de gesto. Algo por su parte. Valoro los mensajes de empatía que lleguen, como ese.

- En ese sentido, ¿qué falta 25 años después?

- M. Creo que en esto somos muy afortunados. Tenemos justicia porque fueron condenados. Tenemos memoria: el monolito, el pabellón. Y la fundación mantiene su legado.

- S. Creo que la labor de la fundación es muy necesaria. Y, en lo personal, percibir esa calidez, esa cercanía que decía, del entorno próximo a ETA.

- C. Yo no lo espero. Pero lo pido.

- S. Yo lo espero y miro deseando encontrar algo ahí.

- M. Y yo también sigo pidiéndolo. En lo personal y también para la sociedad. La izquierda abertzale debería hacer un reconocimiento auténtico y público sobre su responsabilidad.

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