Gobierno y respaldo parlamentario
En el cambio de Ejecutivo que se ha producido se dan unas condiciones que, si se saben aprovechar debidamente, pueden abrir una dinámica política distinta
Es lógico que tanto la opinión pública como los medios de comunicación hayan centrado su atención estos últimos días en la composición del nuevo Gobierno ... y en la personalidad de quienes lo integran. Además de la natural curiosidad que todos tenemos por conocer los datos de interés –y también, a veces, otros que no tienen ninguno– relativos a la vida de los personajes públicos, cuando éstos son nuestros gobernantes ya no se trata de mera curiosidad, sino de algo que puede afectar al funcionamiento de las instituciones. Se trata, en este caso, de una exigencia democrática de la publicidad y la transparencia que deben regir la actividad pública; lo que es de aplicación general para todos, pero muy especialmente para quienes desde el Gobierno van a gestionar los intereses comunes y a quienes, en su caso, vamos a poder exigir responsabilidades por la gestión realizada.
Pero más allá de los abundantes datos que estos días nos han proporcionado los medios de comunicación sobre la personalidad de las nuevas ministras y ministros del Gobierno, y sobre los méritos acumulados en su actividad profesional o en relación con su propia vida política, hay también otros factores a los que apenas se les ha prestado atención, pero que, sin embargo, resultan determinantes para el propio funcionamiento institucional. Entre otras razones porque de ellos depende, más incluso que de los méritos profesionales o la personalidad de los miembros del Ejecutivo, el que éste pueda empezar a ejercer sus funciones con normalidad y a desarrollar sus tareas con éxito; e, incluso, su propia continuidad en la actual legislatura.
En este sentido, conviene recordar que en un sistema parlamentario, como es nuestro caso, el Gobierno solo puede ejercer sus funciones si cuenta con el suficiente respaldo parlamentario. En caso contrario, se puede ocupar el Ejecutivo por un periodo de tiempo más o menos limitado según las circunstancias, pero no es posible adoptar las medidas necesarias para poder gobernar, ni siquiera para poder garantizar su propia continuidad. Hablando en términos coloquiales podríamos decir que si falta el respaldo parlamentario nos encontraríamos ante un Gobierno 'okupa' que coyunturalmente estaría apalancado en la sede del Ejecutivo, pero sin posibilidad alguna de desarrollar las funciones que la Constitución asigna a un Ejecutivo digno de tal nombre.
Bien está que los miembros del Gabinete acumulen abundantes méritos, tanto en el terreno profesional como político, tal y como nos han ilustrado profusamente los medios de comunicación estos últimos días al glosar sus biografías. Pero dando por supuesto –como en la 'mili' el valor a los soldados– la elevada cualificación de las ministras y los ministros recientemente nombrados, hay que decir también que la funcionalidad y la operatividad del Gobierno en un sistema parlamentario depende, ante todo, de si se cuenta o no con una mayoría o, en todo caso, con una minoría mayoritaria en el Parlamento. Y es aquí donde se plantean los principales problemas para que el Gobierno que acaba de formarse pueda ser capaz de desarrollar sus funciones durante lo que queda de legislatura.
Interesa hacer estas apreciaciones porque, tal y como ha sido planteada y llevada a cabo la moción de censura y se ha desarrollado, a continuación, la formación del nuevo Gabinete, no está nada claro que éste vaya a poder disponer de los apoyos parlamentarios necesarios para poder desarrollar su acción de gobierno a partir de ahora. No basta solo contabilizar los votos de la moción y nombrar a las ministras y ministros; a continuación, hay que empezar a gobernar. Y en un sistema parlamentario, insistimos, resulta más que dudoso que se pueda realmente mandar –que no es solo aprobar decretos– apoyándose exclusivamente en un grupo parlamentario de dimensiones tan reducidas como las que tiene el del partido del Gobierno, que como es sabido ni siquiera llega a la cuarta parte de los miembros del Congreso.
Articular, a partir de la ajustada y heterogénea mayoría de la moción de censura, una mayoría parlamentaria –o una minoría mayoritaria en todo caso– operativa y viable, debe ser la primera tarea a llevar a cabo por quienes, de forma tan sorpresiva como inesperada, han resultado vencedores en la reciente moción de censura y acaban de formar el nuevo Ejecutivo. Lo que solamente puede hacerse acordando unas bases programáticas comunes, aunque sean limitadas, en torno a las que aglutinar los apoyos parlamentarios suficientes, que hoy no existen. De lo contrario, hablar de grandes objetivos, de medidas de choque, de agendas sociales, de programas de reformas o de lo que sea no pasa de ser retórica pomposa que puede servir para contentar a la propia peña, pero cuya efectividad real es nula ya que el Gobierno, por sí solo y al margen de la mayoría parlamentaria, no tiene posibilidad alguna de hacerlas efectivas.
De todas formas, con el triunfo de la moción de censura y la formación del Ejecutivo se abre un nuevo escenario político, si bien las expectativas no dejan de seguir siendo inciertas a la vista del mapa político que refleja el Congreso, que no ha experimentado modificaciones. Sí se dan, sin embargo, unas nuevas condiciones, derivadas del cambio de Gobierno sobrevenido, que si se saben aprovechar debidamente pueden abrir una dinámica política distinta y, con ella, la posibilidad de introducir cambios significativos. Y ello pasa necesariamente por articular, sobre la base de propuestas programáticas concretas, los apoyos parlamentarios suficientes –en el momento actual, inexistentes– que permitan al nuevo Gabinete hacer efectivos los cambios que, según se afirma insistentemente, es preciso realizar.
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