Capítulo piloto
Análisis ·
Madrid no es una serie de Netflix pero puede ser la antesala narrativa de las generales, aunque la volatilidad y las peculiaridades de la contienda presagian una temporada inciertaQue las heridas entre Unidas Podemos y Más Madrid no han cicatrizado es una evidencia que no se molestó en ocultar ayer la candidata errejonista ... al 4-M. Al oficializar el portazo al taimado ofrecimiento de Pablo Iglesias de listas conjuntas, Mónica García -diputada emergente gracias a su hiperactividad como azote de Ayuso y al plus que le da ser médica anestesista en plena pandemia- se mostró implacable.
De entrada, se lamentó: «Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que en los momentos históricos nos pidan que nos apartemos». Todo un torpedo a la línea de flotación del todavía vicepresidente, que arrastra consigo una cierta leyenda de ejercer de macho alfa en un partido que lleva el feminismo hasta en el nombre de la coalición. Por si no se le había entendido con claridad, añadió: «Madrid no es una serie de Netflix». Otro recadito para Iglesias, que ha vestido su salida del Gobierno con la épica del 'No pasarán' y la supuesta astucia de un campeón del 'Stratego', el juego de mesa del que se acordó ayer Aitor Esteban para denunciar la oquedad de un relato político concebido como mero vehículo para alcanzar y/o mantener el poder.
Efectivamente, Iglesias no es un Lannister ni un Underwood sino un líder profundamente autoconvencido de su propia trascendencia. De ahí que se haya propuesto que Madrid sea algo así como el capítulo piloto de su propia serie, la que habría de relatar el renacimiento de Podemos no ya como antídoto anticasta sino como freno de un presunto fascismo rampante encarnado en la dupla Ayuso-Vox.
Pero Iglesias corre el riesgo de que la temporada de su serie se extravíe por vericuetos todavía impredecibles y acabe como esas producciones que no se sabe muy bien qué pretendían contar cuando arrancaron. La volatilidad extrema de la política española y las muchas peculiaridades de la contienda madrileña hacen imposible extraer conclusiones nacionales de la batalla regional. Para empezar, porque un triunfo de una Ayuso cada vez más lejos del radar de Génova podría ser una pésima noticia para Pablo Casado, que vería amenazado su liderazgo y su candidatura en generales. Porque un partido agonizante como Cs podría tener la llave si se levanta de la lona y logra superar la barrera del 5%.
Un mar de incertidumbres en el que nadie tiene una hoja de ruta clara, salvo una persona. Esa es, por supuesto, Pedro Sánchez, que se ha desembarazado del molesto (para él) Iglesias en el Consejo de Ministros y se dispone a afrontar los capítulos venideros con la tranquilidad de quien tiene el mando. En su caso, el botón rojo electoral, que apretará cuando más le convenga siempre que la coalición no salte antes por los aires. En su cabeza, apuntarse un tanto con la gestión de los fondos europeos y dar por superado lo peor de la pandemia. En su caso, además, no hay dudas con el candidato. El sanchismo es, una vez más, el rival a batir.
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