Biden, el último atlantista
Nos hemos acostumbrado durante demasiado tiempo a la garantía de seguridad que Estados Unidos ofrece al continente. La mentalidad pacifista dominante en tantos países europeos ... en el fondo descansa en el convencimiento de que se puede delegar en Washington las cuestiones más relevantes de nuestra seguridad. La potencia hegemónica, con la que compartimos valores e intereses, vela por que la idea de un mundo con instituciones y reglas no descarrile. La inversión y el gasto en defensa le permite mantener la mitad de toda la capacidad militar mundial y con su liderazgo en innovación tecnológica hace frente a cualquier competidor. Pero esta mentalidad dependiente europea se ha quedado anticuada.
Por un lado, Estados Unidos es mucho más reticente a hacer de gendarme global: ni su población ni su clase dirigente entienden que deben velar por los aliados europeos. Desde la Administración Obama, ha girado hacia Asia. La contención y la cooperación con China es su verdadera prioridad. Tiene serias dudas de que la alianza atlántica vaya a funcionar en el Pacífico. Es cierto que la guerra de Ucrania ha revivido a la OTAN y ha dado alas a una cooperación entre occidentales, muy dañada por el mandato de Donald Trump de ruido y furia. Joe Biden no ha tenido más remedio que liderar una coalición internacional que frene el revanchismo de Vladímir Putin. Pero este regreso al viejo continente puede ser fugaz, por mucho que asistamos estos días en la cumbre de Madrid a un fortalecimiento sin precedentes de la frontera este. Por parte europea, tenemos una oportunidad de demostrar que seguimos siendo los mejores aliados de Estados Unidos sumando a sus capacidades globales. Una enorme ventaja es la receptividad de Joe Biden, posiblemente el último atlantista de su país. El presidente ha dedicado gran parte de su larga carrera a los asuntos internacionales, con especial atención a la Guerra Fría. Conoce muy bien todos los dosieres europeos. Entiende la importancia histórica del eje franco-alemán y valora la integración como una arquitectura de paz, que además debe su existencia a la aportación de Estados Unidos en sus años de lanzamiento.
La Declaración Schuman de 1950, nuestro texto fundacional, recibió la luz verde del gobierno norteamericano antes de que fuera debatido en París. Biden además se siente irlandés y está dispuesto a embridar los excesos de Boris Johnson, que pueden complicar la libre circulación en la isla de Irlanda. Los europeos no vamos a tener otra oportunidad parecida. Con suerte, los siguientes presidentes de Estados Unidos acentuarán el pragmatismo a la hora de trabajar con unos aliados demasiado propensos al ensimismamiento.
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