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óscar b. de otálora
Jueves, 22 de marzo 2018, 13:54
El 27 de diciembre de 1996, la defensa de la libertad en Euskadi tuvo como símbolo llevar entre las manos un libro empapado de pintura roja y blanca. El día de Navidad, los radicales de la izquierda abertzale habían asaltado la librería Lagun de San Sebastián, tras romper el escaparate con la tapa de una alcantarilla, y luego lanzaron pintura de ambos colores contra los ejemplares. En señal de solidaridad, cientos de vecinos anónimos comenzaron a desfilar por el establecimiento para adquirir alguno de los tomos saboteados. Los libros destruidos eran un gesto de esperanza.
La librería Lagun será homenajeada hoy en San Sebastián tras cumplir medio siglo de historia dedicada a difundir la cultura en el País Vasco. Los amigos y clientes del establecimiento le rendirán un homenaje en el teatro Victoria Eugenia y el Ministro de Educación y Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, le entregará la Placa de Honor de la Orden Civil de Alfonso X El Sabio. Dos de los grandes impulsores de esta tienda emblemática en la historia de Euskadi -convertida en un símbolo de la lucha contra una nueva inquisición sectaria de ETA y sus secuaces- no podrán estar en el acto. Su propietaria y ejemplo de resistencia, María Teresa Castells, murió en septiembre de 2017. Su marido fue José Ramón Recalde, quien falleció en 2016.
Recalde fue consejero socialista de Justicia del Gobierno vasco y el 14 de septiembre de 2000 ETA intentó acabar con su vida. Un pistolero de la banda le disparó a bocajarro en la cara y huyó. María Teresa Castells mostró en ese momento la entereza que ya había exhibido cuando mantuvo abierta su librería pese a que terroristas de todo pelaje intentaban destruirla. «De un tiro en la boca no se muere nadie», le dijo a su esposo segundos después de que una bala le hubiera destrozado la mandíbula. Quien sí recibirá el homenaje será Ignacio Latierro, también creador de la librería y exparlamentario socialista.
Lagun, fundada en 1968, comenzó a ser perseguida durante el franquismo. María Teresa Castells fue detenida en tres ocasiones y en dos de ellas terminó en prisión. Su última condena durante la dictadura fue por organizar protestas desde la librería para protestar contra los fusilamientos de Txiki y Otaegi. Tras la muerte de Franco, el Batallón Vasco Español comenzó a atacar Lagun con 'cócteles molotov'. El establecimiento nunca cerró.
El auténtico infierno llegaría en los años 90, cuando la izquierda abertzale decidió que era el momento de «socializar el sufrimiento» y extender el terror por las calles de Euskadi. En 1996, la tienda llegó a sufrir una veintena de ataques. El más grave fue el de la pintura roja y blanca. La fachada del establecimiento, situado en la Plaza de la Constitución de la Parte Vieja de la capital donostiarra, amanecía todos los días con grafitis amenazantes.
María teresa castells
En enero de 1997 se produjo un ataque al más puro estilo nazi. Los radicales de la izquierda abertzale volvieron a romper las lunas con una alcantarilla pero esta vez sacaron los libros a la calle, formaron una pira y le prendieron fuego. Días más tarde, el concejal de Herri Batasuna en San Sebastián Félix Soto justificó el ataque y aseguró que se trataba de causar «un daño comercial» a un negocio regentado por socialistas. Los ataques continuaron aunque Lagun era ya un símbolo. Un grupo de intelectuales elaboró un documento de apoyo y lo remitió al Gobierno vasco para poner en entredicho que el acoso a una librería se desarrollara con total impunidad, ya que no hubo ni un detenido por los ataques. Lagun comenzó a recibir premios como Librero del Año.
En 2000, tras el intento de asesinato de José Ramón Recalde, la tienda sí que cerró sus puertas. Sin embargo, fue durante un breve periodo de tiempo. Se creó la Sociedad de Amigos de la Librería Lagun y mediante una suscripción popular -en la que participaron 300 personas, algunas con aportaciones de 6.000 euros- se logró reabrir el establecimiento. Esta vez, sin embargo, en el centro de la capital donostiarra. Lagun seguiría siendo objeto de pintadas amenazantes e incluso en 2010 los radicales seguían amenazando a Recalde en sus grafitis. Para entonces, la tienda ya era un símbolo internacional de la resistencia contra el sectarismo. Incluso el Reader's Digest le dedicó un artículo especial.
Teresa Castells se enfrentó en los últimos años de su vida a la crisis de las librerías, acosadas por las grandes superficies y unas generaciones para las que leer había dejado de ser una prioridad. Ella, sin embargo, defendió la lectura como un mecanismo de supervivencia que también funcionó en los años de plomo en Euskadi. «Leer es un buen remedio para muchos males», aconsejó.
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Josemi Benítez
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