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Hipnótico Puigdemont

Hipnótico Puigdemont

Cataluña entera se ve conminada a desear que los independentistas se entiendan entre sí; a identificar su futuro con el futuro incierto de la comunión secesionista

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Sábado, 3 de marzo 2018, 01:03

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La espiral catalana había llegado tan lejos, que cualquier gesto de distensión más o menos aparente podía generar una sensación de alivio. De ahí que el anuncio de la «renuncia provisional» de Carles Puigdemont a volver a la presidencia de la Generalitat fuera celebrada el jueves como una buena noticia para el desbloqueo institucional en Cataluña. Sin embargo, de las palabras del líder de Junts per Catalunya por youtube, y ayer en una entrevista de radio, no se deduce precisamente que el hoy vecino de Waterloo se haya echado a un lado. Más bien parece que trata de optimizar su influencia desde la doble legitimidad que reivindica ante las bases independentistas: la de quien fue cesado «injustamente» en virtud del 155; y la del cabeza de lista de una candidatura que se impuso sobre ERC en los comicios del 21-D gracias, seguramente, a la inesperada simbología de su autoexilio. El hecho de que el jueves señalara a Jordi Sànchez como su sustituto «provisional», sin acordar previamente tal candidatura con el partido de Oriol Junqueras, demuestra que «la lista del president» -JpC- quiere hacerse valer condicionando a cada minuto el tránsito independentista hacia un «gobierno efectivo» de la Generalitat.

Lo mejor es enemigo de lo bueno. Pero esta vez lo mejor era posible. Era posible que Puigdemont se hiciera a un lado de verdad; como tuvo que hacerlo Artur Mas cuando, por exigencia de la CUP, él le sustituyó en la investidura de 2016. Claro que la renuncia de Mas a la reelección fue consecuencia del entendimiento independentista a causa, fundamentalmente, de las sombras que proyectaba el caso de los Pujol sobre la honorabilidad de los convergentes más veteranos. También por eso Puigdemont no permitió que Mas ocupara otro lugar que la presidencia del PDeCAT. Pero él encarna al líder doliente que se ve despojado de su posición institucional por el 155, y no puede recuperarla porque se vio obligado a huir de la acción de la Justicia. Aunque la creación de un «consejo de la república catalana» con sede en Bélgica no es una mera concesión compensatoria a la renuncia de Puigdemont, sino la consagración de una comisión de vigilancia sobre todo lo que el independentismo vaya a hacer en Cataluña. La probable investidura final de Jordi Turull o de cualquier otra persona fiel al de Waterloo, para tomar las riendas del día a día de un gobierno partido en dos -consejeros de JpC y consejeros de ERC- que, además, contará con el marcaje de sucesivas asambleas de la CUP, augura una legislatura sometida a la tensión. Con el posible riesgo de que el 155 no se retire, o no se retire del todo.

Los peregrinajes a Waterloo evocarán tiempos pasados, porque es en el exilio donde se recrean la identidad y la nación. Gentes a las que nunca les pasó nada descubrirán lo que son en el fondo gracias a un vuelo ‘low cost’ a Bruselas. Pronto se distinguirá a quienes hayan tenido acceso al prócer de aquellos que no se muevan de casa. Pero el poder hipnótico que despliega Puigdemont no se limita a sus seguidores; afecta al independentismo en su conjunto, a toda la política catalana y también a la española. A simple vista, parecería que el ‘secesionismo del interior’ no acaba de dar con la fórmula para quitarse de encima a quien decidiera autoexiliarse sin encomendarse más que a sus próximos. Pero el hipnotismo que practica Puigdemont es imposible de contrarrestar mediante conciliábulos obligados a la discreción y el silencio. Porque se trata de un poder envolvente que empieza por neutralizar el espíritu crítico entre los ‘indepes’, luego hace que las cuitas entre Junts per Catalunya y ERC parezcan el centro del universo, y acaba abduciendo a los no independentistas en la contemplación más o menos jocosa de sus disputas. La endogamia independentista es el espacio natural en el que Puigdemont ejerce de hipnotizador a distancia; dato este último que incrementa su poder de persuasión. Así es como Cataluña entera se ve conminada a desear que los independentistas se entiendan entre sí. Se ve conminada a identificar su propio futuro con el futuro incierto de la comunión secesionista.

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