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La hora del electorado

La hora del electorado

Uno se resiste a creer que un electorado maduro pueda dejarse arrastrar, a la hora de votar, por la continua manipulación de sus líderes

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Domingo, 17 de diciembre 2017, 00:37

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Nunca como en estas elecciones catalanas ha estado tan claro el estado de la cuestión ni el votante ha tenido mejor conocimiento del posicionamiento que mantienen los partidos. Y, si juzgar la labor del Gobierno es el principal cometido de cualquier proceso electoral, junto con el de elegir a los mejores para, llegado el caso, corregirla y mejorarla, nunca habrá encontrado el ciudadano mejor oportunidad que la presente para cumplir acertadamente. No consta que haya habido en la reciente historia de la democracia española ningún otro Ejecutivo que, como el que ahora se presenta al tribunal del electorado, haya centrado tan obsesivamente en un solo objetivo toda la acción de gobierno, en vez de repartirla en múltiples áreas y hacerle con ello al elector más compleja su labor de enjuiciamiento.

El programa de acción gubernamental se resumía en un punto: la instauración de la república independiente de Cataluña. El resultado ha sido catastrófico. No sólo no se ha alcanzado el objetivo, sino que se han dilapidado los mejores valores que el catalanismo había acumulado. La economía, por ejemplo, puntera en España, ha comenzado a arrojar las peores cifra en todos sus sectores. El prestigio internacional, sobre el que el Govern quiso cimentar la justeza de sus reivindicaciones, se ha visto muy seriamente dañado ante todas las cancillerías que cuentan. Hasta el europeísmo, emblemático de la ciudadanía catalana, ha trasmutado en un resentido y ensimismado enfurruñamiento, impropio de un país que había hecho de la apertura al mundo su más atractiva tarjeta de presentación. Y, lo peor de todo, el sentimiento de pertenencia de la ciudadanía a un único ‘poble’ se ha convertido en discordia y confrontación.

Sin embargo, esta valoración, que cualquier observador desapasionado podría considerar ajustada, no parece haber calado en los partidos que han protagonizado el proceso. Se observa, por el contrario, en ellos una enorme resistencia a admitir como hechos de la realidad lo que despachan como opiniones interesadas. Han optado así por una huida hacia adelante que, ciega toda evidencia, interpreta el fracaso que han cosechado, en vez de como advertencia sobre lo que es inviable en las circunstancias actuales, como un hito en el camino que, una vez alcanzado, no admite marcha atrás, sino que invita a rebasarlo obcecadamente en pos de obtener una y otra vez idéntico resultado.

Esta actitud de resistencia a la realidad guarda relación con los planteamientos eminentemente emocionales que han guiado el proceso e impedido mantener abierta una ventana a la racionalidad. El fracaso no sería señal del mal proceder propio, sino de los obstáculos que interpone el enemigo. Pero esa resistencia se ha visto reforzada por dos hechos que, aun siendo resultado lógico de las acciones de los protagonistas, han provocado en éstos la exacerbación más extrema de una emotividad previamente azuzada. La aplicación del artículo 155 de la Constitución, de un lado, y la intervención de la Justicia, de otro, sólo podían actuar, en efecto, en un ambiente tan caldeado, como el epítome de todos los agravios sufridos, fueran éstos reales o imaginados. En vez de como frenos que invitaran a la reflexión, han actuado de acicates que estimulan la repetición. Por otra parte, el doble hecho de que la intervención de la Justicia fuera tan fulminante y el 155 viniera acompañado de una convocatoria tan inminente de los comicios apenas dejaba tiempo y sosiego para la necesaria reflexión. Cogidos por sorpresa los partidos del Govern, y aturdidos, no fueron capaces de idear algún cambio que no les pareciera traición.

Así las cosas, queda por saber, más allá de lo que ya sabemos de los partidos, si acertarán unos sondeos que, en lo que afecta al electorado secesionista, muestran un inmovilismo parecido al de sus representantes. No le han hecho mella ni el engaño ni la manipulación que ha sufrido a lo largo de toda la legislatura. Ni siquiera el rotundo fracaso del proyecto. Si las encuestas no andan a tientas, mirándose unas a otras para equivocarse todas juntas, nos hallaríamos ante un fenómeno para el que los mecanismos de la política no serían aplicables. Habría que encomendarse a alguna otra disciplina en busca de una comprensión correcta y una terapia adecuada. Uno se resiste a creerlo. No es en absoluto verosímil que una sociedad madura se deje arrastrar tan fácilmente por el desvarío de sus líderes. Aunque ya nos previno Horacio: «siempre que sus reyes desvarían, lo sufren los aqueos».

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