Caza mayor

EH Bildu ha ido soltando las presas de Osakidetza y de la vivienda para centrarse en hincar el diente al Departamento de Seguridad del Gobierno ... vasco y, con especial animosidad, al consejero Bingen Zupiria. No es que los dos primeros asuntos carezcan ya de relevancia. Pero la iniciativa política del Ejecutivo ha neutralizado su furia opositora en esas materias y, además, más allá del cacareo, la izquierda abertzale tampoco acredita modelos alternativos milagrosos en ningún ámbito.

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Quienes se forjaron incendiando las calles analizan ahora, en calidad de apóstoles de la mesura, cada fotograma de cada vídeo por si la Ertzaintza se hubiera sobrepasado un milímetro en alguna de sus actuaciones. El mantra del antifascismo salpimenta su discurso para que suene rotundo, como si la historia no hubiera parido ningún otro totalitarismo, incluso alguno del que ellos han sido partícipes entusiastas.

Quienes llamaron al acto del 12 de octubre en Vitoria buscaban que se les hiciera caso, y lograron el eco mediático que perseguían. Juntarse cuatro gatos venidos de fuera, lanzar consignas repulsivas y volver a sus casas envueltos en su burbuja extravagante y caduca les hubiera mantenido en la irrelevancia absoluta. Protagonizar los titulares de los medios de comunicación les dio oxígeno político allá donde lo buscan, bien lejos de nuestro ámbito geográfico.

Resulta pertinente analizar si ese tipo de grupúsculos debieran mantenerse en la legalidad. Más allá de sus diversas mutaciones, se trata de la marca que dio cobijo político a una dictadura de casi cuatro décadas, provocando muchas decenas de miles de víctimas. No se trata de un peligro potencial en este caso: los horrores que provocó están bien documentados en la historia. Pero impulsar su ilegalización corresponde al Gobierno español, del que EH Bildu es acólito devoto.

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Cuando el abandono de una estrategia violenta de largo recorrido responde a un utilitarismo descarnado, y no a convicciones éticas profundas, los tics del pasado aletean a cada paso. Y la inquina hacia la Ertzaintza impide disimular a la izquierda abertzale, de tan aguda que es su intensidad. No se trata de que haya que corregir y depurar posibles excesos policiales por las vías correspondientes, lo que es evidente en una sociedad democrática, sino de poner en solfa al conjunto de la propia policía vasca y a sus responsables.

Para la izquierda abertzale no hay alborotadores afines que merezcan la atención de la Ertzaintza. Ni siquiera existe la inseguridad de la que tanto se habla incluso entre sus votantes.

Tratan de imponer su relato fantasioso, como si la trayectoria les avalara. Afortunadamente, la solidez personal y política del consejero Zupiria está desbaratando esas intentonas, con rigor, transparencia e ideas claras.

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