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En plena tormenta por el escándalo de las vacunaciones irregulares de los gerentes de los hospitales de Basurto y Santa Marina -Eduardo Maiz y José ... Luis Sabas, ambos militantes del PNV de larga trayectoria-, el lehendakari, poco dado a exteriorizar sus sentimientos, mostró su «pena, tristeza y rabia» por el poco edificante ejemplo que los responsables políticos están dando mientras siguen exigiendo responsabilidad a sus conciudadanos. A su lado, Gotzone Sagardui asentía. Ya sabía para entonces que Urkullu, el PNV y el Gobierno en pleno iban a cerrar filas con su gestión frente a los ataques y peticiones de dimisión de la oposición, que arreciaron tras desvelar EL CORREO al día siguiente los whatsapp que demostraban que la consejera de Salud estaba al tanto de que Sabas pretendía inocular la vacuna a todo el personal.
La escena es el espejo perfecto de la doble estrategia del EBB, que ha preferido no hacer declaraciones, y de Ajuria Enea para gestionar la actual crisis, seguramente la más grave que ha vivido el PNV en los últimos años si se mide en términos de enfado ciudadano. De hecho, los resultados del pasado 12 de julio demuestran que dos hitos especialmente amargos para los jeltzales -la sentencia del 'caso de Miguel' en diciembre de 2019 y el derrumbe del vertedero de Zaldibar en febrero de 2020- en nada afectaron a sus expectativas en las urnas. El PNV ganó las elecciones de calle pese a la elevada abstención y logró su objetivo de sumar mayoría absoluta con el PSE. Tanto el fallo judicial, que condenó a penas de cárcel a tres exmiembros de la dirección peneuvista en Álava, como el desastre del vertedero, que obligó a Urkullu a una comparecencia de urgencia ante la Diputación Permanente, dieron munición a la oposición. Pero, a mediados de marzo, el coronavirus lo tapó todo.
Ahora lo anega todo también y precisamente por eso el 'momentum' es peliagudo. La crisis llega, reconocen en Ajuria Enea, en un momento álgido de «cansancio» de una sociedad poco predispuesta a ser indulgente con los políticos y por eso la sensación de desgaste es mucho mayor que con casos anteriores de corrupción o mala gestión. Porque a los que se saltan la cola para vacunarse se suma casi un año entero de pandemia, una tercera ola más mortífera de lo que el Gobierno vasco había previsto y nuevas restricciones a sectores -sobre todo, la hostelería- al límite de sus fuerzas. Hay carteles de protesta en la calle que señalan directamente al lehendakari. Euskadi es una olla a presión.
De ahí los esfuerzos por empatizar y dar explicaciones. «Urkullu está sufriendo de verdad. Lo pasa muy mal», dice un consejero de su Gabinete. Aun así, en Lakua prefieren no dramatizar: «Ha habido momentos peores, como cuando no había EPIs ni respiradores para nadie. Ahora el problema es político porque, en lo sanitario, se ve la luz al final del túnel».
Esa es la segunda parte de la estrategia. En Ajuria Enea tienen muy claro que las elecciones están aún muy lejos -tocan en 2024- y que su mayoría absoluta es un colchón que les permite apretar los dientes, aguantar el chaparrón y esperar a que escampe. En sus cálculos entra también que los plazos para el control al Gobierno están tasados y la oposición no podrá estirar 'sine die' sus preguntas y peticiones de comparecencia. «Es un trago pero estamos tranquilos».
Creen que en breve el ritmo de vacunación se acelerará considerablemente y que a a partir de mayo la ciudadanía empezará a recibir buenas noticias. Hasta entonces -con el consejero navarro Manu Ayerdi forzado a dimitir por el 'caso Davalor', otra china en el zapato-, la consigna es blindar a Sagardui y dar el asunto por zanjado. «Esto es como una maratón. El último kilómetro es el peor y crees que no vas a llegar, pero llegaremos. La estabilidad está garantizada porque no es lo mismo tener mayoría que no tenerla».
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