El extintor
Desatado el incendio, no quedaba otra que emplearse a fondo con el extintor y tratar de minimizar daños. Ése es, grosso modo, el resumen del ... acuerdo alcanzado ayer entre PNV y PSE para reconducir el «desafortunado episodio», como lo definen algunos de sus protagonistas, del frustrado 'retoque' fiscal que, pese a estar concebido para atraer 'startups' a Bizkaia, beneficiaba de tapadillo al Athletic. El pacto para rehacer el decreto foral y eliminar de él cualquier beneficio tributario para el club rojiblanco, que en la práctica se iba a ahorrar un buen pico en las millonarias fichas de sus jugadores, era la única salida posible para Unai Rementeria, para su partido y para sus socios. La menos mala, aunque, como reconocen casi todos los damnificados por el 'affaire', el daño ya estaba hecho. Solo quedaba sofocar las llamas e intentar no echar más gasolina al fuego.
'Sostenella y no enmendalla', como seguramente habría querido el diputado general en un mundo sin condicionantes externos, no era viable porque le ponía en una situación imposible con sus aliados socialistas y le exponía a que fuese el pleno de las Juntas vizcaínas el que tumbase la controvertida reforma. Dinamita electoral para un partido que ha hecho de la estabilidad vasca frente al ruido madrileño la principal seña de identidad de campaña. No en vano, el PNV insistía ayer en que la entente con el PSE no solo está a salvo, sino que sigue siendo garantía de fiabilidad y solidez «más que en cualquier otro gobierno en 2.000 kilómetros a la redonda». «No ha habido crisis de gobierno, solo un momento puntual de tensión», apostillaban. Si algo no puede permitirse Sabin Etxea es que un asunto que no por concernir a un icono de Bizkaia como el Athletic había dejado de provocar suspicaces arqueos de cejas en el votante medio les echase por tierra el relato electoral, ese tótem de nuestros días. Dar marcha atrás al decreto en su totalidad tampoco parecía buena idea porque habría obligado a Rementeria a tragarse el sapo entero y a renegar de sus políticas sin anestesia y en puertas de que se coloquen de nuevo las urnas.
Así que se imponía una cataplasma de urgencia, que es lo que se alumbró ayer. No era fácil: se trataba de desactivar un cóctel explosivo, con una letal combinación de ingredientes. Una parte de fútbol, ese catalizador de las emociones primarias; otra de agravios territoriales -el veneno más temido por el PNV, que empezó a destilarse ayer por las grietas del escándalo con el golpe en la mesa de la Diputación de Gipuzkoa-; unas gotas de manifiesta inoportunidad, al abrirse la caja de los truenos en vísperas electorales. Todo regado con la estupefacción que produjo al lehendakari y al PSE llegar al Pleno de Política General del pasado viernes con el fuego campando a sus anchas, mientras ellos insistían en que la reforma fiscal no toca hasta 2020. Al suelo, que vienen los nuestros, que diría el exministro Pío Cabanillas.
Los afectados reconocen que sus adversarios podrán usar en su contra lo sucedido, aunque confían en que el torrente verbal madrileño se lleve pronto estas aguas revueltas. Aunque el PSE puede sacar pecho por haber logrado que el PNV rectifique, tiene en su contra la escasa diligencia con la que evaluó el decreto y su aval a que se aplique una fiscalidad ventajosa a los gestores de capital riesgo, lo que no suena precisamente de izquierdas, aunque se justifica por el apoyo a la atracción de «talento» que contempla el acuerdo de gobierno.
El PNV, que desde hace años se autoencuadra en el bloque progresista, tampoco sale bien parado al enseñar «la patita neoliberal», en irónica definición de sus socios. Pero quizás el más perjudicado por la tormenta es el siempre impoluto Rementeria, al que se le supone que aún no ha tocado techo en el partido, y que ve ahora cómo un error de cálculo empaña su hoja de servicios.
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