Ejercer el poder
Cuando llegó al poder, Mitterrand se lamentó de la dificultad para llevar a cabo su programa. En la oposición, había calificado al régimen de De ... Gaulle como un «golpe de Estado permanente» por el exagerado poder que el presidente francés concentraba. Hoy, irónicamente, Mitterrand es recordado como «él último rey de Francia». Si él, siendo presidente de un régimen absolutista (una «monarquía electiva»), no pudo cumplir su programa (renunció a él a los dos años), ¿quién podría?
Analizar la política es analizar el poder: su fuente de legitimidad, sus mecanismos y sus efectos. En la izquierda, desde aquel decimonónico «el Estado es el consejo de administración de la burguesía» de Marx han llovido debates (y prácticas) acerca de la institucionalidad del poder. En el campo liberal, esta cuestión ha sido resuelta con pragmatismo.
Tras una crisis de legitimidad arrastrada desde finales del XIX y agravada sin duda por el fracaso del capitalismo de entreguerras, la idea liberal del poder se ha estirado como un chicle, mostrando una adaptabilidad al medio y al momento que, si tomamos en cuenta a Castells, está llegando a un punto de ruptura.
Ante ello, y conscientes de sus derrotas históricas, las izquierdas han procurado actualizarse. Wallerstein apuntó que ganar elecciones no cambiará el mundo, pero, al menos, servirá como mecanismo de protección ante los esfuerzos neoliberales para suprimir avances de los que dependen millones de vidas. Esta estrategia defensiva, aunque realista, no parece la más prometedora a largo plazo.
En la CAV hay una fuerza política que ha colocado el concepto «cambio de ciclo» en la agenda. Con ello, EH Bildu quiere llegar al poder institucional, pero para ejercerlo necesitará algo más que mayorías parlamentarias. Ya nos enseñó Maquiavelo que los «profetas desarmados» (los que gobernaban contando solo con la buena voluntad de los gobernados) estaban expuestos a finales desgraciados.
Lo sabe Bildu desde que gobernó Gipuzkoa y Donostia: la virtud, por sí sola, no basta. Pello Otxandiano (buen candidato, como Imanol Pradales), si es lehendakari, deberá desplegar un repertorio de vectores de poder. Junto a la incorporación de consejeros, viceconsejeros, directores y asesores, le hará falta un buen número de personas capaces de dirigir toda clase de entidades.
Y, sobre todo, tendrá que arreglárselas para construir una relación de fuerzas favorable al menos en un ámbito: el de la comunicación. No se puede construir un relato ganador, es decir, no defensivo, sin esto. No se puede ejercer el poder sin tener poder. Un gran apoyo popular no es suficiente para competir con más de cuarenta años de 'savoir faire'. Comprender esto sí que sería un verdadero cambio de ciclo, en este caso, para la cultura política de la izquierda vasca.
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