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Toñi Santiago, que fue quien sacó a su hija sepultada bajo los escombros, en uno de los actos en memoria de su hija. efe

«Le canté a mi niña al oído cuando aún vivía y le prometí que le haría justicia»

Toñi Santiago | víctima del terrorismo ·

La madre de Silvia, la última niña asesinada por ETA hace hoy 20 años en Santa Pola, relata su cruzada por la memoria

Jueves, 4 de agosto 2022, 00:25

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Toñi Santiago no logra ver el rostro de su hija ni evocar su voz. Cierra los ojos, los aprieta y bucea en sus recuerdos rastreando a Silvia, la niña «feliz, buena y justa» a la que ETA asesinó con tan solo seis años tal día como hoy hace dos décadas, en aquella luminosa tarde del verano en Santa Pola que se apagó con el estruendo del coche bomba que los terroristas hicieron explotar contra la casa cuartel de la Guardia Civil. Dicen los psicólogos que la memoria, tan lacerante a veces, puede ser también protectora. Que según pasa el tiempo va depurando el álbum de la vida para realzar lo bueno y amarillear lo malo. Toñi Santiago ni olvida ni perdona. Pero está convencida de que algún mecanismo de supervivencia se ha apiadado de ella para difuminar el horror de aquel 4 de agosto inmarchitable y la expresión infantil de su hija. Para «cuidarla» ante la insoportable remembranza de cómo la rescató -ella, con sus propias manos- bajo los escombros de muerte y destrucción.

- Los terroristas se equivocaron. En vez de asesinar a mi niña, tenían que haberme matado a mí. Porque yo soy su voz y no voy a parar en exigir justicia y en evitar que se pisoteen su memoria y su dignidad. Y porque yo sé cómo suena la muerte en el oído.

Aquella tarde, esta tarde de hace 20 años, el sol luce aún vigoroso. Los etarras Oscar Zelarain y Andoni Otegi han cargado con 40 kilos de cloratita y un calculado refuerzo de dinamita el Ford Escort con matrícula falsa robado un mes antes en Montpellier. Todo en el vehículo está concebido y orientado para provocar la mayor devastación posible en el acuartelamiento que comparten los guardias civiles con sus familias.

El cielo refulge, los arenales de Santa Pola se han cuajado de toallas, sombrillas y ganas de vivir. Silvia Martínez Santiago, la única hija entonces de Toñi y del guardia civil José Joaquín, juega sintiéndose a salvo en su inocencia de niña. El jubilado de Telefónica Cecilio Gallego, 57 años, aguarda en la cercana parada de la calle Elche sin otra preocupación aparente que coger el autobús. Hay viviendas cerca.

Este fue el crimen que activó la ilegalización de Batasuna. Hoy, Toñi Santiago clama contra la estrategia del Gobierno

«Mamá, mamá», llamaba la niña bajo los escombros de la casa cuartel tras el atentado que mató también al jubilado Cecilio Gallego

El «cañonazo»

El coche bomba detona como «un cañonazo». Los interiores del cuartel se derrumban, las casas próximas tiemblan y un diluvio de cristales rotos, preludio de un mar de lágrimas, estupor y rabia, riega las calles hasta ahora en calma. Los escombros sepultan a Silvia con un hilo de vida y matan a Cecilio, despedido veinte metros en la acera. Una década después, los jueces condenarán a Zelarain y Otegi a 853 años de cárcel por los asesinatos de la pequeña y del trabajador retirado y por otros 51 sin consumar, en grado de tentativa.

La última víctima infantil de las 22 que ETA se cobró en su sangrienta trayectoria -la primera fue José María Piris, de 13 años, en la localidad guipuzcoana de Azkoitia- no logra sobrevivir a su llegada al hospital. Su madre -ella lo cuenta así- tiene «en la mente» aquellos momentos desgarradores, pero no consigue discernir sus detalles. Rememora el bombazo, «la oscuridad», el «zumbido en los oídos», su rostro goteando sangre porque la explosión le daña la nariz. En medio de la zozobra y el caos, no ve a Silvia. Hasta que, al fin, la libera de la escombrera convertida en tumba y la recoge en su regazo. «Mamá, mamá», le escucha llamarla en un aliento que se va extinguiendo. «Solo se le veían los ojos», relata Toñi manteniendo a duras penas la entereza, con el rostro de la pequeña desdibujado en su memoria. Dos compañeros de su marido, que está trabajando fuera del acuartelamiento, tienen que arrancársela de los brazos para subirla en volandas a una ambulancia.

- ¿Supo inmediatamente que se trataba de un atentado de ETA?

- Lo que supe es que mi hija se iba a morir. Y lo único que pedía es que Dios me llevara a mí. Salí corriendo y gritando '¡Hijos de puta, habéis matado a mi hija!'. Porque ETA ni siquiera avisó para darnos cinco minutos. Silvia murió en la ambulancia. Cuando aún vivía, además de rezar y cantarle al oído por si me podía escuchar, le prometí que no pararía hasta encontrar justicia.

- ¿Cómo ha podido sobrellevar todos estos años sin ella?

- No lo sé, no se lo puedo explicar... (se quiebra en llanto, como cuando intenta narrar, sin poder, cómo era su pequeña). Tienes que aprender a convivir con esto. Me planteé que solo tenía dos opciones: pegarme un tiro, que además lo tenía fácil; o seguir adelante por mi familia y para que no se olvidara a mi criatura. Y aquí estoy. Pero yo no tengo días buenos. Tengo días regulares, malos y muy malos.

Víctimas del horror

Toñi pensó que no podría, pero Silvia tiene hoy dos hermanos, Javier y Carla, a los que su madre ha contado lo que pasó -lo que ETA hizo que pasara-, pero sin permitir que el padecimiento les arruine la vida por vivir. Mientras blinda a los dos hijos que tiene junto a ella, mientras el padre sigue ejerciendo de guardia civil «porque los terroristas es lo que más detestan», ella prosigue su cruzada porque no cree que los responsables de la muerte de Silvia -el crimen que fue definitivo para activar la ilegalización de Batasuna, que se negó a condenarlo- fueran solo sus autores materiales, hoy condenados y presos. Pero no solo eso.

En la polifonía de voces de las víctimas del horror, la suya clama para denunciar que «no habrá justicia mientras quede una sola víctima» de un asesinato por esclarecer; para asegurar que lo que ha hecho ETA es dejar de matar pero sin abandonar los objetivos que se han hecho más vigentes y factibles -acusa- por «el blanqueamiento» que está aplicando el Gobierno de Pedro Sánchez y del que también responsabiliza al PP; para reprochar al ministro Grande-Marlaska que el 12 de octubre, fiesta de la Guardia Civil, acercara al País Vasco a uno de los asesinos de Silvia. «Es mi deber, mi obligación y mi derecho. No van a callarme», se revuelve Toñi Santiago. Y dice que solo quiere que la escuchen.

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«Le canté a mi niña al oído cuando aún vivía y le prometí que le haría justicia»