«ETA asesinó a Alfonso y después pintaron en la fachada 'Morcillo, jódete'»
30 años del atentado ·
«Me pesa mucho la soledad, sigue siendo muy duro», expresa Caty Romero, viuda del sargento de la Guardia Municipal en su regreso al lugar del atentado en Lasarte-OriaCaty Romero lleva muchos años sin frecuentar la zona de Sasoeta en Lasarte-Oria, el barrio donde ETA asesinó a su marido, Alfonso Morcillo, sargento ... de la Guardia Municipal de San Sebastián. Pocos días antes del 30 aniversario del atentado mortal, que se cumplirá el día 15, este periódico acompaña a la viuda de Morcillo en un paseo desde su actual domicilio en el pueblo hasta el lugar de los hechos.
Rememora que la amenaza siguió incluso tras el crimen: «Aquí, en esta fachada, me pusieron varias veces una pintada: 'Morcillo jódete'». A sus 62 años, le invade la tristeza cuando repara en que ha pasado ya media vida sin Alfonso y remarca que no deja de «pensar en él todos los días». Confiesa que sigue «mal», que cuanto más mayor se hace, le echa «más en falta».
«Pensé que era un golpe. Solo veía mucha sangre en la cabeza. Yo le agarraba la mano y lloraba. No le dije nada. No podía hablar»
«Me pesa mucho la soledad, los achaques de salud y no tener a nadie con quien compartir todo esto. Se me hace muy duro. Estoy lejos de mi familia por decisión propia. Hace unos años pensé regresar a Extremadura definitivamente, pero fui consciente de que aquí tenía mejor atención médica para el cáncer que padezco, más medios y me quedé, pero sigo pagando una factura muy grande desde que me arrebataron a Alfonso», expresa con la voz entrecortada por la emoción.
Pese al tiempo transcurrido asegura que se siente aislada en su pueblo. «Aquí, en Lasarte, he tenido cada comentario... El último no hace ni 20 días y prefiero no reproducirlo. Pero en estos años me han llegado a decir. 'El muerto bien muerto está'. O lo típico de 'Oye, ya ha pasado mucho tiempo. ¡Olvídalo ya!'».
Echa la vista atrás y duda si quizá se tenía que haber ido a su Medellín (Badajoz) natal, «pero ya es demasiado tarde. Además prometí a Alfonso, en la capilla ardiente en el Ayuntamiento de San Sebastián, que aunque tuviera que renunciar a todo en mi vida permanecería aquí para defender su memoria y no he dejado de hacerlo».
El paseo nos lleva hasta la calle Adarra, donde la vida de Caty Romero se rompió del modo más cruel. Nerviosa y todavía con los recuerdos a flor de piel llegamos hasta la acera donde los etarras Xabier García Gaztelu, 'Txapote', y Valentín Lasarte asesinaron a su marido de un tiro en la sien. Recuerda que aquella mañana Alfonso Morcillo salió de casa, como cada día, a las ocho y cuarto. «Justo me dio un beso y me dijo: 'Nos vemos a mediodía'. Y se marchó a trabajar». Era jueves y caía sirimiri. «El día era gris. A los cinco minutos, sonó el telefonillo, pero no pensé que fuera para mí. Me extrañó que llamara mi marido y no hice caso. Pero, al tercer timbrazo, me asusté. Contesté y una señora dijo: 'Baje usted que su marido se ha mareado y está tirado en el suelo'», relata.
Bajó a toda prisa las escaleras desde su casa, un cuarto piso. Iba en pijama y zapatillas y se puso una txamarra como pudo. Caty Romero repasa la escena, se emociona mientras señala el bordillo de un pequeño jardín junto a la salida de unos garajes, contra el que creyó que se había golpeado su marido. «Yo lo que le veía era mucha sangre en la cabeza, no veía nada más. Le agarraba la mano y lloraba. No le dije nada. No podía hablar».
Alguien avisó a las emergencias y enseguida llegaron miembros de la Cruz Roja que tenían un puesto cerca. «De las poquísimas personas que se acercaron a mí, porque la gente solo miraba por la ventana, recuerdo a una mujer ertzaina. Muchas veces he querido averiguar quién era, porque fue la única que me abrazó. Solo sé que venía de la comisaría de Hernani», recuerda.
«Le prometí que aunque tuviera que renunciar a todo en mi vida, permanecería aquí para defender su memoria»
Alfonso todavía se movía, le estaban atendiendo, y en ese trance Caty lo último que se podía imaginar era un atentado. «Empecé a ver que estaban acordonando la zona y pensé: '¿Qué están haciendo?'». En ese momento no era capaz ni de acordarse del número de teléfono de su madre y pidió que avisaran a los compañeros de la Guardia Municipal. «¿A quién iba a avisar? Yo no tenía familia aquí. Matías Grande, compañero de Alfonso, llegó al lugar y fue quien me dijo: 'Caty, a Alfonso se lo llevan, pero va muy grave'. Me trasladaron a mí también al hospital en una ambulancia y cuando vi en la puerta a Odón Elorza, a Mikel Santamaría y a otras la autoridades, dije: '¿qué hace toda esta gente?'. Fue entonces cuando me dieron la fatal noticia: 'Mira Caty, Alfonso acaba de fallecer nada más entrar aquí. Esto ha sido un atentado de ETA'».
- ¿Le había contado alguna vez si se sentía amenazado?
- Nunca me habían contado nada. No sentí nunca que estuviera mal por ese tema. Lo que sí le decía era que tuviera cuidado porque solía tener muchas reuniones de trabajo, sobre todo en su despacho, y yo ya había oído meses atrás que Gregorio Ordóñez empezaba a hablar de 'topos de ETA' en la Guardia Municipal. Eso me ponía nerviosa. Pero nunca pensé que pudiera tener un atentado. Nunca.
- ¿Qué es lo que más recuerda de su marido?
- Su sonrisa y lo buena persona que era. Nunca discutía por nada, todo estaba bien. Oraba mucho. Venía de la religión evangélica. Alfonso había sido pastor evangélico. De hecho, yo tenía su órgano y lo acabo de regalar a la iglesia la semana pasada.
- ¿Qué sabe de los autores del asesinato?
- Valentín Lasarte fue detenido en 1997 en Oiartzun y fue entonces cuando confesó el asesinato de Alfonso. Ni él ni 'Txapote' dijeron nunca quién fue el que disparó. Lasarte, en el juicio, me pidió perdón porque ya estaba en la 'vía Nanclares'. Demasiado tarde. A mí me echaron de la sala porque le llamé «asesino». En el juicio a 'Txapote' tampoco confesó nada.
- ¿Siente que la sociedad quiere pasar página demasiado rápido?
- Noto que lo que se quiere es poner un tupido velo, como si aquí no hubiese ocurrido nada. Que, bueno, por el muerto un 'Ave María'. Y no me parece justo. Porque yo no voy a olvidar nunca a Alfonso. Las cicatrices del cuerpo se curan, pero las del alma, nunca. La única compañía en mi vida son otras víctimas como Jorge Mota, que me ayudó mucho con el 25 aniversario en el Ayuntamiento de Donostia.
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