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«Mi hermano vivió sabiendo que le iban a matar, esa era la seña de identidad de ETA»

Consuelo Ordoñez | Hermana de Gregorio Ordóñez y presidenta de Covite

«Mi hermano vivió sabiendo que le iban a matar, esa era la seña de identidad de ETA»

En vísperas del 30 aniversario del crimen, explica que celebrará la última ofrenda floral pero «siempre mantendré su legado»

Sábado, 18 de enero 2025, 00:20

Lleva décadas rodeada de micrófonos y grabadoras pero esta vez se emociona durante la charla. Consuelo Ordóñez no habla hoy como la presidenta de Covite sino como la hermana de Goyo. El 23 de enero se cumplen 30 años del asesinato a manos de ETA de Gregorio Ordóñez cuando era parlamentario vasco y teniente de alcalde de San Sebastián.

– ¿Dónde estaba Consuelo Ordóñez aquel día de 1995?

– Lo tengo grabado a fuego. Estaba en mi casa arreglándome para ir a trabajar al despacho de un procurador en San Sebastián. Recibí una llamada de la madre de Eugenio Damboriena, que era amigo y compañero de partido de mi hermano. Estaba muy exaltada y me preguntó si sabía dónde estaba Goyo. Le dije que suponía que trabajando, como cualquier día. Llamé a mi cuñada y tampoco sabía nada. Telefoneé al Ayuntamiento y me dijeron que había salido a tomar algo con una visita. Y me fui hacia la casa de mi hermano.

– ¿Qué vio al llegar?

– A dos manzanas había un coche de la Policía Municipal. Estaban acordonando el portal. Me acerqué a la ventanilla y pregunté al policía qué estaba pasando. Nunca olvidaré su respuesta: «Imagínate lo peor». No sé por qué. Supongo que me conocería o algo. Llamé a casa y allí estaban mi cuñada y el niño, María San Gil y Eugenio, todos llorando. A mí me preocupaban mis padres, que estaban en el pueblo.

– ¿Cómo se enteraron?

– Mi padre había salido a andar con los perros y solía llevar una radio... (Se emociona) Lo escuchó en la radio. Me da muchísima pena. Luego mis padres hicieron un viaje larguísimo desde Terrateig (Valencia) y estuvimos juntos toda la noche en la capilla ardiente. Y toda la mañana.

Tras el crimen

«Hablaban como si 'Goyo' hubiera muerto de cáncer. Yo quería estar con los que se rebelaban contra ETA»

– Goyo era muy valiente y llegó a decir aquello de «yo sé que me van a matar, pero no me voy». ¿Qué pensó al escucharlo?

– Yo en aquel tiempo no seguía la vida política de mi hermano. No vivía con él, claro, pero incluso mi cuñada sólo le notó algo más nervioso. Él disimuló siempre esa losa que llevaba encima. Suelo decir esa frase, «vivir sabiendo que te van a matar», porque esa fue la seña de identidad de ETA. No solo con mi hermano, con muchos. Eso era determinante para producir el terror que produjo y lograr las consecuencias que duran hasta hoy.

– Usted escuchó una llamada en el contestador. Le amenazaban.

– Sí. Vine del pueblo en agosto y fui a la casa familiar. En el listín estaba a nombre de mi padre: Gregorio Ordóñez Millán. Y me encontré con las amenazas. Mi hermano se llevó la cinta. Me impactaron, fui consciente al escucharlas pero los familiares no queremos ver que alguien cercano corre peligro. Te niegas. No eres consciente de que va en serio.

En el 25 aniversario

«En la colocación de la placa me reconcilié con San Sebastián.Vino tanta gente a abrazarnos y a recordarle...»

– La amenaza más explícita fue esa bala que alguien dejaba en su casillero del Ayuntamiento.

– Sí, eso en aquel momento no lo supimos. Un periodista, Iñigo Urrutia, se lo contó a mi cuñada cuando estábamos preparando la exposición por el 25 aniversario. Urrutia había quedado con Goyo y, al abrir el casillero, sacó la bala. «Toma, para ti, que yo ya tengo bastantes», le dijo Goyo. Le dejaban una bala todos los lunes en su casillero.

– No es un lugar al que tenga acceso mucha gente.

– Su despacho estaba contiguo al de HB. Eran vecinos, puerta con puerta. En ese grupo municipal trabajaba Balerdi, un asesino sanguinario que, entre sus recados para el grupo municipal de HB donde trabajaba, se dedicaba a matar. Mató a cinco personas y se cruzaba a diario con mi hermano. Y en 2016 cortaron la calle para hacerle un 'ongi etorri' con cohetes y música.

– Unos recibimientos a los etarras que vuelven de prisión con los que terminó Covite.

– Los responsables de que se hayan producido durante tanto tiempo han sido los jueces de la Audiencia Nacional, que decían que eran manifestaciones de alegría. Desestimaron nuestras denuncias. Y en 2021 logramos que dejaran de producirse. Es un triunfo, una medalla que llevamos con mucho orgullo junto con Gogoan y la Fundación Buesa.

– ¿Qué sucede tras el asesinato? Vuelve a su trabajo en Bergara.

– Sí, era procuradora allí. Tengo una anécdota horrible. Volví a la semana siguiente al juzgado de Bergara. Y, al entrar, noto que nadie se me acerca, nadie me da el pésame. Sólo dos personas, una chica y un chico, vinieron donde mí y me llevaron a tomar un café. Recuerdo que me dijeron: «Te tienes que ir de aquí, Consuelo. Esto es un nido de proetarras». Les hice caso. Me colegié en Tolosa.

– ¿Hubo más silencios así?

– Sí, muchos más. En Bergara yo iba todas las semanas a comprar material de oficina a una librería pequeñita que vendía también periódicos. El dueño sabía perfectamente quién era yo. Solíamos hablar. Cuando fui, tras el asesinato, no me dijo nada. Y además me trató bruscamente. Me quedé helada. Tengo muchas más anécdotas así pero esas me marcaron porque fueron las primeras.

– ¿Cómo fue la reacción ciudadana en SanSebastián?

– En aquel momento estás tan mal que ni te das cuenta, pero es que no dejó de pasar gente por la capilla ardiente incluso durante la noche.

– Suele olvidarse, pero su hermano era el más votado.

– Sí, había habido unas europeas poco antes y el PP había sido, por mucho, el más votado.

– Ha cambiado el panorama.

– ¡Hombre que si ha cambiado! Es que el terror es muy rentable.

«Muy orgulloso»

– ¿Cómo trabajó ese duelo?

– Cuando pasaron unos meses, me di cuenta de la soledad y de que la gente me trataba como si mi hermano hubiera muerto de cáncer. Y eso no me sirve. Yo sentía la necesidad de estar con quienes se rebelaban contra ETA. Cerca de mi casa, había unas concentraciones para pedir la liberación de José María Aldaya –secuestrado por ETA en 1995–. Comencé a acudir como una más, todos los jueves. También a la plaza Gipuzkoa tras los asesinatos.

– Unas protestas que tenían contramanifestaciones.

– Era dolorosísimo. ¿En qué lugar se ha visto eso? Nosotros, un cuarto de hora en silencio. Y, al otro lado, ellos gritándonos: «¡ETA mátalos! ¡ETA mátalos! ¡Gora ETA militarra!». Y la Ertzaintza con órdenes de no actuar. Luego nos tiraban piedras y nos hostiaban.

– Y un día le abren la cabeza.

– Una pedrada sí, y me dieron en la cabeza. Sangrando, siete puntos. Me ayudaron unos amigos. Lo denuncié y al día siguiente me llamó Iñaki Gabilondo. Y ahí paso de ser una víctima anónima a ser conocida. Por eso digo que todo lo mío fue por casualidad. Yo no tenía vocación de activista. Pusieron un cordón policial en nuestras protestas y yo empecé a ser una persona pública.

–Usted ha dedicado su vida a recordar y dar voz a las víctimas. ¿Qué pensaría su hermano?

– Estoy segura de que mi hermano se sentirá muy orgulloso. Estoy segura de que estoy haciendo lo que él quería que hiciera. Y además siento que me está guiando desde el principio. Siempre, todos los pasos, han sido como por casualidad, sin que yo elija nada. Le veo ahí y le siento muy cerca.

– Este año hará la última ofrenda en el cementerio de Polloe. ¿Por qué?

– Porque 30 años está bien. Y porque no me hace falta hacer la ofrenda para mantener vivo el legado de mi hermano. La gente ya me conoce. Cada vez que la gente me ve, ve a mi hermano. Mantendré su legado hasta que me muera.

– ¿Volvió a La Cepa, el restaurante donde mataron a 'Goyo'?

– Tardé muchísimo en volver. Fue en un homenaje que hizo Odón Elorza a las víctimas de la calle 31 de agosto. Y, después, en el acto más emocionante que he vivido en estos años, que fue la colocación de la placa en el 25 aniversario. Se lo agradeceré siempre al alcalde Eneko Goia. Fue tan emocionante... Cuando salimos del Ayuntamiento, había muchísima gente agolpada. Fuimos delante, como en una marcha, y todos ellos detrás (se emociona). Y fueron dejando las flores y nos abrazaron. Tanto tiempo después y todos acordándose de mi hermano. Ahí me reconcilié con San Sebastián.

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