Otra vez la guerra
A juzgar por el cariz militarista que han tomado los líderes europeos, se diría que el viejo continente ha entrado ya de lleno en una atmósfera prebélica
Decía Kapuściński, que era periodista pero sobre todo era judío y polaco, que «las guerras empiezan mucho antes de que se oiga el primer disparo, ... con un cambio de vocabulario en los medios». Y, a juzgar por el cariz militarista que han tomado las declaraciones en ellos de los principales líderes europeos, se diría que el viejo continente ha entrado ya de lleno en una atmósfera prebélica.
Desde el francés Macron hasta el alemán Scholz, pasando por la ministra española de Defensa, Margarita Robles, alertándonos de que «la amenaza de guerra en Europa es total y absoluta» y de que «el peligro está muy cerca», nuestros mandatarios parecen haberse conjurado para anunciarnos el Armagedón, antes de plantearnos abiertamente que «si se quiere la paz, habrá que prepararse para la guerra», mientras los distraídos ciudadanos franceses, alemanes o belgas… hacen más o menos lo que hacemos los trabajadores españoles cuando suena una alarma en la oficina: seguir a lo nuestro, creyendo (o queriendo creer) que probablemente se trate de otro simulacro de incendio.
Y lo cierto es que algo de impostura sí que parece haber en ese repentino afán por plantarle cara a Putin. El deficiente desempeño del ejército ucraniano frente a la presión de las fuerzas de ocupación rusas ha alentado el sentido justiciero de quienes abogan por una temeraria intervención directa en este conflicto bajo el mando de la OTAN, no contemplándose más alternativa que la de armarnos hasta los dientes, en previsión de un improbable (aunque no imposible) escenario de ataque nuclear por parte de Rusia. Que es de lo que se nos habla con pasmosa normalidad, como si propiciar una guerra nuclear no supusiera -también para los rusos- el fin de la especie.
¿El objetivo? Justificar un incremento del gasto militar en Defensa, detrás del cual no solo hay razones de seguridad, sino también intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos, cuya industria armamentística aumentó sus ventas en 80.000 millones de dólares desde la invasión de Ucrania (un crecimiento que no se veía desde el final de la Guerra Fría). Por no hablar de que, si los europeos declarásemos la guerra a Putin, Washington se libraría de uno de sus grandes rivales (Rusia) para poder centrarse en el otro (China). Y Europa volvería a quedar destrozada, dependiendo para su reconstrucción del dinero de los americanos.
Tiene, por tanto, cierta lógica que la administración Biden meta prisa a sus aliados para acelerar la producción de la gallina de los huevos de oro, teniendo en cuenta además que en noviembre hay unas elecciones presidenciales que muy probablemente gane Trump, quien mantiene excelentes relaciones con el mandatario ruso.
Lo que llama más la atención es cómo la izquierda progresista europea ha pasado del 'No a la guerra' a «sujétame el cubata». Al punto de que -según cuenta el coronel del Ejército español, Pedro Baños, escritor, conferenciante y geoestratega- en Alemania hasta los ecologistas apoyan el rearme con el pretexto de la autodefensa, por lo que ya les han rebautizado como «el partido de los verdes… caqui».
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