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Sea por realismo o por la falta de ambición que Arnaldo Otegi atribuía hace unos días a Aitor Esteban, los partidos soberanistas parecen haber dejado ... atrás aquellos días en los que la lucha por la identidad nacional se expresaba -y se medía- en términos de arrojo, pureza ideológica y radicalidad maximalista, para entrar en una inesperada competición por «desarmar» el discurso y demostrar quién encarna mejor los valores de la prudencia, la sensatez y la moderación.
Pese a sumar mayoría de dos tercios en la Cámara de Gasteiz, tanto PNV como EH Bildu han debido de llegar a la convicción de que no son buenos tiempos para la épica, cuando la demoscopia apunta a que solo un 19% de la población vasca actual (tan diferente a la de hace dos décadas) apoyaría una independencia plena, mientras la mayoría (el 60%, según el último Sociómetro) se muestra más preocupada por la vivienda, la educación y la sanidad que por los dilemas identitarios y las fronteras territoriales. A resultas de lo cual, el mensaje que ambos lanzan es inofensivo y unívoco: el independentismo, para ser viable, debe ser pactado y, sobre todo, debe ser útil.
«Nadie quiere un proceso independentista conflictivo que reduzca el bienestar social», declaraba Pello Otxandiano a 'El Diario Vasco' haciendo arquear más de una ceja al repetir que, aunque la independencia siga en el horizonte de la izquierda abertzale, se plantea ahora como un «objetivo gradual». Más o menos como ha sido siempre para el PNV, cuyo nuevo líder decidió rebajar las expectativas de sacar adelante en las Cortes madrileñas un Estatuto que incluya el reconocimiento de Euskadi como nación e institucionalice el derecho a decidir, cuando no habían pasado ni 24 horas de su entronización como presidente del EBB.
El mensaje del PNV de Esteban/Pradales viene a ser, en esencia, coincidente al de Otxandiano: más autogobierno sí, pero sin aventuras que pongan en riesgo lo conseguido hasta ahora. Y es que ambas formaciones parecen haber llegado a la conclusión de que gobernar es más importante que soñar en voz alta. El resultado es un soberanismo de baja intensidad que no divide ni asusta, sino que compite por ser el más razonable, aunque sea a costa de ser también el menos ilusionante. Lo cual tiene su riesgo.
Moderar su discurso identitario lo bastante quizá permita a EH Bildu desplazar al PNV como partido 'atrapalotodo' y le allane el camino para futuras alianzas que le permitan llegar a la Lehendakaritza. Pero también podría interpretarse como traición a los principios e ideales históricos que la izquierda abertzale ha defendido «a muerte», provocando el desencanto y la desafección de sus hasta ahora monolíticas bases. Mientras el PNV corre el riesgo de que su identidad nacionalista acabe por diluirse del todo en un pragmatismo que le haga indistinguible de otras fuerzas no soberanistas. Lo que podría llegar a ser letal para el independentismo en su conjunto, como se ha visto en Cataluña, para ganancia de los socialistas, principal disolvente de las esencias soberanistas, mediante la vieja técnica del abrazo del oso.
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