Nunca he renunciado a mi educación católica, me reconozco como cristiano, poco ortodoxo ciertamente, pero cercano al mensaje social de Cristo, ese que me ha ... hecho observar mi vida y mi trabajo desde una perspectiva humanista. Y esto, que no ha sido casual, lo he mantenido a pesar de haber vivido una juventud convulsa en la que si algo deseábamos era romper con aquel «nacionalcatolicismo» que considerábamos estaba unido a connivencia entre iglesia y franquismo. Tuve la gran suerte de encontrar en mi propia cuadrilla otros ejemplos, y, quizás, fue gracias a ellos (a la influencia de grandes amigos sacerdotes que dieron significación a la fe en el día a día, sin solemnes liturgias ni boatos, sino en los actos y celebraciones festivas de nuestra amistad) por lo que sigo aquí.
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Posteriormente, la vida me ha llevado por derroteros en los que he sido testigo de duras experiencias, muchas de ellas terribles, en otros lugares del mundo. Allí, en Senegal, en Mali, en Mauritania, en Tetúan o en Ceuta he conocido religiosos y religiosas comprometidos hasta el extremo de poner en riesgo sus vidas por los más necesitados, por esos a los que Z. Bauman denominaba «vidas desperdiciadas, los parias de la modernidad». Una iglesia comprometida, alejada de aquella «nacionalcatólica» de mis padres o de mi niñez, que me reconcilia con el mensaje primigenio y humanizador de aquel loco que predicó: «amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Juan 15:12).
Quizás por todo esto la carta de unos «sacerdotes vascos» (Coordinadora de curas de Euskal Herria, Comunidades Cristianas Populares y Herri Eliza 2000) me ha consternado. Una misiva que, si en principio pudiera entenderse desde la solidaridad con un compañero, Mikel Azpeitia, sorprende por su falta de humanidad, por su frialdad equidistante para con tantas víctimas, por su falta de crítica hacia la barbarie nacionalista radical transversalizada de violencia revolucionaria y por su argumentario ideológico. Es una epístola preñada de un sustrato endogámico y totalitario, de un humus fértil para el crecimiento de todo tipo de sentimientos peligrosos.
Una carta que niega la cercanía al leproso (Lucas 5: 12) o la salvación a María Magdalena (Juan 8:7), ocultando su condición de víctima, para reivindicar tan sólo la virtud o la amnistía de quienes la hubieran lapidado. Los actuales yihadistas suelen tener por detrás a ciertos imanes que o bien les fanatizan y empujan a asesinar infieles o bien justifican sus acciones argumentando que una gran mayoría de la comunidad musulmana les comprende. Parece que estos nuevos 'curas trabucaires', dignos herederos de aquel Cura Santa Cruz, no andan muy lejos.
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El cuerpo me pide expresarme en términos mucho más duros, pero quizás, por prudencia, sea mejor emplear a Lucas (23:34): «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Ni lo que dicen.
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