Vuelve a ser 8 de marzo
Mañana, 8 de marzo, volverán a marchar las mujeres de todo el mundo. Tomarán las calles para recordarnos que siguen sin solucionarse muchos de los ... problemas de nuestra sociedad que les atañen, especialmente el de la violencia contra ellas que, lejos de disminuir, experimenta un indeseable repunte. Actualmente, 6.019 mujeres reciben en Euskadi algún tipo de protección por parte de la Ertzaintza frente a situaciones de malos tratos, una cifra que refleja la gravedad del problema de la violencia machista. La mitad de ellas cuenta con protección asignada por orden judicial que pueden incluir desde una orden de alejamiento hasta escolta personal en casos graves. Lo que por desgracia no consiguió evitar que tres mujeres murieran asesinadas por sus parejas y otras tres fueran víctimas de feminicidio durante 2024, cifra mortal que llegó hasta las 47 en todo el Estado.
Esos son los datos y el que cientos o miles de mujeres salgan a la calle para denunciarlo y muestren su hartazgo e indignación por ello está más que justificado. Es una forma de hacer pedagogía frente a la «creciente corriente neomachista» de la que nos advertían hace unos días la directora de Emakunde y el lehendakari Pradales que está calando entre la juventud vasca, cada vez más antifeminista, negacionista y reaccionaria, por la penetración del discurso de la ultraderecha que no reconoce la violencia de género y afirma que las feministas han llegado demasiado lejos en sus reivindicaciones.
Personalmente siempre he defendido que la mejor educación es la que predica con el ejemplo, pues estoy persuadida de que sermonear a nuestros jóvenes pretendiendo adoctrinarles desde una supuesta superioridad ética que casos como el de Monedero, Ábalos o Errejón demuestran que no es tal, resulta no solo poco útil, sino claramente contraproducente, por su naturaleza indómita. Convencer y no imponer es lo deseable cuando se trata de modificar conductas sociales con siglos de arraigo. Pero, una vez al año, no hace daño recordar que la historia de la relación entre hombres y mujeres tiene la balanza mal calibrada de origen. Y que, para equilibrarla, no podemos seguir reproduciendo los mismos moldes. Nuestra sociedad no puede ser la misma de hace dos o tres generaciones donde se haga de menos a la mujer, se le nieguen capacidades y oportunidades, se le cosifique, se le abuse y se la asesine.
Las marchas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, son un recordatorio de lo que ha sido hasta ahora y una advertencia sobre lo que ya no puede seguir siendo, de que hay cosas que son inadmisibles y resultan humanamente insoportables en una sociedad que se reclama moderna y civilizada. Porque no hay sociedad viable donde se violenta a sus mujeres, no hay convivencia justa donde se les menosprecia y se les hace luz de gas, no hay horizonte de futuro donde se les mantiene al margen de las decisiones. Eso es lo que nos van a recordar, un año más, mañana las feministas. Una reivindicación que debería ser política e ideológicamente transversal, y no patrimonio exclusivo de nadie.
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