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Consciente de que Estados Unidos marca los tiempos y de que el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca supondrá un cambio en las ... prioridades del nuevo orden mundial, ralentizando los objetivos de la agenda 2030 que nuestro presidente suele llevar en el corazón y en la solapa, Pedro Sánchez ha cargado contra los magnates de Sillicon Valley que le apoyan, Elon Musk (SpaceX, OpenAI, Tesla), Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Google) y Mark Zuckerberg (Meta). Esos 'freakies' a quienes en otro tiempo celebrábamos por tener los cerebros más brillantes e innovadores del planeta y a los que, ahora que son multimillonarios y más raritos si cabe, Sánchez ha decidido llamar «tecnocasta», acusándoles de usar su poder «omnímodo» para manipular el debate público e intentar cargarse la democracia, olvidando que son los mismos que ayudaron a promover la agenda 'woke' a instancias de los gobiernos de Biden y Obama, y de sus no menos ultrarricos e interesados benefactores, George Soros y Bill Gates (Microsoft, vacunas), que digo yo que también formarán parte de esa nueva oligarquía de la que Sánchez advierte a sus socios europeos, instándoles a rebelarse contra el feudalismo tecnológico.
Resulta bastante inútil repetir a estas alturas que Trump puede ser un líder peligroso. Tan obvio como recordar que la política siempre ha estado supeditada a los intereses de quienes la financian. Pero, aunque todo apunta a que su segundo mandato será ese régimen plutocrático del que todos hablan, dejando el gobierno en manos de una minúscula élite, más parecida al consejo de dirección de una corporación empresarial, cuya principal meta es obtener el máximo beneficio para sus accionistas (sería de desear que procurando la máxima satisfacción de sus clientes, suscriptores o usuarios), habrá que esperar a ver si esos plutócratas son capaces de abandonar la burbuja de privilegio en la que viven y sintonizar con las necesidades y aspiraciones de los 77 millones de estadounidenses que confían en el liderazgo del magnate inmobiliario. O si, como escribía mi buen amigo y colega venezolano-neoyorquino Boris Muñoz para 'El País', «el sueño de los gerentes era una pesadilla y el cuento del Estado como empresa, una bobada».
En cuanto a nosotros, puestos a rebelarnos contra algo, quizá debiéramos hacerlo contra la «caquistocracia», que no es un término de nueva creación, como los que le gustan a Sánchez, aunque (inexplicablemente) sí de escaso uso. Y que designa al Gobierno de los menos competentes, los más ineptos y los más cínicos.
De entrada, el nombramiento de personas para ocupar puestos de alta dirección en empresas clave, como Telefónica, basándose más en afinidades y lealtades políticas que en competencias de gestión o tecnológicas, no parece una fórmula destinada a elevar la eficiencia y competitividad de las mismas, sino a asegurarse el control de un sector estratégico, en previsión de lo que el Gobierno pudiera necesitar ahora que tiene a los jueces rastreando su huella digital y se ha alistado en la guerra del algoritmo. Puro trumpismo.
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