Una historia de urgencias políticas
El lehendakari se vio forzado a retirar sus primeras Cuentas, aprobó otras tres con el PP y quedó abocado a la prórroga tras la moción de censura contra Rajoy
A punto ya de enfilar la recta final de su segundo mandato, el lehendakari Iñigo Urkullu no puede jactarse de que la aprobación de sus ... sucesivos Presupuestos haya sido un camino de rosas. Más bien, un trayecto irregular y accidentado, en ocasiones plácido pero en otras plagado de baches que han hecho planear sobre su Gabinete la sombra del adelanto electoral. Finalmente, Urkullu ha demostrado tener guardado en la manga un manual de resistencia, quizás no editado en tapa dura como el de Pedro Sánchez, pero igualmente eficaz. El jefe del Ejecutivo de Vitoria, gracias a un pacto presupuestario que cambia uno de los flancos ideológicos de la Cámara (el PP, decisivo para que salieran adelante las últimas Cuentas aprobadas, las de 2018) por el opuesto (Elkarrekin Podemos), logra su objetivo de agotar su segunda legislatura, sean las elecciones en otoño o antes del verano, y conjura el fantasma de un Gobierno extenuado que llega a las urnas a medio gas y pidiendo la hora.
Una vez más, Urkullu se beneficia de las urgencias políticas y necesidades del socio de turno, aunque no siempre ha corrido la misma suerte. En dos ocasiones, ha probado las hieles más amargas de la minoría parlamentaria. Una debilidad numérica que lastró el arranque de su primera legislatura y ha sido una constante en la segunda, en la que el Ejecutivo PNV-PSE se quedó a un escaño de la mayoría absoluta.
En el que probablemente fue uno de los tragos más amargos de su trayectoria, Urkullu se vio forzado a retirar sus primeros Presupuestos, los de 2013, para evitar la demoledora imagen de la Cámara al completo tumbándole las Cuentas. Las aguas bajaban revueltas entre PNV y PSE tras una legislatura de inmisericorde oposición de los jeltzales al lehendakari Patxi López. Los socialistas, sin duda, tenían ganas al PNV y necesitaban algo más de tiempo para madurar el acuerdo, de estabilidad primero y de coalición después, que pondría fin a lustros de política de trincheras. Pero ese primer año el correctivo al PNV fue unánime y no en un momento cualquiera: eran los tiempos más duros de la crisis y el Gobierno vasco se vio forzado a prorrogar las Cuentas de 2012 con 1.200 millones menos en la caja. El mazazo fue de tal calibre que Urkullu confesaría tiempo después que pensó seriamente disolver el Parlamento y convocar nuevos comicios.
No lo hizo y al año siguiente PNV y PSE, que en aquel Parlamento sumaban 42 escaños, alcanzaban un acuerdo de estabilidad que garantizaba a Urkullu aprobar sus Cuentas y gobernar con relativa tranquilidad hasta el final de la legislatura. En los primeros Presupuestos de esa nueva etapa, los de 2014, entró también el PP, que se abstuvo a cambio de partidas por valor de apenas tres millones de euros. Los populares cambiaron de estrategia en los dos siguientes ejercicios pero el PSE, con quien el pacto era sólido, prestó varios de sus votos al Gobierno para que las Cuentas prosperaran.
En la segunda legislatura de Urkullu, Rajoy ya había perdido su mayoría absoluta y necesitaba al PNV para mitigar sus propias urgencias presupuestarias. Fueron los tiempos del deshielo entre jeltzales y populares, tiempos de gloria también para un Alfonso Alonso que en 2017 apenas logró influir en un 0,26% del gasto total pero en 2018 se apuntó un tanto crucial: logró que PNV y PSE dieran marcha atrás en la reforma fiscal pactada por ambos para rebajar el tipo del impuesto de Sociedades del 28 al 24%. El vértigo del PNV a aparecer como el único sostén de un PP corrupto empujó a Sabin Etxea a las filas de la mayoría que hizo triunfar la moción de censura de Pedro Sánchez pero dejó a Urkullu a los pies de los caballos. En el Gobierno vasco supieron desde el principio que ni el PP ni nadie en la oposición les daría ni agua. Se intentó con EH Bildu, con quien las conversaciones llegaron a estar muy avanzadas, pero acabaron naufragando. La prórroga, dejó claro Urkullu, no era «ningún drama» pero la imagen del Gobierno se resintió. Ahora, ha sido un Podemos en franco retroceso y necesitado de marcar perfil quien ha venido a hacer de red de seguridad en la hora más decisiva. Manual de resistencia, volumen 2.
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