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«Cada 12 de julio el corazón se me desgarra»

«Cada 12 de julio el corazón se me desgarra»

3 - Los recuerdos de su hermana ·

«Me gusta volver a Ermua, pero es doloroso; todos los rincones me recuerdan a él», confiesa Marimar Blanco

ivan orio

Lunes, 10 de julio 2017, 06:17

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Cada 10 de julio desde 1997, cuando recibió la llamada en Escocia, donde había viajado para estudiar inglés, en la que le comunicaron que ETA había secuestrado a su hermano Miguel Ángel y había puesto un plazo a su vida, Marimar Blanco mira el reloj una y otra vez durante 48 horas, el tiempo que el concejal del PP estuvo retenido por la banda terrorista antes de ejecutarle con dos tiros en la nuca. Cada movimiento de las manecillas despierta en ella un torbellino de emociones que le parte el alma, pero el gesto es ya instintivo, forma parte de un duelo permanente. El dolor y la tristeza aprovechan cualquier resquicio cotidiano para visitarla.

- ¿El dolor es mayor cuando se acercan fechas redondas como la de ahora, los veinte años del asesinato de su hermano?

- Yo siempre llevé reloj durante aquellas 48 horas, y todos los 10 de julio hasta las cuatro de la tarde del 12 no dejo de mirarlo. No puedo evitarlo. Hace 20 años lo llevaba puesto porque quería ser consciente del tiempo que me quedaba para intentar salvar la vida de mi hermano. A mi madre sí le quitaron el reloj para que no estuviera pendiente, pero una madre es una madre. Sin llevar reloj a las cuatro de la tarde, una prima mía le dijo 'tía, tienes que comer'. Mi madre le respondió: 'Cómo voy a comer si en estos momentos están matando a mi hijo'. Desde entonces, sigo mirando continuamente el reloj. Y a las cuatro de la tarde de cada 12 de julio, el corazón se me desgarra un poco más.

Los recuerdos fluyen en la mirada de Marimar durante la entrevista. Tenía 23 años cuando la organización terrorista, herida por la liberación de José Antonio Ortega Lara por agentes de la Guardia Civil en Mondragón, focalizó la venganza en su hermano y provocó una movilización social sin precedentes. La ciudadanía vasca le gritó a ETA en las calles que ya no le tenía miedo. La mirada de la ahora diputada del Partido Popular se ilumina cuando habla de su hermano, de sus travesuras, de su actividad imparable, de su afán protector por ser el mayor, de su «gran pasión», la música... Se desdibuja, sin embargo, cuando toca conversar del eterno vuelo de Gran Bretaña a Euskadi, del ultimátum de los terroristas, de la esperanza cercenada en un paraje boscoso de Lasarte, de la sinrazón, del horror...

- ¿Cómo era su hermano?

- Era muy nervioso, muy movido, vaya noches que le dio a mi madre, la pobre. Era muy inquieto, todo el tiempo le parecía poco para hacer cosas; un joven con muchísimas ilusiones, con toda la vida por delante...

El edil popular tenía 29 años cuando le asesinaron. Solo llevaba dos en política y acababa de encontrar un empleo estable. Su amor por la batería le había llegado bastante antes.

- ¿Se le daba bien?

- (Marimar sonríe) Primero empezó con unas cazuelas en casa. El sonido era horrible, la verdad. Más tarde le compraron la batería. Me acuerdo perfectamente que un día le dije 'tócame una canción de Teresa Rabal', esa de 'Veo veo' que era tan conocida. Claro, yo pensaba que la batería era como el resto de instrumentos. Como el piano, por ejemplo, que enseguida identificas la melodía. Pero con la batería no se distinguía absolutamente nada, el sonido era terrible. 'Pero tócala bien', le decía yo. 'Que ya la estoy tocando', me respondía. Mi hermano era muy luchador en todos los ámbitos de la vida, y la batería también le servía para soltar la adrenalina acumulada. Tenía su carácter y su temperamento, pero brillaba especialmente por su gran corazón.

- ¿Era muy protector?

- Sí, pero sobre todo era una persona muy, muy familiar. Yo quizás no lo era tanto porque soy más independiente y reservada, pero mi hermano no. Su inquietud le llevaba a decirlo todo, a expresarlo todo, tanto lo bueno como lo malo, también los sentimientos. Y sí, claro, ejercía de hermano mayor con su hermana pequeña.

La manifestación

Marimar Blanco, presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, participó hace dos décadas en Bilbao en la marea humana que exigió a la banda la liberación de su hermano. «ETA, aquí tienes mi nuca», se escuchaba entre el gentío. No tenía excesiva fe en que aquella movilización sirviera para algo, pero el clamor fue tan rotundo que regresó a Ermua convencida de que su hermano sería liberado. «Entré en casa y les dije a mis padres: 'Hemos conseguido salvar la vida de Miguel Ángel'». Horas después sonó el teléfono en el hogar de los Blanco. «Algunos expertos nos habían dicho que ETA no podía dar la espalda a aquel grito de libertad, que a mi hermano le iban a dejar libre, pero con alguna marca de ETA, quizás un tiro superficial. Así que a las cuatro de la tarde de aquel 12 de julio todos estábamos esperando esa noticia. No recuerdo quién atendió la llamada, pero no escuchó. Simplemente tenía esa idea en la cabeza y nos la transmitió: 'Ha aparecido, está bien, tiene un tiro superficial en la cara'».

- ¿Viajaron a San Sebastián con ese pensamiento?

- Bajé a la calle y una multitud nos esperaba. Los medios ya estaban dando la noticia real y la gente lloraba y no paraba de gritar 'asesinos, asesinos'. Y yo les decía '¡que está bien, que está bien!'. Nos metieron en un coche y recuerdo los 70 kilómetros de Ermua a San Sebastián como un momento feliz. Pensaba que iba a poder abrazar a mi hermano y decirle 'ya está, ya pasó, hemos ganado, estás bien, olvídate...'. Pero todo se vino abajo cuando salimos del coche y vi a un montón de gente en el hospital con el semblante desencajado. Los médicos nos indicaron que le habían dado dos tiros en la nuca. El primero no lo hubiera matado, pero el segundo lo remató. Cuando nos comunicaron el fallecimiento, en el amanecer del 13 de julio, dimos un grito desgarrador. Yo no me lo creía, esa noticia no podía ser real, es imposible describir el dolor que sentí en aquel momento...

«Todo se vino abajo cuando en la puerta del hospital vi a mucha gente con el rostro desencajado»

El cadáver fue trasladado al cementerio de Polloe. Marimar no encontraba «amparo, nada ni nadie que me aliviara». Y vio a Consuelo Ordóñez, que había perdido a su hermano Gregorio dos años antes en otro atentado y había acudido al camposanto donostiarra como gesto de cercanía. «Fui donde ella y le pregunté si ese dolor se pasaba. Me dijo que el tiempo ayudaba a calmarlo, pero que el dolor nunca se pasa. Permanece, y jamás vuelves a ser la misma persona». Los Blanco trataron de sobreponerse para recuperar la vida anterior, pero en la mesa ya no estaban cuatro; solo tres, y la ausencia de Miguel Ángel era asfixiante. El padre consiguió trabajo en Vitoria y la madre se fue con él para no pasar tantas horas sola en Ermua. Alquilaron un piso. La idea era volver tras la jubilación. Pero no pudieron. La pena era una losa enorme. Vendieron la casa del municipio vizcaíno y se quedaron en la capital alavesa. Su hija se fue a Madrid, donde reside.

- ¿Le cuesta regresar a Ermua?

- Me gusta volver a Ermua, es mi pueblo. Me da mucha pena no poder entrar en mi antigua casa, en mi habitación. Esa casa me dio mucho dolor, pero también tantas alegrías... Viví momentos muy felices... Por eso me encanta regresar, pero le confieso que cada vez duele más. Le veo a mi hermano un sábado a las dos de la madrugada señalándose el reloj y recordándome que tengo que estar en casa a las tres. Cada rincón del pueblo me recuerda a mi hermano.

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